SUCRE
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La sala de hemodiálisis: Un reflejo de la fragilidad del sistema de salud

Por: Periodismo que cuenta

En el Hospital Santa Bárbara de Sucre, la sala de nefrología respira a un ritmo frágil. Cristian Carretero, jefe de la unidad, camina entre los pacientes conectados a máquinas de hemodiálisis, cada uno con su historia de lucha escrita en sus ojos cansados.

Mientras ajusta un filtro en una de las nueve máquinas disponibles, confiesa, casi en silencio: “Estamos al límite”. Y no es una exageración. Desde el 31 de diciembre, ni él ni su equipo cuentan con contratos vigentes.

“Seguimos trabajando porque no hay otra opción”

Carretero no está solo en este precario equilibrio. Tres enfermeras, vitales para las sesiones de hemodiálisis, también perdieron sus contratos a finales de diciembre. A pesar de ello, cada día regresan al hospital, atendiendo a 41 pacientes crónicos que dependen de estas máquinas para vivir. “Si dejamos de venir, el servicio de nefrología quedaría paralizado,” explica una de ellas mientras conecta cuidadosamente a un paciente.

El equipo de nefrología enfrenta una paradoja cruel: continuar trabajando sin garantías laborales o abandonar a los pacientes que no tienen otra alternativa. “Un paciente con mal seguimiento termina conectado a una máquina de hemodiálisis,” recuerda Carretero. El costo del servicio privado —unos 700 bolivianos por sesión— lo hace inaccesible para la mayoría.

“Las máquinas no descansan, pero nosotros tampoco”

Con solo nueve máquinas, la unidad realiza entre 700 y 800 sesiones de hemodiálisis al mes, una cifra que refleja tanto el esfuerzo del equipo como la creciente demanda. La rutina es implacable: dos turnos diarios organizados en ciclos, atendiendo los lunes, miércoles y viernes en uno, y los martes, jueves y sábados en otro.

Sin embargo, el sistema está al borde del colapso. La escasez de insumos esenciales —desde líneas extracorpóreas hasta filtros—, agravada por la falta de dólares y los obstáculos en las importaciones, amenaza con paralizar el servicio y dejar a decenas de pacientes sin atención.

Una enfermedad silenciosa

El drama que envuelve a la sala de nefrología tiene un denominador común: la diabetes. Esta enfermedad, silenciosa y persistente, ha llevado a muchos de estos pacientes a depender de una máquina para filtrar su sangre.

La diabetes afecta cómo el cuerpo usa la glucosa, el combustible de nuestras células. En condiciones normales, la insulina, producida por el páncreas, actúa como la llave que permite que la glucosa entre en las células. Pero en la diabetes, esa llave falta o no encaja bien.

En la diabetes tipo 1, el cuerpo no produce insulina. En la tipo 2, el cuerpo no la usa eficientemente. En ambos casos, los niveles altos de glucosa en la sangre terminan causando daños graves en órganos como los riñones.

Una situación crítica

Mientras tanto, Carretero y su equipo continúan esperando los contratos prometidos, enfrentando un sistema de salud que parece también necesitar de una máquina que lo mantenga funcionando. Entre los pasillos del hospital, la lucha diaria de estos profesionales refleja una verdad dolorosa: sin ellos, la esperanza de muchos pacientes se apagaría. Y sin soluciones inmediatas, el límite podría ser traspasado muy pronto.