Opinion

UNA MIRADA DESDE LA TEORÍA DEL ESTADO (PARTE 2)
Punto de Re-flexión
Omar Qamasa Guzmán Boutier
Miércoles, 17 Junio, 2015 - 17:52

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Si se dice que en una guerra -para el caso la del Pacífico- se enfrentan “acumulaciones históricas” (Zavaleta 1988), se quiere señalar desde el punto de vista estatal, el desarrollo de los Estados, en términos de correspondencia con su sociedad. Hemos visto la disparidad que al respecto mostraron Bolivia y Chile, en el siglo XIX. Por otro lado, debe anotarse también que en todo ello el Estado, en tanto institución, acumula experiencias, recuerdos, historias. En estos casos, a estas acumulaciones vamos a denominarlas “memoria institucional”. Pues bien, los diversos desarrollos estatales marcan también diversas trayectorias, diversos recorridos. Estas trayectorias, estas historias, significan también distintas memorias acumuladas. El que las instituciones tengan una determinada carga histórica o una memoria particular, explica a la larga la conformación de las propiedades de su carácter y de su modo de ser.

En un primer momento de esta evolución tenemos, entonces, los orígenes coloniales de los momentos constitutivos de los Estados en Chile y Bolivia. Modos de ser que sostuvieron, en lo posterior, la propia guerra del Pacífico. La manera en cómo llegaron ambos países a 1879 fue pues el resultado de aquellas distintas trayectorias. En la manera de llegar actuaron también las distintas memorias estatales.

En la disputa bélica, tanto las acumulaciones (el precoz óptimo estatal chileno y la realidad estatal inestructurada de Bolivia), como las memorias institucionales (fuertemente militarista en Chile y burocrática elitista -la lógica de las “roscas letradas”- en Bolivia), definieron el resultado de la guerra del Pacífico. Se entiende también que tras cada una de estas modalidades de constitución estatal, se encontrará actuando una ideología determinada, una particular visión del mundo.

La ideología de Estado se halla compuesta no sólo por la convocatoria discursiva durante el momento constitutivo, sino específicamente por el contenido de dicha convocatoria a la sociedad, en aquel momento. A ello hay que sumar, además, las construcciones discursivas, ideológicas, posteriores al momento constitutivo. El caso boliviano, a propósito de su reclamo por un acceso soberano al mar, es aleccionador al respecto. Aquí tenemos un componente discursivo (que con el tiempo devendrá en una parte de la ideología del Estado boliviano) que cumple la función de lazo unificador, universal, nacionalmente hablando. Está claro, por otra parte, que desde la guerra del Pacífico hasta el presente, la relación Estado – sociedad en Bolivia, ha experimentado modificaciones al impulso de motivaciones sociológicas y políticas.

Eventos tales como la revolución nacional de 1952 o las reformas actualmente en curso, han significado, desde el punto de vista de la relación anotada, la expansión de la base social del Estado, es decir la inclusión al ámbito estatal, del acervo humano de la mayor parte de la sociedad boliviana. En definitiva, aquellas reformas políticas han contribuido a la conformación de un Estado con mayores posibilidades de expresar a su sociedad. El que estas posibilidades continúen distorsionando esa relación, a causa del formato monocultural del Estado, es parte de otra discusión. Por supuesto que aquellas reformas, a su turno, han sido consecuencia de movimientos nacionales de autodeterminación; lo que quiere decir que la inclusión de la sociedad al ámbito estatal, bajo los supuestos de la igualdad, pueden considerarse verdaderas conquistas sociales. Desde ya, lo concreto será la modificación en la relación Estado – sociedad, superando la inestructuración estatal del siglo XIX.

En contrapartida, el Estado en Chile tendrá un devenir distinto. Aquí el óptimo estatal alcanzado de manera precoz mostrará signos de agotamiento, principalmente por el movimiento de la sociedad chilena en pro de reformas democráticas y por los efectos políticos de la exclusión indígena permanente. Esto nos dice que la ecuación en la relación óptima Estado y sociedad, es un fenómeno que no se produce de una vez para siempre, sino un hecho en movimiento, que debe ser constantemente alimentado. Es decir, un fenómeno que debe ratificar de manera permanente una hegemonía (ya que, por medio del óptimo estatal, se despliega un discurso hegemónico), a fin de mantener aquella relación óptima.

Sin embargo, mientras la sociedad chilena presiona para modificar la propia interpelación (de carácter militarista) dada en el momento constitutivo de su Estado, la memoria institucional de éste actúa en sentido inverso, bloqueando en lo principal, aquellas pulsiones democráticas e inclusivas. El peso de esta memoria asume, para con la sociedad chilena y por medio de los operadores estatales, características no democráticas, debilitando consiguientemente los discursos de legitimación del Estado.

A lo largo del tiempo (que principia, puede decirse, la tercera década del siglo pasado), es este cuadro el que contribuye al desgaste de aquél inicial óptimo. La situación que comienza a configurarse nos revela no sólo que los discursos hegemónicos (incluso si son resultado de un momento constitutivo, como en este caso) envejecen, sino que, por ello mismo, demandan nuevos vínculos, también discursivos, entre el Estado y la sociedad. Se trata de una demanda, visto desde el ámbito societal, que busca recuperar el óptimo, en la relación entre ambos.