Alumnos de la UPEA transforman la basura en gas domiciliario
El proyecto, que ha demostrado su eficacia, apunta a resolver dos problemas importantes en Bolivia: la falta de acceso a energía eléctrica en el área rural y la ausencia de gestión de la basura.
Texto: Liliana Carrillo V./ Fotos: Rodwy Cazón.
Una de las tareas de Yenny, estudiante de primer semestre de Ingeniería Agrónoma en la UPEA (Universidad Pública de El Alto), es recolectar basura orgánica. Cuando la que se produce en su casa no es suficiente, recurre a las caseras del mercado para “hacerse regalar” cáscaras de papa, fruta o verdura. Cada sábado lleva el “botín” a la Estación Experimental de Kallutaca, de su universidad, para alimentar el biodigestor que transforma la basura en biogás: energía a partir de los desechos.
Hasta hace dos años, sistemas similares llenaban la región lechera del altiplano paceño y eran casi 500. El proyecto denominado “Incremento de la competitividad del sector lácteo a través de los biodigestores en el altiplano de La Paz” fue ejecutado exitosamente desde 2015 hasta 2022 por Hivos, cooperación de los Países Bajos, en los municipios lecheros de Pucarani y Achocalla. Pero llegó la pandemia, Hivos se fue del país y los biodigestores dejaron de operar. “Lindos eran. De la basura y la bosta sacábamos gas para cocinar, para bañarnos. Pero ya no hemos podido mantenerlos; ojalá se repusieran”, lamenta Martín Quispe, uno de los beneficiarios.
La carrera de Ingeniería Agronómica de la UPEA fue parte de aquel emprendimiento. Ayudó a instalar los biodigestores y brindó asesoramiento técnico a los comunarios. Hoy, desde la estación de Kallutaca, replica la experiencia y enseña a los futuros agrónomos –la mayoría provenientes del área rural– a convertir la basura en biogás.
“Aquí se hace la magia”, dice el docente Humberto Sainz Mendoza, que señala el biodigestor de la carrera de agronomía de la UPEA. A simple vista es un enorme globo inflado, instalado en una estructura de adobe. Está conectado a tubos que transportan el gas hasta una cocina cuya llama arde ante los ojos sorprendidos de los alumnos.
¿Qué son los biodigestores?
Los biodigestores son sistemas naturales que aprovechan residuos orgánicos para producir biogás (combustible) y biol (fertilizante natural) mediante el proceso de digestión anaerobia (en ausencia de oxígeno). El ingeniero Sainz explica: “El proceso de biodigestión ocurre cuando los microorganismos bacterianos actúan sobre la materia orgánica de la basura o estiércol, en ausencia de oxígeno y en condiciones, produciendo una mezcla de gases con alto contenido de metano (CH4), ése es el biogás”.
El biogás se genera de forma natural en los pantanos, donde la materia orgánica debajo del barro sufre una digestión anaerobia por las bacterias presentes. Los biodigestores simulan ese mismo proceso natural, donde las bacterias transforman el estiércol en biogás y fertilizante, pero de forma controlada.
Los primeros biodigestores fueron construidos en China, de ladrillo, a mediados del siglo pasado. Según los registros, parecían enormes ollas de cocina que se instalaban bajo tierra. En la década de los 70 se instalaron en países de Europa los primeros biodigestores industriales; pero su complejidad y costo impedía aún el uso familiar en las áreas rurales. Fue a finales de los 80 cuando “se propusieron biodigestores familiares como tecnologías apropiadas al desarrollo, donde los costos de inversión son fácilmente recuperados por una familia en dos o tres años: es el nacimiento de los biodigestores de bajo costo”, reseña Jaime Martí Herrero en el estudio “Desarrollo, difusión e implementación de tecnologías apropiadas: Biodigestores en Bolivia”.
En la década de los 90 se instalaron los primeros biodigestores en Bolivia, mayormente mediante proyectos de cooperación. Actualmente comunidades de Cochabamba y Tarija tienen el sistema en funcionamiento y con buenos resultados.
El doctor Sainz conoció los biodigestores en China, cuando realizaba un curso en el marco de su doctorado en Suelos y Ecosistemas. “La teoría es una cosa, pero al ver los procesos en vivo uno se maravilla. Lo primero que pensé fue qué útiles serían estos sistemas en Bolivia”, recuerda. Por ello, cuando Hivos propuso un convenio con la carrera de Agronomía, que entonces él dirigía, no dudó. El proyecto no sólo ayudaría a las comunidades del altiplano sino también sería una gran escuela para los estudiantes de la UPEA.
La alternativa verde
De acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), hasta 2012 2.803.982 hogares en Bolivia tenían acceso a energía eléctrica (1.826.480 en el área urbana y 977.502 en el área rural). Ante la falta de ese servicio, según la misma fuente, 62.258 familias del área rural recurrían a la leña y 30.706 al gas en garrafa como combustible, con el consiguiente costo económico.
La alternativa de los biodigestores de bajo costo y fácil manejo que producen biogás –que puede ser empleado como combustible en las cocinas, calefacción o iluminación– mejora la calidad de vida de las familias. “La incidencia de biodigestores familiares no sólo se destaca por la generación de energía renovable y barata, sino que también beneficia a la salud familiar, porque el biogás no desprende humo al cocinar. En caso de que la familia recogiese leña para combustible, ese trabajo físico se reduce considerablemente al ser sustituido por la carga de residuos y agua del biodigestor”, apunta Martí Herrero.
Asimismo, el uso de biodigestores contribuye a la gestión de la basura. De acuerdo con datos de Ministerio de Medio Ambiente y Agua, cada habitante en Bolivia genera alrededor de 1 kilo de basura al día. En total, el país produce, al menos, 10.000 toneladas diarias de desechos. Sólo el 16% de la basura generada se recoge de manera adecuada, mientras que el restante 84% termina en vertederos a cielo abierto, o se abandona en áreas naturales, ríos y calles.
El uso de biodigestores permite utilizar la basura convirtiéndola en energía y contribuye al medio ambiente. “Cuando funcionaban los biodigestores usábamos bien la basura; aprendimos a separar lo orgánico y a aprovecharlo para tener gas y cocinar, algunos hasta ducha caliente tenían”, dice Martín, que vivió la experiencia con el proyecto de Hivos.
“El acceso a gas domiciliario, a una ducha caliente a luz es un derecho de todos –dice el ingeniero Sainz– y los biodigestores han sido y son una gran solución para brindar estos servicios, especialmente en el área rural”. Añade que este sistema tiene otra ventaja: genera biol, un fertilizante líquido que puede sustituir a los químicos y que aumenta la producción de cultivos entre 30% y 50%, con el añadido de que protege las cosechas contra los insectos y permite recuperar las plantas afectadas por las heladas.
El costo de un biodigestor familiar depende de su tamaño y del clima. En lugares fríos, el costo en materiales es aproximadamente de 250 dólares, mientras que en climas tropicales se reduce a 200 dólares. “La inversión se recupera en dos a tres años por los ahorros producidos en gastos en combustible, tiempo y mejora de la producción”, concluye el estudio “Biogás en Bolivia”.
Kallutaca, el semillero
De la Ceja de El Alto a la tranca de Río Seco y de allí a Kallutaca, el viaje dura al menos una hora. El último sábado de abril, tempranito, hacemos el recorrido junto a universitarios que todos los días asisten a la Estación Experimental Agronómica de la UPEA.
El predio de 100 hectáreas fue cedido por la Gobernación paceña a la UPEA en 2012, después de movilizaciones de docentes y estudiantes de Agronomía. Hoy, el centro acoge decenas de proyecto que van desde la conversión de hoja de coca incautada en abono hasta la crianza de avestruces.
El ingeniero Daniel Condori Guarachi, director de Ingeniería Agronómica de la UPEA, nos recibe en el Centro Experimental. Cuenta que la carrera tiene ya 23 años y actualmente cuenta con 400 estudiantes. “Estamos orgullosos de los miles de profesionales que ha dado esta carrera; muchos de ellos han vuelto a sus comunidades para replicar lo que aprendieron. Estamos en la búsqueda constante de convenios y proyectos para beneficio de la sociedad”, dice. A su alrededor, medio centenar de chicos y chicas con overol han interrumpido momentáneamente sus tareas para escucharlo.
A su turno, el ingeniero Humberto Sainz explica uno de los proyectos estrella: el biodigestor modelo. “Este sistema es, en su forma más simple, un contenedor cerrado, hermético e impermeable (llamado reactor), dentro del cual se deposita el material orgánico a fermentar (excrementos animales y humanos, desechos vegetales –no se incluyen cítricos ya que acidifican–, etc.) en determinada dilución de agua para que se descomponga, produciendo gas metano y fertilizantes orgánicos ricos en nitrógeno, fósforo y potasio. De allí surge el gas, que mediante un sistema de tubos se conduce hasta cocinas o duchas en las casas”. He ahí la magia.
“Yo, la primera vez que he visto, no podía creer”, confiesa Miguel, natural de Khotanani, comunidad de Sorata. “Les he contado en mi comunidad y todos están entusiasmados con tener biodigestores”, cuenta el joven que eligió la carrera de Agronomía para implementar innovaciones en las tierras de su familia. “El campo es lo mejor”, refuerza.
María coincide con su compañero. “Yo quiero llevar biodigestores a mi pueblo Malavi, en Sahapaqui. Allí hay lindas frutas, pero con podrían ser más y mejores con biol”, asegura dispuesta a probar que “las mujeres son las mejores ingenieras”.
El ingeniero Sainz muestra otros proyectos que avanzan en Kallutaca, como el vermicompostaje (con una granja de lombrices) y los humedales artificiales que purifican hasta aguas servidas.
Pero la mayor emoción se despierta ante el biodigestor modelo que ha demostrado que es posible conseguir biogás a 4.000 msnm y en temperaturas por debajo de los 10 grados centígrados con óptimos resultados. “Donde hay energía hay paz. Si un pueblo tiene acceso a luz, combustible para cocinar, agua caliente –y mejor de manera ecológica– no pelea por combustible, mejora su calidad de vida”, concluye.
Para la universitaria Yenny, el biodigestor es una esperanza. “Yo quisiera que haya uno de estos en todo el campo y todas las casitas puedan cocinar con gas”. Para alimentar ese futuro, cada semana recoge basura orgánica. “Algún día va a ser”.
Este trabajo fue realizado con el apoyo del Fondo Concursable de la Fundación para el Periodismo (FPP), en el marco del proyecto Periodismo de Soluciones, con el respaldo The National Endowment for Democracy (NED).