Santa Cruz de la ciencia: tres trabajos que aportan a Bolivia y al mundo
Rocío Lloret Céspedes/laregion.bo
El equipo de investigadores que le dio identidad a Ceiba camba y Ceiba guaraní, y registró dos nuevas especies para la ciencia mundial
Cuenta Heinz Arno Drawert, investigador del Museo de Historia Natural “Noel Kempff Mercado”, que una publicación científica es, en realidad, el planteamiento de los resultados de una investigación. Se debe explicar cómo se ha llegado a una conclusión y la precisión debe ser tal, que cualquier persona, incluso no dedicada a la ciencia, pueda replicar el método y conseguir el mismo resultado.
Por ello, el simple hecho de redactar un documento, no implica tener un artículo científico. Una vez entregado, el paper pasa por una revisión compleja, que bien puede durar hasta cinco años o menos. En ella, otros expertos en la temática (al menos, dos), observan algún sesgo o simplemente ven que el trabajo pudo ser insuficiente. Tras varias revisiones, finalmente, llega el visto bueno. Una vez obtenida la aprobación, viene una nueva ronda de lectura, antes de pasar a redacción final y diseño.
Aunque parece un procedimiento más burocrático que difícil, para llegar hasta ese punto, el o los investigadores tuvieron que pasar otro proceso previo, que implica horas incontables de trabajo.
Por ejemplo, para describir una nueva especie de toborochi, que figuraba como Ceiba chodatii o C. insignis, pero que resultó ser Ceiba guaraní, Juan Carlos Catari, Drawert y Alcibiades Angulo, empezaron el trabajo en 2018. Ya Catari, biólogo de profesión, había observado que las flores del árbol que figuraba con otro nombre eran diferentes a la descripción.
Así, el equipo pasó tres años investigando y viajando para colectar evidencias. Luego, a partir de observaciones, análisis de ese material colectado, revisión de material de herbarios y bases de datos online, se determinó que Ceiba guaraní era una nueva especie de Bolivia y Argentina para la ciencia.
Quemarse las pestañas
Meses antes de la publicación científica de Ceiba guaraní, el mismo equipo describió también otra especie: Ceiba camba. En esa oportunidad, Drawert lideró la investigación. Recuerda que solo la redacción del documento le demandó entre cinco a seis horas diarias durante cuatro meses, pero que el trabajo detrás del documento llevó muchísimo más tiempo. “Entre semana era hasta altas horas de la madrugada y los fines de semana era todo el día y parte de la noche, porque había que revisar más de diez mil fotos de muestras científicas de Ceiba, y en cada una analizar casi 30 características florales y foliares, para ver si eran o no Ceiba camba; las diferencias, etc.”, cuenta. De la misma manera, sus colegas de investigación trabajaban en otras cosas, como por ejemplo, preparar y revisar muestras de herbario en físico y especímenes en vivo, haciendo análisis de distribución geográfica y ecología, para luego pasarle a Drawert los resultados, y que estos puedan ser incluidos en el documento de la descripción. La colecta, análisis y revisión de datos e información para poder describir Ceiba camba y C. guarani les tomó a los investigadores en total seis años.
En algún comentario de Facebook, cuando se anunció el registro de las nuevas especies, se leía que no era un aporte “cambiarle el nombre” a una flor. En otros, la gran pregunta era: ¿en qué aporta todo esto?
Y, claro, más allá de decir que en Bolivia hacer ciencia es una hazaña, porque ninguna entidad del Estado apoya tal labor; los descubridores de Ceiba camba y Ceiba guaraní responden. “Darle una identidad propia y adecuada a una especie es sumamente importante. Sí, el toborochi era bonito, pero ahora la gente lo ve como Ceiba camba y revaloriza lo que tiene, sabe que es algo especial y único que tenemos”, opina Arno Drawert.
Juan Carlos Catari, quien lideró la investigación de Ceiba guaraní, explica que la identificación permitirá mejorar los proyectos de restauración, por ejemplo; los mismos que, de seguro surgirán tras los incendios forestales.
“Si no tenemos identificadas bien las especies con las que vamos a restaurar, podemos estar haciendo un daño al medio ambiente. Esto nos sirve para clarificar que si estoy reforestando en la serranía de Santa Cruz hasta Salta (Argentina), no debo llevar toborochi del Chaco. Si estoy restaurando el Chaco, debo buscar el Toborochi del Chaco”, aseguró durante la presentación del hallazgo.
Por todo ello, la silenciosa labor de este equipo de científicos es un aporte no solo para Santa Cruz y el país, sino para el mundo.
Yamil Calustro-Ibañez: el futuro científico que estudia desde la biología molecular el Dengue, Zika y Chikungunya en Santa Cruz
Yamil Calustro-Ibañez siempre supo que quería estudiar una carrera ligada a las Ciencias Naturales. Por eso, cuando terminó el colegio, su madre le llevó un libro que detallaba las carreras que impartían en la Universidad Gabriel René Moreno de Santa Cruz. Allí conoció, por primera vez, la Biología, y tras conocer los detalles, dijo: “esto es para mí”.
Hoy, con 24 años por cumplir, es uno de los futuros científicos cruceños más prominentes del país. Próximo a defender su tesis de grado que no solo le permitirá titularse, sino que aportará de sobremanera a la lucha contra el Dengue, Zika y Chikungunya.
Según cuenta, durante sus años de estudio universitario, sabía que quería ayudar a conservar la fauna silvestre, pero desde un enfoque integral. Tras la pandemia por Covid-19, debía realizar sus prácticas preprofesionales y eligió el Centro Nacional de Enfermedades Tropicales (Cenetrop), donde se dio cuenta que había mucha relación entre la salud humana, medio ambiente y las enfermedades zoonóticas, que son las que transmiten los animales a las personas.
Por ello, cuando debía decidir el tema de su tesis, escogió la biología molecular como eje, porque “es el presente. La biología molecular se volvió una transversal después de la pandemia para un diagnóstico más confiable de enfermedades”, dice Yamil.
Y es que esta rama de la Biología, entre otras cosas, estudia la estructura y función de los componentes más pequeños de la vida como, el ADN, el ARN y las proteínas.
Una propuesta innovadora
Cuando planteó el tema, su asesora, Ana María Montaño, responsable de la Unidad Funcional de Entomología Médica del Cenetrop, quedó muy contenta. Calustro-Ibañez se había propuesto estudiar los virus que pueden estar presentes en Aedes aegypti, el mosquito transmisor del Dengue, Zika, Chikungunya; para estratificar zonas de riesgo, En pocas palabras, generar información útil para aplicar medidas de prevención ante una epidemia y que la gente pueda entender de manera sencilla esta problemática.
“Creo que a todos nos ha dado Dengue en algún momento de nuestras vidas. El Covid pasó, pero el Dengue sigue, y ha estado en regiones tropicales durante mucho tiempo. Se lo erradicó y de nuevo resurgió. Es una problemática propia de la región y de hecho Bolivia es una zona endémica para dengue y otras enfermedades transmitidas por mosquitos”, explica el joven.
Pero la investigación no se limita a identificar cómo el mosquito transmite el virus a los humanos, sino que también hace relación con los ambientes. Para ello, se tomó como área de estudio el municipio de Santa Cruz de la Sierra, incluyendo en Montero Hoyos y Paurito. Se colectó muestras de larvas de mosquitos de los 15 distritos municipales de la ciudad
El otro detalle fue que se apuntó a un enfoque integral entre medio ambiente, salud humana y salud animal; algo que en el mundo científico se conoce como el paradigma de “Una Sola Salud”.
“Santa Cruz de la Sierra está en constante conflicto con la fauna urbana, desde el Urubó hasta la zona sur. Muchas personas no lo saben, pero la fauna silvestre puede actuar como amplificadora de viremia o reservorios. Esto significa que, cuando los mosquitos no infectados piquen a estos animales, pueden adquirir el virus y luego transmitirlo a los humanos.
Asimismo, se tomó como año de estudio 2022, justo un año antes de que se registrara la peor epidemia de Dengue en la historia del país.
Los resultados
Así, durante un monitoreo virológico exhaustivo en el mosquito, se buscó, por ejemplo, la persistencia de del fenómeno de transmisión vertical (de madre a hijo). Este detalle aporta información valiosa, ya que —de ser así— se acelera el proceso de transmisión del mosquito hembra al ser humano. “La transmisión horizontal (de Dengue, Zika o Chikungunya) se da cuando un mosquito sano pica a una persona enferma. Puede pasar o no puede pasar (que contraiga los virus), pero si el mosquito nace ya con el virus, facilita la transmisión en el municipio, porque acorta el tiempo en que alguien pueda contraer alguna de estas enfermedades”, dice Calustro-Ibañez.
De confirmarse tal hallazgo, sería un gran reporte para Bolivia, porque si bien Mirian Cruz una de las asesoras de Yamil comprobó la ocurrencia de la transmisión vertical, en esta tesis también se relaciona el hecho con factores ambientales, socioeconómicos y la infestación de larvas de mosquitos en las viviendas.
“El aporte que estamos haciendo es el monitoreo virológico a estas muestras que siempre se suelen tomar. El detalle fue que teníamos que mantener vivas a las larvas (de mosquitos), porque las colectamos en ese estadio. Luego las identificamos para ver si eran Aedes aegypti, las criábamos en el insectario hasta que se convertían en mosquitos. Una vez adultos, los aspirábamos con un aspirador bucal, los congelábamos, luego teníamos que separar hembras de machos, para solo trabajar con hembras ya que son ellas las que pican, y luego recién armar tubos (pools de mosquitos) para hacer el proceso de biología molecular. Suena complicado, pero rinde muchos furtos, porque (el proceso) nos permitió calcular los índices de infestación de vivienda, tipos de criaderos, ver qué criadero es el más productivo, entre otros”, detalla el futuro biólogo.
Los logros
Ni bien defienda la tesis, Yamil irá a Santiago de Chile para presentarla el “VI Congreso Latinoamericano de Mastozoología”. Esto porque, los mosquitos no solo transmiten enfermedades al ser humano, sino también a otros mamíferos. Por ejemplo, los monos pueden actuar como una persona que se enferma, replicar el virus ser picados por mosquitos sanos que pueden adquirirlo y contagiar a los humanos. Vivimos tan cerca de poblaciones de primates, como la zona del cordón ecológico, que es un riesgo enorme que también debería ser monitoreado, asegura.
Antes de ello, el joven ya participó de tres congresos; uno de los cuales —el II Congreso Nacional de Biología Molecular realizado en La Paz— le otorgó el premio a la mejor presentación oral. Para la actual presidenta de la Sociedad Boliviana de Biólogos Moleculares, Karen Losantos Ramos, Calustro-Ibañez es una promesa cruceña en la especialidad.
“Pienso que estoy en camino a ser un científico y lo que muchos hacen es hacer ciencia para otros científicos, pero me gusta ser parte de una nueva generación, que busca que la población en general entienda lo que está pasando”, finaliza Yamil.
Gabriela Tavera: la bióloga que trabaja en la conservación del Águila arpía y su entorno en la Amazonia boliviana
En 2018, cuando dos pichones de Águila arpía (Arpía Harpyja) —Luna y Roque— llegaron al Centro de Atención y Derivación de Fauna Silvestre (CAD) Santa Cruz, se conocía que ambos habían sido entregados por personas que los rescataron en el municipio de Guarayos. Eran casos diferentes, en tiempos distintos, pero a estas aves amenazadas las unía una circunstancia: los árboles en los que estaban sus nidos cayeron a consecuencia de una tala, y ambas perdieron a sus padres.
Con el tiempo, rehabilitar a Luna y Roque para devolverlos a su hábitat natural se convirtió en un acto de desagravio que asumió un equipo multidisciplinario de expertos, frente a impactos como la deforestación o los incendios, causados por el propio ser humano.
Lee aquí la historia de Luna y Roque
Gabriela Tavera, bióloga experta en conservación, lideró dicho equipo y hoy, a menos de un año de aquella hazaña para la ciencia nacional, enfrenta un nuevo reto de conservación, esta vez en el Parque Nacional Amboró : obtener datos científicos sobre el Águila arpía en Bolivia, gracias al seguimiento de nidos activos dentro del área protegida.
Para ello, este año ella y su equipo obtuvieron un fondo concursable de alrededor de US$ 50 mil de la plataforma Piensa Verde, con el proyecto “Parque Nacional Amboró desde la perspectiva del Águila Arpía”.
“El proyecto tiene tres objetivos principales: obtener datos de ciencia de la especie, capacitar a los guardaparques y a los nuevos investigadores del Museo (de Historia Natural Noel Kempff Mercado) e ir mostrando cómo se hace investigación”, explica Tavera.
Remar a contracorriente
Los fondos deben utilizarse en un año a partir de la entrega, pero el programa de conservación del ave camina solo. “No tenemos apoyo de ninguna otra institución, (los fondos) salen de los bolsillos de quienes estamos comprometidos como investigadores y como humanidad por los impactos que estamos generando”.
Los expertos eligieron el Parque Nacional Amboró porque es un hábitat importante del Águila arpía. De hecho, hay un nido activo que los guardaparques monitorean hace algunos años y ello aportará para conocer los hábitos de la especie, cómo se comporta, amenazas y qué población aproximada hay. Actualmente, se está buscando más nidos, porque de esta base de información dependerán las estrategias de conservación.
“Por ejemplo, cuando se identifica una amenaza, es importante ver los factores que contribuyen a hacerla más grave como a mitigarla, y eso es un trabajo arduo con comunidades, actores principales. Hay que identificarlos, comenzar ese trabajo importante, que es vital para la conservación”.
Pero tener la ventaja del conocimiento de la población en un área protegida es solo un primer paso.
La historia detrás de la historia
Más allá de trabajar únicamente en la rehabilitación de Luna y Roque, los dos pichones rescatados en 2018, Tavera y su equipo se preguntaron cómo llegaron a vivir en cautiverio. ¿Qué tuvo que pasar para que dos pichones tengan que pasar por un programa de esta naturaleza?
Y una de las respuestas fue que hay un problema con los planes de manejo forestal, con la aplicación de leyes. Que algo está pasando en los territorios amenazados. Que todo eso tuvo que incidir para que una especie como el Águila arpía, considerada vital para el equilibrio de los ecosistemas, se encuentre en una categoría de amenaza.
“Con la rehabilitación (de Luna y Roque) nos dimos cuenta, que la información de la especie en Bolivia es muy limitada. No hay número poblacional, no se sabe qué especies de árboles utiliza. En Guarayos usa hoja de yuca, Ceiba pentandra, que es muy alto, pero que se ha convertido en especie de aprovechamiento maderable, porque lo usan en el occidente del país”, explica Gabriela.
Quizá, lo más importante: entender que detrás de todo el escenario descrito hay seres humanos que también tienen necesidades.
Y es que cuando se conoce que unos pichones cayeron de su nido porque alguien taló su árbol, imagina que detrás hay un demonio. Pero cuando los expertos fueron a buscar el sitio exacto donde cayó cada ave, encontraron a personas que no se habían dado cuenta de que en las copas de los árboles había nidos.
“Dimos con el señor que taló el árbol y es impresionante escucharlo hablar. Porque te das cuenta que es un humano igual que tú, que yo. Es una persona que no tiene una intencionalidad de matar, de causar daño; está buscando el sustento para su familia. No tenía conocimiento de lo que sucedía- Cuando cayó (el pichón), ni siquiera sabía qué animal era, porque las Águilas arpía no son fáciles de ver, pese a su tamaño”.
Un programa integral
Todo ello cambia la visión de los científicos. Hoy en día —dice Tavera— la misión es traducir ese lenguaje, de una manera clara y concisa. “Esto está pasando, no solo es una idea discursiva, sino comprobada para sostener los ecosistemas de los que dependemos”, sentencia.
Pero, quizá el detalle no solo esté en la gran voluntad de los investigadores, sino en el apoyo con el que cuentan. Un programa de rehabilitación como el de Luna y Roque demanda entre US$ 50 y 100 mil. Monitoreo, conservación, investigación son ítems de demanda continua. “Me atrevería a decir que se necesita entre 100 y 120 mil dólares para un año, si no es un poco más, sin contar instalaciones y equipos que se usan para trabajar. Se requiere recursos humanos, tiempo, viajes, logística, equipos específicos, porque es un trabajo en altura. Se necesita capacitación, cuerdas, seguridad”, detalla. Y al final de todo eso, lo que queda es el aprendizaje, un pequeña reivindicación de un equipo que dedica su tiempo, su experiencia, su sapiencia, su vida, a tratar de salvar lo que otros no ven a su alrededor.