Por Ernesto Rude - Politólogo
La trayectoria de las democracias latinoamericanas muestra características impresas al régimen democrático por diferentes sociedades y liderazgos. Algunos han avanzado garantizado libertades de la sociedad principalmente de las personas en formato político, es decir: Iguales, extendiendo la igualdad en la participación política, ampliando y socializando así la democracia a otras partes de la sociedad y sus grupos plurales.
Otros líderes han aplicado personalizaciones al régimen democrático, el “customized” de una democracia procedimental o autoritaria, que luego la han impuesto a las personas y sociedades Latinoamericanas, que una vez les dieron la oportunidad de liderarlos. Esas sociedades día a día se han visto relegadas de la toma de decisiones, de medios de comunicación y espacios de participación política, han sido aisladas del mundo y de a poco también del mercado económico.
Estos autócratas pro capitalistas y socialistas del siglo XXI del continente, al hallarse faltos de apoyo social pero con apetito voraz de poder, con la promesa del oro y el moro se han hecho de los recursos públicos, de partidos únicos, de jueces, de RRSS, de medios y de miedos e indefensión ciudadana para mantenerse y atornillarse en el poder.
En las últimas décadas estas democracias liberales y también las autodenominadas autoritariamente democracias, reclaman periódicamente que cada nación y sus líderes, se pronuncie y posicione a favor o en contra. Algunas sociedades y líderes respaldan un modelo de gobierno con movilizaciones y expresiones demócratas. Otros respaldan otro modelo con violencia política desde el Estado, desde el partido hegemónico aspirante a ser único y sus grupos irregulares.
Este reclamo se observa en un fenómeno no muy frecuente en un sistema político que permite prestar atención a la lucha por el poder. Este evento mediatizado localmente, replicado en cadenas internacionales y que tiene efecto en el posicionamiento de otras naciones en lo regional, internacional y global, es la transición del poder que realiza una nación. Que para desentendidos y entendidos, muestra de alguna manera la dinámica política de esta nación al mundo como su “marca país”.
El fenómeno más reciente en esta materia fue el ocurrido en Venezuela el pasado 10 de enero de los corrientes. Ahí se concretó y observó la fría y despiadada lucha política que caracteriza a su país. Esa lucha movilizó a la sociedad y pasó del sistema político y las urnas, a los medios, RRSS y a las calles. En Venezuela se halló inesperadamente, ratificando en sentido diferente y perpetuo, la vigencia de minorías y mayorías en la lucha política y en este caso también la lucha por la libertad.
Esa mayoría social ganó en la elección propuesta por el Sr. Maduro (recordar que en ese país se impidió el voto en el exterior que movilizó a venezolanos en más de 200 ciudades del mundo). Esa mayoría social y política ganó con votos y actas del resultado, ahora esa mayoría posicionada en la verdad ha sido acallada por la violencia irracional del régimen autócrata. Éste no necesita procedimientos socialmente aceptados del quién y cómo gana. El Sr. Maduro hace su mejor trabajo, infunde miedo y terror al interior y luego transmite una post verdad al exterior.
Este silenciamiento de la verdad, de la libertad, de la expresión de la vida cotidiana de las personas y sus familias es el resultado de la fructífera asociación entre el partido político hegemónico y esas oscuras organizaciones criminales para mantenerse en el poder político y en control del “negocio”. Ellos no muestran ideas políticas, votos y actas electorales. Portan armas y traen consigo caos, represión y criminalidad.
El poder político en algunos países de Latinoamérica y particularmente en Bolivia se ve relacionado ya con organizaciones criminales. Lo que nos plantea dos interrogantes, ¿el camino político y económico que ahora transita Bolivia tiene similitudes con el transitado por Venezuela? y ¿qué modelo de poder queremos construir como sociedad?