Punto de Re-flexión

UNA MIRADA DESDE LA TEORÍA DEL ESTADO (PARTE 3)

Omar Qamasa Guzman Boutier

Una de las manifestaciones de la sociedad chilena es precisamente la disparidad de criterios con respecto a la demanda boliviana, en relación a un acceso soberado al Pacífico. Mientras que en el caso chileno encontramos criterios dispares en la materia (que van desde el rechazo a la demanda boliviana hasta la aceptación de la misma, pasando por una serie de posturas intermedias), en el caso boliviano, inversamente, no ocurre lo mismo. Aquí, no vamos a encontrar opiniones de rechaza a la propia demanda de una salida soberana al mar. En lo que nos importa, estos cuadros nos remiten nuevamente a la reflexión con respecto al Estado y en último término, a la consistencia de uno u otro Estado sobre el problema. Esta consistencia  viene, pues, de la relación que mantiene cada Estado con su respectiva sociedad.

Es, en verdad, algo que permite mayor o menor consistencia estatal, según el caso. Pero hay que decir, a la vez, que ello no asegura ni el curso que seguirá el pleito legal en La Haya y menos, claro, el resultado del mismo. Con todo, estas diferencias en la consistencia nos están hablando también de la importancia que la temática tiene, en la ideología (aquí usamos el concepto en su sentido lado, como visión del mundo) del Estado. Nadie considera en Bolivia que el “tema marítimo” sea algo ajeno de lo que podemos llamar una visión nacional del mundo, es decir ajeno a la ideología del Estado boliviano. En Chile, al contrario, nadie podrá sostener seriamente que la demanda boliviana, anula la ideología (fuera cual fuera ésta) del Estado chileno.

En consecuencia podemos anotar que la temática contiene, para uno y otro Estado, distintas cargas ideológicas, políticas e históricas. Tal es así que, en el caso boliviano, luego de aquél momento constitutivo lejano, puede hablarse de momentos constitutivos sucesivos, como los de 1899 o 1952 (en el entendido que 2006 no es sino el desplazamiento del momento de 1952 hacia el polo nacionalista, con fuerte asiento social en el campesinado, en tanto cabeza del antindigenismo estatal). En este caso, efectivamente, la conformación del óptimo estatal no es sino un proceso de largo aliento que, sin embargo, ya comienza a despuntar como posibilidad real.

A diferencia de ello, en el caso chileno, se observa que la decadencia del óptimo, con la consiguiente pérdida hegemónica del discurso estatal, anuncia movimientos en lo profundo de la sociedad chilena. Estos movimientos tienen la virtud de demandar una readecuación en la relación con su Estado, es decir demandan un momento que reconstituya las cosas de nueva manera. Los tiempos estatales que uno y otro Estado vive son, por tanto, diferentes. Esta diferencia se expresará, entre otras, en también distintas capacidades de expresar a sus respectivas sociedades, o sea, en la capacidad de expresar la voluntad política de esas sociedades.

Bajo estas consideraciones generales, nos podemos preguntar ahora del por qué la corrupción y el antindigenismo del gobierno de Evo Morales en Bolivia y de Michel Bachelet en Chile, tienen efectos distintos en la ecuación Estado – sociedad. Mientras que en el caso de Evo Morales, la corrupción y el antindigenismo desquebrajan su capacidad de convocatoria, sin afectar todavía en lo substancial al Estado, en el caso de Michel Bachelet ambos elementos amagan ser verdaderos acosos, tanto al gobierno como, en tanto efecto secundario, al propio Estado. Este cuadro de fortaleza o debilidad estatal también se mostrará a propósito del pleito legal en la Corte Internacional de Justicia.

Aquí importa observar ambas actuaciones estatales y los diversos grados de consistencia que mostraron. Entre los elementos más destacados que explican esta situación, según anotamos líneas atrás, está la unidad de la sociedad boliviana, a diferencia de la sociedad chilena, en lo que a voces discrepantes con la actuación de sus respectivas representaciones se refiere. En segundo lugar y ratificando aquello de la importancia que tiene la memoria estatal (que suele jugar malas pasadas) no deja de llamar la atención la estrategia chilena, en ligar la actual demanda boliviana con el Tratada de Paz de 1904, luego de la guerra del Pacífico. Con todo, más allá de las argumentaciones y contra-argumentaciones legales, lo cierto es que un Estado y otro Estado muestran distintos grados de actualización o estancamiento en el tema. En estas líneas, hemos tratado de reflexionar precisamente a cerca de esos diferentes grados, a propósito de la actuación de ambos Estados en La Haya.

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UNA MIRADA DESDE LA TEORÍA DEL ESTADO (PARTE 2)

Omar Qamasa Guzmán Boutier

Si se dice que en una guerra -para el caso la del Pacífico- se enfrentan “acumulaciones históricas” (Zavaleta 1988), se quiere señalar desde el punto de vista estatal, el desarrollo de los Estados, en términos de correspondencia con su sociedad. Hemos visto la disparidad que al respecto mostraron Bolivia y Chile, en el siglo XIX. Por otro lado, debe anotarse también que en todo ello el Estado, en tanto institución, acumula experiencias, recuerdos, historias. En estos casos, a estas acumulaciones vamos a denominarlas “memoria institucional”. Pues bien, los diversos desarrollos estatales marcan también diversas trayectorias, diversos recorridos. Estas trayectorias, estas historias, significan también distintas memorias acumuladas. El que las instituciones tengan una determinada carga histórica o una memoria particular, explica a la larga la conformación de las propiedades de su carácter y de su modo de ser.

En un primer momento de esta evolución tenemos, entonces, los orígenes coloniales de los momentos constitutivos de los Estados en Chile y Bolivia. Modos de ser que sostuvieron, en lo posterior, la propia guerra del Pacífico. La manera en cómo llegaron ambos países a 1879 fue pues el resultado de aquellas distintas trayectorias. En la manera de llegar actuaron también las distintas memorias estatales.

En la disputa bélica, tanto las acumulaciones (el precoz óptimo estatal chileno y la realidad estatal inestructurada de Bolivia), como las memorias institucionales (fuertemente militarista en Chile y burocrática elitista -la lógica de las “roscas letradas”- en Bolivia), definieron el resultado de la guerra del Pacífico. Se entiende también que tras cada una de estas modalidades de constitución estatal, se encontrará actuando una ideología determinada, una particular visión del mundo.

La ideología de Estado se halla compuesta no sólo por la convocatoria discursiva durante el momento constitutivo, sino específicamente por el contenido de dicha convocatoria a la sociedad, en aquel momento. A ello hay que sumar, además, las construcciones discursivas, ideológicas, posteriores al momento constitutivo. El caso boliviano, a propósito de su reclamo por un acceso soberano al mar, es aleccionador al respecto. Aquí tenemos un componente discursivo (que con el tiempo devendrá en una parte de la ideología del Estado boliviano) que cumple la función de lazo unificador, universal, nacionalmente hablando. Está claro, por otra parte, que desde la guerra del Pacífico hasta el presente, la relación Estado – sociedad en Bolivia, ha experimentado modificaciones al impulso de motivaciones sociológicas y políticas.

Eventos tales como la revolución nacional de 1952 o las reformas actualmente en curso, han significado, desde el punto de vista de la relación anotada, la expansión de la base social del Estado, es decir la inclusión al ámbito estatal, del acervo humano de la mayor parte de la sociedad boliviana. En definitiva, aquellas reformas políticas han contribuido a la conformación de un Estado con mayores posibilidades de expresar a su sociedad. El que estas posibilidades continúen distorsionando esa relación, a causa del formato monocultural del Estado, es parte de otra discusión. Por supuesto que aquellas reformas, a su turno, han sido consecuencia de movimientos nacionales de autodeterminación; lo que quiere decir que la inclusión de la sociedad al ámbito estatal, bajo los supuestos de la igualdad, pueden considerarse verdaderas conquistas sociales. Desde ya, lo concreto será la modificación en la relación Estado – sociedad, superando la inestructuración estatal del siglo XIX.

En contrapartida, el Estado en Chile tendrá un devenir distinto. Aquí el óptimo estatal alcanzado de manera precoz mostrará signos de agotamiento, principalmente por el movimiento de la sociedad chilena en pro de reformas democráticas y por los efectos políticos de la exclusión indígena permanente. Esto nos dice que la ecuación en la relación óptima Estado y sociedad, es un fenómeno que no se produce de una vez para siempre, sino un hecho en movimiento, que debe ser constantemente alimentado. Es decir, un fenómeno que debe ratificar de manera permanente una hegemonía (ya que, por medio del óptimo estatal, se despliega un discurso hegemónico), a fin de mantener aquella relación óptima.

Sin embargo, mientras la sociedad chilena presiona para modificar la propia interpelación (de carácter militarista) dada en el momento constitutivo de su Estado, la memoria institucional de éste actúa en sentido inverso, bloqueando en lo principal, aquellas pulsiones democráticas e inclusivas. El peso de esta memoria asume, para con la sociedad chilena y por medio de los operadores estatales, características no democráticas, debilitando consiguientemente los discursos de legitimación del Estado.

A lo largo del tiempo (que principia, puede decirse, la tercera década del siglo pasado), es este cuadro el que contribuye al desgaste de aquél inicial óptimo. La situación que comienza a configurarse nos revela no sólo que los discursos hegemónicos (incluso si son resultado de un momento constitutivo, como en este caso) envejecen, sino que, por ello mismo, demandan nuevos vínculos, también discursivos, entre el Estado y la sociedad. Se trata de una demanda, visto desde el ámbito societal, que busca recuperar el óptimo, en la relación entre ambos.

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UNA MIRADA DESDE LA TEORÍA DEL ESTADO (PARTE 1)

Omar Qamasa Guzmán Boutier

Los alegatos presentados ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya, por Bolivia y Chile, para definir si ese organismo internacional tiene o no competencia para considerar la demanda presentada por Bolivia, arrojará, a no dudar, interesante y abundante material para la reflexión doctrinal en las teorías del Derecho Internacional, para los círculos académicos. La naturaleza misma de la acción judicial así lo determina. Pero, a la vez, el hecho ofrecerá igualmente una importante oportunidad para la reflexión desde la teoría del Estado. En estas  columnas pretendemos ensayar esta última posibilidad.

En el estudio del Estado, importa observar la relación que éste guarda con la sociedad y, desde una lectura llamémosla historiográfica, también la historia, internalizada por los Estados; es decir, en último término, la memoria institucional. Estos dos componentes, finalmente, deben circunscribirse a observaciones específicas; para el caso nuestro, a Bolivia y Chile.

Se denomina óptimo estatal a la relación de correspondencia y fluidez entre la sociedad y el Estado. Una relación de pertenencia, que permite, por ello mismo, el carácter fluido de la relación entre ambos. Le debemos a Zavaleta Mercado la comprensión de que algo existe en estos términos, solamente si las respectivas sociedades se han unido en términos nacionales, o sea si se ha constituye la unidad nacional.

En el año de la pérdida de la salida boliviana al mar (1879), el Estado chileno presentaba, de manera precoz, un óptimo estatal mientras que Bolivia representaba el polo opuesto, exhibiendo formas casi pre-estatales de existencia. En ese orden, la suerte del conflicto armado estaba echada de antemano, en el entendido que en una conflagración militar se enfrentan en lo principal Estados, estructuras estatales. De tal manera que la resolución del conflicto no pudo menos que favorecer a la política chilena, de expansión sobre el departamento del Litoral boliviano. Que en esta política hubiera tenido gran importancia el “auspicio” inglés, no hace sino ratificar la disparidad de entonces en la constitución estatal de uno y otro país, así como la diferente valoración que ello supuso, por parte del mercado internacional.

Se ha dicho que estas dos realidades estatales respondían, a su vez, a la manera en que se ha configurado en cada uno de estos casos, el momento constitutivo. Nuevamente nuestra deuda con Zavaleta en este punto es grande. Nos explica este sociólogo, que el precoz desarrollo estatal chileno correspondía a la manera en que ese Estado había nacido: en guerra de exterminio contra los pueblos indígenas del sur. La lógica militar, autoritaria, era entonces un elemento en la convocatoria para la sobrevivencia de los colonizadores, por lo que el carácter militarista de esta convocatoria fue aceptado de forma natural. Esta aceptación sentará raíces profundas en esa sociedad, reflejándose al punto tal de sostener tempranamente un ejército permanente, pagado con fondos públicos.

Al contrario, la constitución estatal en Bolivia tuvo una lógica burocrática, consistente en el desplazamiento y la ocupación de la pirámide social, política y administrativa del incario. Desde ya, estas diferencias nos hablan de pueblos indígenas también distintos. En el caso de los andes, nos encontramos con pueblos indígenas estatalmente organizados aún antes de la llegada de los españoles, mientras que en el caso chileno estamos frente a pueblos no organizados; aquí sí, pre-estatales. Con todo, el tipo de solución dado en los andes a la tensión entre colonizadores y colonizados requerirá un entramado burocrático, administrativo y jurídico, antes que una “red” militar, para la sobrevivencia de los colonizadores. En lo que hoy es Bolivia, entonces, tenemos que durante aquellos años, la contradicción general entre colonizadores y colonizados, no transcurrirá bajo la lógica de la guerra de exterminio, sino bajo los enredados caminos jurídicos y burocráticos. Será sólo en el período colonial tardío -siglo XVIII- que la guerra entre indígenas y españoles tomará importancia, pero será también el tiempo en el que el entramado colonial bajo las características burocráticas estará ya consolidado.

Lo decisivo en lo que nos interesa, sin embargo, no es sólo la forma de la constitución de estos Estados, sino el discurso de convocatoria social que se expresaba en uno y otro caso. En el ejemplo chileno, lo que vino a llamarse a sociedad oficial, no será sino la sociedad colonial en exitosa guerra contra los pueblos indígenas y unificada (esa sociedad oficial) por ello mismo, por la lógica militar. Aquí la aceptación y el apoyo a la lógica militar sentarán las bases para una relación fluida y de pertenencia entre la sociedad y su estructura política, administrativa y militar (es decir el Estado). Este óptimo estatal, recordemos, se basará desde sus primeras manifestaciones, no en una convocatoria democrática, sino precisamente en una convocatoria de corte militarista.

Al contrario, desde las primeras manifestaciones que luego devendrán en la constitución del Estado boliviano, las formas burocráticas de dominación no solamente que impedirán una guerra de exterminio del mundo indígena, sino que requerirán de este mundo para poner en marcha el propio sistema económico colonial. Se trata de una incorporación, pero, plasmada en formas servidumbrales de explotación de la fuerza de trabajo, por lo que a los colonizados no se les reconocerán derechos algunos y en consecuencia, tampoco podrán ser incorporados a la vida político interna. En este caso, por tanto, la sociedad expresada en el ámbito estatal, será sólo la pequeña parcialidad colonial. En tal sentido, la unificación de esta sociedad (considerada en su generalidad, como la de colonizadores y colonizados) será algo que no se ha producido entonces y consiguientemente, tampoco la conformación de un Estado expresivo de una sociedad unificada. Es en tal sentido que en este caso no podrá hablarse de una relación de fluidez entre el Estado y la sociedad, por cuanto una relación de esas características demanda en lo previo la unificación de la sociedad.

continuará...

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CORRUPCIÓN Y PODER

Omar Qamasa Guzmán Boutier

En varias oportunidades nos hemos referido, desde esta columna, a la corrupción como un  hecho sociológico; la corrupción considera como un mecanismo de ascenso social, de rotación y renovación de las élites. Estas explicaciones, por supuesto, son válidas al momento de la reflexión en torno a la corrupción, pero no agotan las consideraciones que sobre ella son posibles de formularse. Se puede pensar también, en un nivel de menor abstracción, a la corrupción como un hecho sistémico, es decir la corrupción como parte inherente al funcionamiento de un sistema dado. Finalmente, en un nivel mucho más concreto, puede hablarse de la corrupción -sino es abusar de los términos-   como una “práctica cultural”, o seade la cultura de la corrupción. En esta oportunidad, entonces, vamos a tratar de pensar la corrupción desde estas dos últimas posibilidades. Antes debe decirse que en realidad las tres perspectivas, para considerar el tema, no únicamente son válidas, sino que se hallan interrelacionadas.

Aunque se sataniza a la corrupción, lo cierto es que ésta ha resultado en muchas oportunidades funcional al Estado y a los partidos de gobierno (como el caso del Movimiento al Socialismo -MAS-, según veremos). Tal es así que la corrupción, por ejemplo, ha sido un elemento cohesionador del Estado mexicano, durante gran parte de la primera etapa del régimen del PRI. La “prebendalización del sistema estatal”, en este caso, ha sido parte de la propia conformación del Estadoluego de la revolución de principios del siglo XX. En este sentido es válido hablar de la corrupción como un hecho sistémico. No puede considerarse, por ello, en el ejemplo específico, a la corrupción como un elemento disfuncional ni al Estado, ni al sistema. El que hoy en día las cosas hubieran cambiado y la corrupción, al contrario, atente contra el sistema y el Estado de México es otra cosa; este cambio responde a fenómenos múltiples, que no están, pero, en el marco del interés de esta columna.

La corrupción deviene en disfuncional cuando dificulta la reproducción del sistema y pone en tela de juicio la soberanía estatal. En el fondo, la razón para que el sistema vea dificultada los  ciclos de su reproducción se deben a que la rotación del capital se ve ante circunstancias enturbiadas para su rotación. Se entiende que la disfuncionalidad de la corrupción, entonces, nos habla de la falta de seguridad jurídica, de la ausencia, en los hechos, de instituciones, de la falta de transparencia en el ámbito económico-comercial y de la competencia bajo la lógica salvaje del capital. El remate de este ambiente enturbiado será precisamente la crisis sistémica, incluyendo al Estado.

Hemos indicado, apoyados en el ejemplo mexicano de la primera mitad del siglo pasado, que la corrupción ha servido, al contrario de lo que puede pensarse, para asentar un sistema. Esto quiere decir que la penetración del capital (no olvidemos que hablamos para entonces de un país atrasado, desde el punto de vista del capitalismo) se vio facilitada gracias a la corrupción. Por lo demás, algo similar ha ocurrido en nuestro país. Sin que nadie se moleste, está claro que, por ejemplo, la región oriental se ha impulsado no únicamente por el excedente económico proveniente de la minería, sino también por la corrupción. De hecho, en el histórico juicio de responsabilidades al ex-dictador Hugo Banzer, Marcelo Quiroga ha centrado parte de su argumentación también en la corrupción, promovida por la dictadura en beneficio de las élites cruceñas, a lo largo de la década de 1970.

En un delimitación mayor, nadie puede negar que el gobernante MAS ha desplegado prácticas corruptas para sujetar, por medio de la prebenda, a no pocos dirigentes sindicales, para alentar el transfugio político, para imponer autoritariamente proyectos como el de la carretera por el TIPNIS o para anular a opositores al gobierno. En todos los casos, la corrupción ha sido pues funcional a los intereses particulares del MAS. Tal es así que, cuando la sociedad ha podido expresarse democráticamente, todo el edificio de papel del gobierno se ha derrumbado. En la mayoría de los casos, pero, al amparo del manejo discrecional de los tres Poderes (Legislativo, Judicial y Ejecutivo) el partido de Evo Morales ha hecho lo impensable para que las huellas de la corrupción no manchen demasiado a este partido. Ello puede ejemplificarnos el pasaje de la corrupción funcional a la faceta disfuncional para el MAS.

Con todo, algo queda en el imaginario de la sociedad con estas muchas muestras referidas a la corrupción desde las esferas del poder, a lo largo de la historia. Y lo que queda, es el mensaje que por medio de la corrupción se alcanzan valores materiales. No es por majadería que algunas veces  recordamos que Evo Morales, en su calidad de primer servidor público, hubiera llamado varias veces a delinquir. El daño que se hace a la cultura de la anti-corrupción es muy grande. Al contrario, lo que se alienta es más bien prácticas no santas, en el manejo de las instituciones públicas.

Por supuesto que la tradición boliviana, en este orden, es de larga data y puede remitirse a la época de la colonia, en la que principio aquello del “se acata, pero no se cumple”. Así las cosas, en efecto, puede decirse que hemos cultivado una cultura, referida al manejo discrecional, autoritario, retorciendo la normativa en las instituciones públicas. No se salva ninguna institución; desde las universidades hasta la policía, pasando por municipios, gobernaciones, servicios de salud, todas las instituciones son administradas como verdaderos botines de guerra. Prima la lógica del interés de grupo, de las “roscas” y no la captación del más apto, de la meritocraciaweberiana. Es, pues, la corrupción en su nivel más concreto, cotidiano, por lo que a nadie le parece anormal que las cosas fueran de esta manera.

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ZAVALETA MERCADO VISTO POR H.C.F. MANSILLA

Omar Qamasa Guzman Boutier

Bajo el título de “Una mirada crítica sobre la obra de René Zavaleta Mercado”, H. C. F. Mansilla nos presenta su última producción teórica. Se trata de un libro interesante, al presentar una lectura muy diferente a las acostumbradas laureatorias, referidas a Zavaleta. Es verdad que estos dos pensadores bolivianos (Zavaleta y Mansilla) representan posturas teóricas muy distintas, ello pero no impide valorar el trabajo de ambos. Al contrario, puede decirse que la mirada crítica de Manilla incluso contribuye a enriquecer una re-lectura de Zavaleta, sin la necesidad de compartir necesariamente los puntos de vista de Mansilla. Lo importante en esto es mantener una distancia crítica respecto a ambos.

Preguntarse ¿qué y cómo leemos una obra teórica? es pertinente a la hora de acercarnos a cualquier pensador. René BascopéAspiazu, en un taller de literatura, nos decía que un escritor, cuando lee a otro escritor, no lo hace como un lector común. Creo que esta orientación puede trasladarse también al ámbito de los ensayos teóricos. En todo caso, reflexionar en torno a la obra de cualquier pensador, supone privilegiar en nuestro foco de interés, partes de esa obra y ordenar la consideración de dicha obra según ese interés. Se trata, por supuesto, de criterios metodológicos sobre los que, posteriormente, descansará el armazón del estudio crítico. Pero es cierto, también, que la elección del método no es del todo arbitraria y que en gran medida es el “objeto de estudio” el que avala la pertinencia de una opción metodológica.

Mansilla ha privilegiado el enfoque desde la filosofía del psicoanálisis, para indagar en torno a los motivos de la popularidad de la obra de Zavaleta Mercado, así como de las ideas y del sentido de éstas, que en esa obra se expresan. Aunque para el primer propósito la opción elegida tiene cierto valor (según Mansilla, esa popularidad se debe a que Zavaleta comparte “los prejuicios de una buena parte de la población”), no puede decirse lo mismo cuando es el cuerpo teórico el que se quiere analizar. No tiene el mismo valor según nuestra manera de entender las cosas, porque, si bien la filosofía del psicoanálisis nos conduce a encontrar los vasos comunicantes entre el cuerpo teórico y los prejuicios populares (que es, entre otras, lo que Mansilla se propone, ya que ello explicaría el cariño que siente el público hacia la obra de Zavaleta), ya no nos es de mucha utilidad cuando debe analizarse la teoría zavaletiana en sí. A esta última consideración venía nuestra pregunta, en torno a ¿qué es lo que leemos, cuando leemos la obra de un pensador?

Una consecuencia de la opción elegida por Mansilla será que el abordaje al cuerpo teórico de Zavaleta muestre algunas limitaciones. Una de ellas, por ejemplo, bien puede referirse a la no consideración de temas que la obra de Zavaleta sugiere o presenta para un posterior desarrollo; es decir, a no concentrarse en las consecuencias teóricas que se desprenden de la obra de Zavaleta. Aunque es verdad que Mansilla puntualiza una de ellas; la referida al “teorema de la paradoja señorial [que] representa uno de los logros más prometedores de la obra de Zavaleta”, aunque no explotada por los seguidores de René Zavaleta y lamentablemente, tampoco profundizada por Mansilla. Con todo, este aporte de Mansilla en torno a la obra de Zavaleta es, creo, ciertamente importante porque marca una interesante veta a explorar. Otro ejemplo de la limitación que anotamos, puede observarse en relación a “los gobiernos [supuestamente] izquierdistas en los períodos 1952-1964, 1982-1985 y a partir de 2006” y el surgimiento de nuevas clases altas. Es cierto que la opinión de Zavaleta sobre este fenómeno ha sido débil, lo que no quiere decir que lo hubiera ignorado. Pero además de constatar un hecho caso obvio en el país (precisamente el surgimiento de nuevas clases altas gracias a gobiernos “izquierdistas” por un lado y por otro, gracias a la corrupción) convendría detenerse en un dato también notorio: que la renovación de las élites se opera gracias a y en períodos de autodeterminación nacional, en el que la administración estatal se encuentra bajo la responsabilidad de aquellos gobiernos. En este orden, puede decirse que tanto el aporte zavaletiano (referido a la “prebendalización del sistema estatal”), como el enfoque de Mansilla nos podrían servir para profundizar la reflexión al respecto.

Antes de finalizar esta columna apuntemos algunas consideraciones. Primero; junto a lo ya valorado en el texto de Mansilla, no olvidemos su insistencia referido a lo que llamó “las trampas de lo concreto”. En esta parte Mansilla dirige sus observaciones a los críticos de la cultura occidental y afirma que las teorías de estos críticos se han mostrado “inoperantes ante las trampas de lo concreto”. No siempre es un buen consejo tomar como referencia, para la calificación de una teoría, a lo concreto (aunque en el mismo Zavaleta puede encontrarse algo de ello). Lo concreto, como referencia para evaluar una teoría exige ciertos recaudos, como el tomar en cuenta el carácter histórico, precisamente de lo concreto. Bajo este supuesto, las teorías también deberían, para su consideración, circunscribirse históricamente y ello ya nos plantea un límite para la propia teoría. Por ello creo que, a fin de aprovechar el potencial que la observación de Mansilla ofrece habría que puntualizar lo siguiente. El abordaje de las teorías debería privilegiar la atención en torno a la “calidad”, la consistencia, de sus componentes: conceptos, teoremas, hipótesis.

Segundo; quisimos mostrar en estas pocas líneas que no es necesario el atrincheramiento teórico, para valorar elementos de cualquier teoría, por más que sostenga una postura contraria a la del lector (porque, de ser así algunos no podríamos leer al “divino Platón”, a George Simmel o a Heidegger; estos dos últimos incluso con cierta afinidad con el nacionalsocialismo alemán). En base a dos teóricos opuestos, como son Zavaleta y Mansilla, hemos intento encontrar áreas de contacto que estimulen el debate. Ello exige, al igual que frente a toda teoría, una distancia respecto a los pensadores, ateniéndonos a las propuestas que nos presentan. No se trata de un relativismo, muy de acorte a las teorías postmodernas, sino de un auxiliar técnico, para seguir en la tarea por la comprensión de nuestro espacio y nuestro tiempo.

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TELESUR Y LA DESINFORMACIÓN

Omar Qamasa Guzman Boutier

Más o menos a las mismas horas en que los dirigentes del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) mascullaban las angustias de la derrota electoral del 5 de abril en sendas gobernaciones y municipios, la cadena internacional televisiva Telesur “informaba”, desde Caracas, que el partido de Evo Morales había “ganado” en las elecciones subnacionales de Bolivia. Mayor muestra desinformativa no puede ya esperarse y sólo el burdo manejo de la agenda partidaria, reflejada en la información, supera ello. Causa alguna sonrisa este hecho si, por ejemplo, recordamos que en la disputa por quién desinforma mejor, un comentarista de Telesur (que lleva un parche en el ojo y al que ya sólo le falta la mano de garfio, la pata de palo y un loro en el hombro, para completar al personaje), llamaba a la competencia “los cleptómanos de Atlanta”.

Se suponía que la creación de Telesurrespondía a la voluntad interestatal de la región por democratizar la información y poner freno al monopolio que las grandes cadenas internacionales ejercían, con el consiguiente costo de la información tergiversada. Esta voluntad manifiesta en realidad iba de acuerdo con los nuevos vientos que inauguraron el milenio y que, en criterio de dichos gobiernos, abría nuevas opciones, nuevas alternativas a las sociedades del continente. Pero, al igual que con los gobiernos, sostén de Telesur, también con respecto a esta cadena cundió rápidamente el desencanto y el maquillaje del engaño comenzó a correr, dejando al descubierto la naturaleza tan manipuladora y desinformadora como los de la competencia, a la que se cuestionaba.

En realidad no representa novedad alguna el hecho que también Telesur incurra en la deleznable práctica de la desinformación; lo hacen todas las grandes cadenas: CNN, BBC, DW, entre las más destacadas. Si entre todas las cadenas hay un denominador común, éste es el hecho que pertenecen y representan en la materia, grandes intereses económicos y políticos. La información, en este sentido, además de constituirse en una mercancía, es principalmente un instrumento en la menuda disputa que los poderes detrás de estas cadenas sostienen. Lo es, por el efecto que provocan; efectos que hay que entenderlos en dos planos. En el de la audiencia y (en un nivel más restringido) en el del poder, es decir en el de los actores políticos y económicos. En el ejemplo de la desinformación de Telesur, está claro que se trataba, ante los ojos de la opinión pública continental, de maquillar la derrota del MAS en Bolivia, haciendo aparecer el hecho como una victoria.

Pero si la ligazón con diversos factores de poder político y económico de las grandes cadenas televisivas y el consiguiente manejo de la información de acuerdo con la agenda establecida por dichos factores no es novedad, sí podemos encontrar, apropósito del ejemplo de Telesur, algunas novedades. La primera, aunque de menor valor y seguramente dentro de los cálculos de Telsur y sus patrocinadores, se refiere a la pérdida de credibilidad ante la audiencia boliviana. La pérdida de credibilidad es también la pérdida de confianza en la calidad informativa y en este orden puede decir que esta audiencia, al menos tiene ahora suficientes motivos como para acoger con duda, la información que recibe. Seguramente en otros países (como Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina) donde la falsificación de los hechos por parte de esta cadena tiene larga data, aquél sentimiento de duda es algo que ya se da por descontado. Pero incluso sumando todas las audiencias que pudieran haber asumida una distancia crítica con respecto a esta cadena, la situación sigue siendo una novedad de corte menor.

La segunda novedad que el hecho nos arroja es, creo, de mayor importancia, al menos en el plano de la teoría. Recordemos que Telesur es el resultado de la decisión de varios Estados de la región, en procura por “democratizar” el manejo informativo. Es válido decir que esta iniciativa fue concomitante a la propia democratización del orden mundial, entendida esta democratización como la conformación de un orden mundial multipolar, en lugar de un mundo unipolar. Lo que ahora queda claro, es que la denominada democratización de la información no siempre supone veracidad informativa. Yen un plano general, la democratización del orden mundial no necesariamente supone la democratización interna de las sociedades.

Por ello, pues, visto desde la perspectiva de la sociedad, efectivamente el ejercicio de la democracia (y dentro de ella, el derecho a la información veraz) sigue siendo un desafío y no es algo que deba darse por sentado. En materia informativa, hoy por hoy y frente a la multiplicación de cadenas internacionales de des-información, el ejercicio de ese derecho requiere de una participación activa, crítica, de la audiencia. La verdad, en medio de la red de desinformadores, emerge y es posible reconocerla. Lo es, porque en su menuda disputa estas cadenas no pueden sino dejar de filtrar trazos de información veraz. Lo hacen con respecto a temáticas o con relación a regiones del mundo, pero en todos los casos, la verdad como apoyadura (y no importa aquí si la intención de su uso es intencional y funcional a algún factor de poder) es un dato que debe ser discernido por la audiencia. Que ello demanda un Sujeto crítico, activo, en el consumo informativo, es algo innegable, como lo es también el hecho que por ese camino, es posible pensar en la conformación molecular, nuevamente, de una opinión pública crítica.

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CONTEXTO DE LAS ELECCIONES SUBNACIONALES

Omar Qamasa Guzman Boutier

No es necesario poseer una bola de cristal, para decir que el mapa político que surgirá de las elecciones subnacionales del domingo pasado, será un mapa algo engañoso y no reflejará, del todo, el realineamiento político, en las distintas regiones del país. Para sostener ello, basta observar las condiciones que contextualizaron estas elecciones.

Y lo que en este orden destaca, son perlas tales como el chantaje de Evo Morales, a los votantes, para que no beneficiaran con su voto a los partidos de oposición; los lamentos del vice-Ministro Pérez por no poder fusilar a quienes no voten por el gobernante Movimiento al Socialismo (MAS). Junto a estas dos muestras también debe nombrarse otras, más de carácter sistémico, si se quiere. En este orden, tiene primerísima importancia el parcializado órgano electoral. El virtual asalto masista, en el pasado, a este órgano debería rendir sus frutos. Así al menos, seguramente, lo pensaron quienes, desde el Tribunal Electoral inhabilitaron a candidaturas de oposición de diversas regiones del país, entre los que destacan el departamento del Beni, la ciudad de Cochabamba y el departamento de Potosí. Otro elemento sistémico que contribuye a la poca credibilidad de este proceso electoral, es el de la Fiscalía. Se supone que la presencia del Ministerio Público debería servir para dar fe del acto electoral. Precisamente una de las instituciones más desprestigiadas del país, como garante de un evento electo electoral es, realmente, el colmo de la ironía.

Es, pues, en este clima enrarecido en el que la ciudadanía concurrió a “elegir” a las autoridades del nivel subnacional. Por ello y sea cual sean los resultados, éstos no reflejarán ni las preferencias electorales en ese  nivel y menos las tendencias políticas en desarrollo. Lo mismo puede completarse si señalamos que estas tendencias, por tanto, en algunas regiones, permanecerán ocultas y no serán visibles para el sistema político oficial. Seguramente en el MAS se “pensará” (es un decir, claro, porque recordemos, en este partido está prohibido pensar) que consiguientemente tales tendencias no existen.

En lo institucional, las consecuencias se expresarán en dos órdenes. Por un lado, las autoridades “electas”, en algunos casos asumirán instituciones políticamente debilitadas de antemano. Si no pudo expresarse la preferencia política de la ciudadanía porque el órgano electoral impidió la competencia de candidatos de oposición en varias regiones, es claro que no puede hablarse de una verdadera práctica democrática de la que resultan electas autoridades con legitimidad. Por tanto, el desgaste político es ya un signo de estas instituciones. Por otro lado, pero y en un nivel de mayor abstracción, el sistema político boliviano en su conjunto se debilita. Ello, debido a que ni las candidaturas que no lograron ser anuladas en beneficio del MAS por el Tribunal Electoral, ni las instituciones que han renovado sus titulares vía estas elecciones, pueden recoger las tendencias políticas ocultas, que no han podido expresarse. En síntesis, tenemos en este punto, que las mediaciones estatales se están debilitando rápidamente, como consecuencia de la actuación antidemocrática del MAS y del TSE.

Por ello, especular respecto al mapa político boliviana, a partir de los resultados oficiales, resulta ocioso. El entusiasmo de los Medios paraestatales, dirigidos a “control remoto” desde el MAS, resulta en el mejor de los casos, ingenuo. Lo que tendremos será un mapa político parcialmente veraz. Veraz en aquellas regiones y municipios en los que el binomio MAS-TSE no pudo cercenar los principios democráticos básicos. Lo mismo vale para los denominados “liderazgos” regionales o locales. En muy pocos casos, efectivamente es válido hablar de ello, porque en la mayoría, lo que tenemos son competencias ya sea sin competidores o en su defecto, con simples portavoces del Palacio de Gobierno.

Con todo esto es válido decir, pues, que al MAS no le interesaron las elecciones pasadas como una expresión de la democracia, sino simplemente como una formalidad para imponer abusivamente, en muchos casos, a los portavoces masistas, en calidad de autoridades subnacionales. En este orden, a su turno, al órgano electoral no le interesó garantizar a la ciudadanía el ejercicio de sus derechos democráticos básicos, sino el garantizar que su socio -el MAS- pudiera cumplir sus propósitos. Uno de ellos fue, recordemos, el de invisibilizar la conformación de las nuevas tendencias políticas que marca la preferencia ciudadana.

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VENEZUELA Y EEUU

Omar Qamasa Guzman Boutier

La rara situación compuesta por la posibilidad de coincidir con la presión norteamericana al gobierno venezolano por un lado y por otro, de ignorar la evidente crisis de este último país en medio de sonadas denuncias de corrupción y atropello a los Derechos Humanos, ha creado un ambiente de chantaje moral que tiene arrinconada, en alguna medida, a la opinión crítica latinoamericana. Conviene pues puntualizar algunos elementos, en la perspectiva de bosquejar una postura respecto, tanto a la soberanía de nuestros países, como de los derechos democráticos de nuestras sociedades.

La complejidad de esta situación radica en que, si bien en lo externo los gobiernos sudamericanos mayoritariamente contribuyen a la formulación de un orden mundial multipolar, en lo interno asumen rasgos autoritarios y antidemocráticos. Por lo demás, con más o menos semejanzas, un dilema similar vivió la izquierda europea, con respecto a la ex-Unión Soviética y los gobiernos de EEUU; el surgimiento de la entonces “nueva izquierda” y eventos sociales tales como el mayo francés, son expresivas de ello.

La crisis venezolana contiene algunos elementos que son común al resto de los países del continente: gobiernos con tendencias autoritarias, hechos de corrupción en los que están implicados personajes de los más altos niveles como ser ministros y parlamentarios y debilitamiento de la institucionalidad estatal, por conveniencia política de los gobiernos. En lo externo, pero, el caso venezolano ha suscitado la reacción, casi incomprensible, de la administración norteamericana al declarar a Venezuela como amenaza para la seguridad estadounidense. Esta declaración ha servido, coyunturalmente, para cohesionar al gobierno con los sectores sociales pasivos, es decir no activamente oficialistas. Pero, más allá del polvo que esta situación levanta, quedan algunas preguntas.

En primer lugar, conviene preguntarse si, lo que más por costumbre se denomina imperialismo, es el mismo fenómeno de hace cuatro décadas. En segundo lugar, importa preguntarse en torno a la validez de comparar a las sociedades latinoamericanas de entonces, con las actuales. Y tercero, a la luz de las dos consideraciones anteriores, debe reflexionarse respecto a los gobiernos y su discursividad izquierdista.

El actual fenómeno que llamamos globalización, es un hecho cualitativamente distinto al imperialismo. Se trata de una “evolución” del capital, que ha modificado parcialmente el mapa de la división internacional del trabajo. Junto a la calidad de países exportadores de materias primas, no nos sorprende encontrar hoy en estos mismos países altos grados de industrialización, ya sea por la presencia de enclaves industriales o por la alianza con empresas transnacionales. En todos los casos, la dirección que recorre el excedente económico captado continúa alimentando a los centros mundiales del capital. Lo que se discute es el grado en que ese excedente resulta retenido en nuestros países. En realidad este tema también ha estado presente en los movimientos antimperialistas de hace medio siglo atrás, pero la diferencia con estos tiempos es que ahora el mayor excedente retenido no resulta, necesariamente, contradictorio con el capital global.

Tal es así que en Bolivia las empresas transnacionales de los hidrocarburos han obtenido con el gobierno de Evo Morales, por lo menos el mismo beneficio proyectado en tiempos de los gobiernos “neoliberales”; y lo mejor, en un ambiente de estabilidad política. Si volvemos a la nomenclatura marxista tendríamos que decir que se trata de la autonomía relativa del Estado. No dejaría de ser, pero, un curioso dato, en el que las instituciones políticamente más importantes (el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo) se alimentan de una verborrea anticapitalista y “marxista”. No se trata de una anormalidad -visto desde el lado del capital, como en Chile de Allende- sino de un lujo que se puede conceder el capital global. Mientras que en las décadas de 1960-1970 tras el discurso marxista se encontraba la clase obrera (llamada a sustituir a la burguesía en la historia, de acuerdo al marxismo), en la actualidad las transformaciones que supusieron las revoluciones de la robótica, el Internet, las comunicaciones, han configurado una clase obrera cada vez más reducida, desorganizada, dispersa, por lo que el marxismo como discurso de estos gobernantes, no representa peligro alguno para el capital.

Por ello, quienes agitan este discurso en la creencia de expresar el anhelo de las clases subalternas, aparecen a los ojos de la opinión pública vacíos de cualquier contenido progresista. En todo esto, además de los temas ya señalados, surgen otros que merecen ser analizados con mayor detenimiento, tales como la cuestión de la plusvalía en estos tiempos. ¿Dónde tiene lugar, ahora, ésta?, cuando las más altas tasas de ganancia se encuentran en las diversas ramas de los servicios, como las comunicaciones. ¿Cómo debe entenderse la autonomía relativa del Estado, en tiempos del capital global?

Por todo ello, la protesta de los países del ALBA (el sindicato del ALBA, en palabras de Víctor Hugo Cárdenas) por la intromisión del imperialismo, no pasa de ser un saludo a la bandera. Tampoco es algo que los gobiernos de estos países no se dieran cuenta. Al contrario, todo indica que la innecesaria resolución norteamericana, bajo el pretexto del atropello a los Derechos Humanos (porque a los EEUU siempre le ha importado muy poco el respecto a los Derechos Humanos) ha servido a estos gobiernos para crear momentáneamente una cortina de humo. Permite distraer la atención de la opinión pública local de hechos de corrupción de verdadera magnitud y formular un chivo expiatorio para descargar responsabilidades por la crisis. El discurso “antimperialista” de estos gobiernos constituye, a lo sumo, un discurso destinado para el consumo de idiotas.

Está claro que no se defiende la soberanía atropellando los derechos democráticos de la sociedad y desinstitucionalizando su vida política. El que estos gobiernos actúen de esta manera, pero, es coherente con el momento sociológico, consistente en la renovación de las élites, en el marco de un proceso mayor como es el de la movilidad social, vía la utilización corrupta del poder político.

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PATRONAZGO Y MINISTROS DE SEGUNDA

Omar Qamasa Guzman Boutier

Hubo un tiempo en el que el análisis político suscitaba la duda de si debería emprendérselo desde el análisis de las estructuras, de los sistemas o desde el de los comportamientos de los actores, en situaciones concretas. Así, el debate contraponía al análisis abordado desde una perspectiva macro, estructural y el emprendido desde una perspectiva micro.

En realidad, se considera que una u otra opción metodológica corresponden a lo que se pretende analizar y consiguientemente, el método en el que se apoye no debería ser resultado de la sola elección del analista. Este preámbulo viene al caso a propósito de un hecho casi anecdótico -el despido del ex-ministro de Cultura- que, sin embargo, puede ayudarnos a comprender el proceso social  estructural, macro, que vive Bolivia.

La idea guía (la hipótesis, diríamos si estuviéramos en una disertación académica) de la que partimos plantea que, en la actual fase del proceso social boliviano, la ampliación de la clase dominante se opera desde el poder político (digamos, marginalmente, que en nuestro país el poder político, en gran medida, es un mecanismo de ascenso social y/o desplazamiento de sectores de la clase dominante, por otros), por medio del usufructo de los bienes públicos, en beneficio privado. Importa, en consecuencia, observar los detalles, lo micro, del poder durante  esta fase, porque a partir de ella, en lo posterior, se comprenderá los cambios de la conformación de la sociedad, particularmente en los estratos superiores. No es solamente el capital económico el que se encuentra en disputa, sino todos los demás capitales (en el sentido de Bordieu) que, a su vez, a la larga también repercutirán en el capital económico. Vistas así las cosas, formar parte del equipo gobernante en esta coyuntura de movilidad social es algo muy valorado, por lo que, en criterio de alguna gente menuda, bien puede soportarse algunos puntapiés del jefe, en momentos de malhumor.

La manera en que fue despedido el ex-ministro en cuestión ilustra el modo en el que el MAS opera desde el gobierno, en la coyuntura social señalada. Evo Morales no solamente demuestra la falta del mínimo respecto a sus más cercanos colaboradores, sino también el criterio que tiene sobre ellos. Se trata de personas considerados, de facto, por el jefe, como chiquillos que no pueden actuar sino en base a jalones de orejas. Si nos atenemos a la opinión de Rafael Archondo (expresada en una entrevista dominical en ATB), ello sería la derivación de la creencia de Morales, de asumir el papel del patrón, en tanto cabeza del Poder Ejecutivo. Pero también es cierto que el carácter autoritario y despótico de la cabeza de este gobierno, corresponde a la presión que sectores sociales emergentes ejercen, en el plano macro de la sociedad, para desplazar, al menos a algunos sectores de las antiguas clases dominante o en su defecto, ser aceptados por ellas.

Por otro lado, digamos que la existencia de uno o varios déspotas en un cuerpo colegiado (para el caso, el equipo gobernante) se debe también a la existencia de personas, no únicamente dispuestas a aceptar tal situación, sino incluso agradecidas por el maltrato. Tal es así, en efecto, porque estos personajillos, deben toda su existencia en el ámbito político, al jefe del partido. Sujetos sin personalidad podría decirse (con la honrosa excepción de la ex-ministra de Defensa, que renunció al cargo luego de la arremetida policial ordenada desde Palacio de Gobierno, contra la marcha indígena en el 2011) que hoy por hoy, llenan todos los puestos del poder (ministerios y curules parlamentarios, en lo principal). Todos ellos deben en primer lugar, su ingreso a la política y por tanto su permanencia en ella, al jefe del partido y en algunos casos, secundariamente, a la fuerza de la presión social de sectores beneficiados por el actual manejo de la cosa pública, como son los productores de coca del Chapare, los mineros cooperativistas y los propios transportistas.

Es válido, al mismo tiempo, plantear que el manejo autoritario del gobierno no es sino la prolongación de la mentalidad autoritaria, prevaleciente no sólo en la cultura política boliviana, sino en la sociedad toda. Hay, pues, un sustrato autoritario, no dialogal, antidemocrático, en lo que puede llamarse el inconsciente colectivo boliviano. La manera en que éste se expresa en el ámbito del poder, se refleja en la arbitrariedad y el atropello de cualquier allegado al partido de gobierno. Al final, si el jefe atropella a sus más cercanos colaboradores, ¿porqué no habría de hacerlo cualquier hijo de vecino, con alguna cercanía con el partido gobernante con la población de a pie o con los poquísimos periodistas honestos? (esto último, a propósito de la brutal golpiza del abogado Waldo Molina Gutiérrez al periodista Rogelio Peláez, por haber sido puesto al descubierto en actos de corrupción que bordearía el medio millón de dólares).

Para el país, el resultado de todo ello es el debilitamiento de las instituciones. Con ministros devaluados, por el temor de no recibir una reprimenda del jefe, se pierde la seriedad de las cabezas de área. Por tanto, para necesidades de estas áreas, como en el caso de la policía o de las FFAA, es preferible la vinculación directa con el jefe. Incluso, para la simple entrega de un gimnasio para el entrenamiento de la policía debe acudir el jefe, a cumplir tan patriótica y difícil misión.

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DIFÍCILES HORAS PARA LOS GOBIERNOS DEL MERCOSUR

Omar Qamasa Guzman Boutier

Para resumir la presentación de la situación, veamos tres países: Argentina, Venezuela y Bolivia. En el primer caso destaca el enredo judicial y la corrupción. Se trata de un enredo que se ha manifestado notoriamente luego de la muerte del Fiscal que investigaba el atentado a la sede de la AMI ocurrido la última década del siglo pasado y cuyas pesquisas hasta ahora no han develado a los responsables. La muerte del Fiscal Nisman, en medio de crecientes rumores respecto a algún grado de responsabilidad de la actual Presidenta de ese país, ha incrementado las dudas sobre el ya desprestigiado sistema judicial argentino. Por si ello fuera poco, han sido reveladas prácticas corruptas nada menos que del vice-Presidente argentino. Venezuela vive los últimos años una crisis económica que ha dividido virtualmente a esa sociedad en dos grandes bloques. El gobierno de Maduro atribuye la crisis a la guerra económica que el imperio estaría implementando para derrocar, golpe mediante, al chavismo en el poder. La escasez,  principalmente de productos medicinales y el consiguiente malestar social sería, de acuerdo al Palacio de Miraflores, parte de la estrategia golpista de corte pinochetista. También aquí el sistema judicial es instrumentalizado por el gobierno, grandemente como un mecanismo de lucha política. En Bolivia, al momento de solidarizarse con Maduro, Evo Morales no hace sino repetir el libreto que sale de Caracas. Motivos sobran, ya que también en nuestro país el sistema judicial ha sido asaltado por el gobierno, con el solo afán de dirigir a la justicia en contra de opositores. A tal grado la justicia ha quedado inutilizada que en el juicio a los “terroristas” las conclusiones vienen por el lado de la autoinculpación de los acusados, a fin de negociar mejores términos de su detención.

¿Qué expresa este cuadro? En lo interno, muestra el agotamiento propositivo, programático, al que han llegado estos gobiernos. Si las cosas tienen alguna lógica, tendremos que decir que a este agotamiento programático le seguirá el agotamiento político. Los rasgos comunes en estos gobiernos apuntan precisamente a ello. Se trata de gobiernos con fuertes tendencias autoritarias, poco transparentes (por el asalto a sus respectivos sistemas judiciales) y además con claros signos de corrupción entre sus miembros. La cobertura ideológica (para llamar de alguna manera a las pobres ideas con las que estos gobiernos tratan de encubrir las características que hemos señalado) se asienta en la lucha contra el imperialismo y la formación de la gran patria latinoamericana. Sin embargo, esta pretendida unidad no se asienta en procesos estructurales, sino en proclamas discursivas; lo que constituye una gran debilidad, al momento de la concurrencia mundial.

En efecto, en lo externo el cuadro que hemos resumido no puede ignorar el debilitamiento de los tradicionales centros de poder (EEUU y Europa) y la manera en que los países del Mercosur concurren a este evento. Por supuesto que, por más crisis en EEUU y Europa, estos centros siempre han de conspirar en contra de la unidad soberana latinoamericana, a fin de preservar la supremacía que tenían hasta hace poco. Por otra parte, no debe olvidarse que en este reacomodo mundial, no únicamente se encuentran EEUU, Europa y América Latina (y dentro de ella, el Mercosur). Participan también otros actores/regiones, como Rusia, China en lo principal (sin olvidar al islamismo radical que, a su manera, también forma parte de la disputa en el reacomodo mundial). La pregunta es, por tanto, ¿quién utiliza a quién, para ganar más, en este proceso?

La respuesta se encuentra en cómo asiste cada actor/región a este reacomodo. Los países del Mercosur lo hacen efectivamente como bloque, pero sobre cimientos no estructurales sino discursivos. Se trata de una unidad básicamente ideológica que por ello mismo coloca al Mercosur en condiciones desventajosas con relación a los demás actores. A tal punto que, por ejemplo, en su disputa con Europa le facilita a Rusia una cobertura diplomática lo suficiente como para dotarla de un mayor espectro de maniobra. El fortalecimiento político de ese país, en el período del reacomodo internacional, es pues mayor que el de nuestra región. Por otra parte, dada la frágil unidad de los países del Mercosur, China se ve en mayores ventajas, al momento de acordar tratados comerciales con nuestra región. Mientras estos tratados significan en gran medida la penetración china al área, para los gobiernos de los países del Mercosur significan oxígeno momentáneo para salvar urgencias de la crisis.

Es cierto que en países atrasados, los desequilibrios en el plano mundial pueden reducirse a partir del sistema político y su irradiación a los sistemas económicos. Pero el requisito de ello es que tengamos sistemas políticos muy avanzados, incluso mucho más que los países denominados del centro. Pues bien, las características comunes que hemos anotado al inicio, nos revelan todo lo contrario. Estamos ante sistemas políticos prematuramente agotados, es decir, retrasados con relación a las exigencias de sus respectivas sociedades y del reacomodo internacional. Está claro que este es el precio a pagar por la visión estrecha, de complacencia con el gran capital y el apego a una propuesta igualmente colonizadora como es el pretendido “marxismo” que muchos de estos gobiernos dicen profesar, con los que se ha emprendido este proceso.

Tal es así que, en el caso boliviano por ejemplo, se hace tabula rasa con el sistema político real, imponiendo el históricamente fracasado modelo representativo, por medio del partido político. Si de algún error estratégico puede hablarse, es el de la anulación de la posibilidad de la representación directa, de los pueblos indígenas, en las todas las instancias legislativas del país, porque ello nos daría un sistema político democrático en mayor correspondencia con la cultura política boliviana. Un error que, para Evo Morales y su “partido” (que en realidad no es sino una agencia de empleos) es, al contrario, un acierto porque así se estaría “modernizando” al sistema político boliviano, poniéndole a tono con los sistemas políticos, precisamente de los países del centro, hoy en crisis.

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