Llueve sobre mojado
Cuando ella relata su historia son inevitables las lágrimas que escapan de sus ojos color noche, recorriendo su rostro joven, se abren surcos por sus pómulos pronunciados y colorados, se pierden en sus labios rojos que, de rato en rato se cierran y abren conteniendo el sollozo, y haciendo notar una pequeña cicatriz en la parte superior.
Era casi 11 de la mañana cuando llegó al lugar acordado para romper el silencio. Ella es Gloria de 38 años de edad, nombre ficticio que se eligió para esta historia, porque aún se encuentra en situación de riesgo.
“Sí, he sufrido violencia mucho tiempo, 17 años más o menos…hasta hoy en día”, cuenta.
Quienes la conocen comentan que ella es muy alegre, que transmite un aura de jovialidad, ya que siempre está sonriendo y haciendo chistes. Si no fuera por la pequeña cicatriz en su labio superior, sería inimaginable pensar que alguna vez ese rostro joven y alegre fue golpeado o que esos ojos brillosos hayan llorado tanto.
“Una persona feliz, todo el tiempo sonríe…(es) fuerte”, testimonia su amiga. Otro amigo atestigua: “siempre (está) riéndose, contando algunas anécdotas, nuevas cosas que le han pasado”.
Se enamoró a los 19 años, después de terminar sus estudios secundarios y desde ese entonces hasta hoy sufre violencia psicológica de parte del que ahora puede considerarse su “exesposo”.
EL LEÓN PIENSA QUE TODOS TENEMOS SU MISMA MELENA
La violencia inició desde la época de enamoramiento, Gloria cuenta que él era muy celoso, supuestamente protector, que cuando salía con sus amigas/os, se molestaba porque, como dice ella, “quizá pensaba que haría lo que él hacía al salir (con sus amigos/as)”.
En una ocasión le propinó unos golpes que le dejaron marcas en la cara, ella no dijo nada a nadie sobre este acontecimiento, las personas más cercanas a ella le recomendaban alejarse de él, porque lo veían muy agresivo, pero ella siguió en la relación.
Después de 3 años, se casó, pero las cosas continuaron mal; la violencia subió de nivel cuando nació su primera bebé.
Ella recuerda que al pasar de los años el maltrato acrecentaba, que aparte del maltrato psicológico y físico, también había maltrato, violencia económica.
“Él prefería ir al mercado, a comprar las cosas a que darme a mí el dinero para que disponga de todo y me decía ¡vamos!, ¿para qué? Para que cargue las cosas”, añade que le daba Bs. 10 por día y que eso no le alcanzaba para nada.
Cuando nació su primera hija se le presentó una oportunidad de trabajo, pero fue objetado por su pareja quien oponía diferentes escusas para no permitirle trabajar. En una segunda ocasión, cuando su hija ya estaba más grande, sí le dio “permiso” para ir a trabajar porque conocía los horarios de esa empresa y podía controlar la hora de salida y llegada a casa.
Cuando Gloria cambió de trabajo, una empresa donde, indica, ya adquirió mayores responsabilidades, y debía quedarse hasta altas horas de la noche para concluir sus tareas, él empezó a maltratarle más de lo normal…
“Recuerdo que una vez tenía que irme a las seis, y he llegado siete y media; muy furibundo me encuentra y me empieza a golpear, me golpea tanto que a mi hijita le bota a un lado, porque ella ha venido a defenderme, le ha golpeado igual, y a mí me estaba golpeando la cara, él estaba encima de mi destrozando mi rostro”, rememora la violencia sufrida.
Después de lo ocurrido, decidió separarse del dolor, es decir, su esposo; lo denunció, pero las autoridades hicieron caso omiso, incluso el agresor convenció a las autoridades policiales de que era culpa de Gloria todo lo que había pasado, argumentando que el lio se dio porque ella frecuentaba la casa de su madre dejando sus deberes de lado.
Tras ello, los citaron para conciliar, el agresor pidió perdón y ella se vio obligada a volver con él, porque él no quería la separación, ya que tenía, de acuerdo a Gloria, interés del dinero de un anticrético que ambos adquirieron.
En este punto del testimonio, ya sus ojos nadaban en agua cristalina. El no le dejó estudiar, no le dejó ver a sus amigos y amigas, no le dejó frecuentar la casa de su madre, no le dejó ser ella misma…y lo peor: no podía volver con su madre porque su familia también tenía problemas económicos y ella no quería ser una carga.
Al relatar aquello ya no puede contener más las lágrimas y ellas fluyen sin control, su rostro se frunce, sus ojos se tornan color rojo, emanan los sollozos y parece que volviera a sentir, ahora, el dolor de aquel entonces.
LAS OTRAS AFECTADAS
De esta manera transcurrieron aproximadamente 10 años, estaba embarazada de su segunda hija, fue cuando volvió a denunciar a su agresor por los constantes maltratos que sufría.
Tuvo un embarazo en constante riesgo: “cada vez tenía que ir al hospital por los sangrados que me venían, él me insultaba, me maltrataba psicológicamente”; contó que recién al ver su crítica estado de gestación, las autoridades tomaron acciones y le ayudaron a alejarse definitivamente de su agresor.
“Estaba embarazada nuevamente, él me decía que lo aborte, que no me quería, que no quería a la bebé, ha rechazado por mucho tiempo a mi bebita…y todo esto ha afectado mucho a mi hija menor, hasta ahora ella necesita muchos cuidados…él ni siquiera pregunta cómo está, porqué esta así, nada”, se le quiebra la voz y llora; el padre no brindó ni una caricia, ni una palabra a la recién nacida, la conoció cuando cumplió 1 año.
“Llueve sobre mojado”, afirma Gloria, remarcando que hoy sigue sufriendo los maltratos psicológicos de su expareja, usando como intermediaria a su hija mayor, a la que de alguna u otra forma también hace sentir mal.
Ante la pregunta de si pensó en denunciarlo nuevamente, responde que sí intentó, que le pidieron dos testigos que relaten el maltrato después de la “separación” pero sólo consiguió uno, por esa razón no avanzó más la denuncia. Además, ella tiene la idea de que sus hijas necesitan una figura paterna y esa es la razón por la que mantiene cierto vínculo con él y no lo denuncia.
Gloria da sustento económico a sus hijas, trabaja a medio tiempo, ya que el padre “a mucho pedir”, responde con pasajes y algunas cosas que necesitan las niñas. Las pensiones tardaron en llegar unos 15 años: “recién hace un año me da el dinero”, lamenta.
Al final de la historia, el color naranja de sus párpados y el rojo de sus labios se salieron de la línea, se mezclaron en una especie de lienzo de acuarela, a causa de las lágrimas; ella se levanta de la silla ante una llamada entrante a su celular que le hace caer en la cuenta de que ya era medio día; mientras contesta, se limpia con pañuelos desechables la cara, al colgar, se ríe afirmando que ya está atrasada para ir a recoger a su hija.
Se plancha con las manos el pantalón negro que combina con el color de sus ojos y sus cabellos, se despide de su entrevistador, se dirige al baño para retocarse… después de un rato, al salir por la puerta principal se despide dibujando nuevamente una sonrisa de oreja a oreja, como lo hace todos los días.
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Si te identificas con esta historia, es hora de que rompas el silencio y denuncies, porque SIN VIOLENCIA ES MEJOR.
Elaborado con información de Radio Kancha Parlaspa