EN SANTA CRUZ
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Evelia y Otto: crónica de una noche de reciclaje

LA REGIÓN

Juan Carlos Muiva, estudiante del Programa de Periodismo Indígena y Ambiental

El bullicio del tráfico es más intenso cuando empieza a anochecer. Hombres y mujeres volviendo a casa tras la jornada laboral. Jóvenes con libros bajo el brazo saliendo del colegio o la universidad. Líneas de micro que rebalsan de pasajeros; gente que se aferra a la manija del techo para no caer una sobre otra.

Estoy en la línea 44, en una noche fría y ventosa, víspera del invierno en Santa Cruz. A lo lejos, un vehículo Toyota Caldina está parqueado en la puerta de un supermercado por el sexto anillo de circunvalación de la ciudad, cerca al Cambodromo. En el interior, una pareja aguarda en silencio y con paciencia.

Bajo del micro y me acerco. La pareja que está en el auto son Evelia Caitú Molina (55 años) y Otto Gil Viveros (62 años). Se conocieron hace 34 años y se enamoraron. Hace seis años, una lesión en el brazo obligó a la mujer a dejar su oficio de cocinera en una empresa. Desde entonces, ella y Otto se dedican al reciclaje o a la recolección de materiales que otros desechan.

“Ahorita con él, de eso nos sustentamos”, cuenta Evelia, mientras me subo a su automóvil para acompañarlos en esta jornada de trabajo, que comienza mientras otros terminan.

La historia de Otto es distinta. De trabajar en una constructora de carreteras, que le permitió conocer muchos departamentos, terminó despedido durante la pandemia, porque sus jefes consideraban que ya era “de edad”.

Él entró al mundo del reciclaje hace dos años. Al principio no le gustaba —cuenta Evelia—. Ahora él impulsa el trabajo. Ya sin hijos pequeños que mantener, todo lo que generan sirve para su propia manutención.

En realidad, el día laboral de esta pareja inicia a las cinco o seis de la mañana, y termina entre las 10 y las 11 de la noche. Durante todo ese tiempo, en dos turnos, recorren la zona norte de esta ciudad de los anillos, desde el segundo al noveno anillo, recogiendo botellas de plástico, cartones, aluminio; materiales que son comprados por industrias que los reutilizan. Yo voy a acompañarlos en su turno nocturno.

La suerte está hechada…

La pareja en uno de sus recorridos nocturnos en búsqueda de materiales reciclables.

Cada contenedor ubicado fuera de un condominio o cada bolsa que los vecinos ponen en los canastillos que están fuera de sus casas son una suerte de lotería. Evelia y Otto los abren con la esperanza de encontrar algo que les sirva.

Pero no siempre hay suerte: “No hay nada”.

—¡Así es en la ruta, elay!—, comenta Evelia en tono disconformeAl parecer, el camión de la basura les ganó la partida esta vez, porque se adelantó a llevarse las bolsas.

La suerte de llegar antes del carro basurero es otro azar. Lo mismo disputar residuos con recicladores independientes o que no pertenecen a una de las 36 asociaciones registradas en la capital oriental.

“Rompen las bolsas de la basura, aparte te hacen quedar mal, lo dejan todo tirado, ese es el único problema que tenemos con ellos”, cuenta Evelia, para quien su trabajo, no solo es una manera de generar economía, sino también una forma de “tener un planeta limpio”.

Aprender viviendo

Su trabajo no termina en la recolección. Durante el día seleccionan y embolsan los materiales para su comercialización.

Estos recorridos diarios han sido un aprendizaje constante para esta pareja. “Antes yo solamente recogía las botellas, las latas de cerveza, la chatarra, el fiero. Pero la tarea no acaba ahí, se debe aprender a seleccionar el material para llevarlo a la venta. Ahora ya hasta compro material en el punto de reciclaje”, asegura ella.

Su punto de acopio o el lugar al que los recicladores como Evelia llevan sus bolsas está por la zona de Los Chacos. Al principio, ella inició su punto de compra de material de reciclaje con 150  bolivianos y muchas veces, por la escasa venta, no alcanzaban a pagar ni siquiera ese monto. Hoy pueden hacerlo e incluso recuperar esa inversión.

Pero para llegar hasta ahí falta mucho en este recorrido. El tercer punto de parada es una esquina oscura de un condominio entre la Av. Alemania y séptimo anillo. Otto afirma que hay material, la noche va mejorando. “Aquí hay cartón”, se alegra. Ya casi no hay mucho que hacer, las láminas se encuentran acomodadas y bien seleccionadas, pero ambos bajan del vehículo para verificar si no encuentran algo más.

Para no dejar todo tirado, Evelia saca una bolsa negra y reacomoda la basura.

La cuarta parada está en las afuera un local de conciertos ubicado en la avenida Beni. “Alicia Villareal (una cantante mexicana) va a tocar este sábado”, dice Otto entre risas. Se alegra porque los viernes este es uno de los mejores lugares para recoger latas de cerveza vacías.

Mientras Evelia y él hacen su trabajo, un guardia de seguridad los observa desde lejos. Pasa una vecina y para ellos, más que temor, puede ser una oportunidad. “A veces las personas de las casas nos ven y nos llaman para entregarnos sus residuos”, comenta Otto.

Testigos mudos de una ciudad caótica

Santa Cruz de la Sierra es la ciudad que produce mayor cantidad de residuos sólidos. Según datos de la Fundación Amigarse, organización que apoya a recicladores, cada día se generan 1942 toneladas de basura, de las cuales el 22 por ciento son reciclables, pero solo se logra rescatar 8,6 por ciento. El 69,4 por ciento restante son residuos orgánicos o provenientes de alimentos en mal estado, cáscaras de frutas y verduras, entre otros.

Evelia es consciente de estos números, ya que cuando sale a pasillar (como le dicen los recicladores a los recorridos que hacen) “alza harto” material. Si los vecinos separaran sus desechos en bolsas de colores, ayudarían mucho a estas personas.

Siguiendo los mismos datos de Amigarse, el trabajo del reciclaje es un sustento de alrededor de dos mil personas en esta ciudad oriental de  Bolivia.

En su mayoría son recicladores asociados, aunque también hay quienes lo hacen de manera independiente, por lo que no cuentan con un centro de acopio. Por ejemplo, el grupo de Evelia está compuesto por ocho personas en este momento, es reducido y eso les permite tener más ganancias.

Según la ONG citada, la mayoría de las personas que se dedican a este oficio son mujeres. “La red de recolectores de Santa Cruz está compuesta por un 65,50 por ciento de mujeres y un 34.5 por ciento de varones, muchas de las cuales son madres solteras, abuelas a cargo de sus nietos, viudas, que en muchas de las historias han sabido sacar adelante a sus hijos profesionalmente. Pero también queda decir que en su mayoría (48,81%) son personas de o mayores a 50 años”, asegura Heiver Andrade, director ejecutivo de la organización.

Desde finales de 2022 a la actualidad, este sector ha recibido mucho apoyo para dignificar su trabajo. Cuentan con herramientas, proyectos, convenios con empresas. “Ya tenemos cómo movilizarnos”, dice Evelia y muestra su vehículo con orgullo, ya que antes tenía que hacer sus recorridos a pie.

El punto final

Está por terminar la faena nocturna de esta jornada, ya solo falta visitar un punto. Para este momento, ya casi no hay espacio en el motorizado, ya que se recogió mucho cartón, bolsas plásticas, pero para la pareja “no fue muy buena noche en comparación a otras”.

Son las ocho y cuarto de la noche, “a esta hora ya sabemos estar con el auto llenito, ahora más bien está un poco silencioso”, dice Evelia.

Cartón, papel, PET (botellas de gaseosas), caré (sillas plásticas en desuso), soplo y hule (para embalar cajas y maderas), son los residuos más comunes y más comerciales actualmente. Por ahora, el producto estrella es el cartón, le sigue el papel y luego las botellas, según los costos que pagan las empresas que les compran a los recicladores.

Claro, para obtener ganancia, se necesita sumar cantidades. Por ejemplo, recientemente les informaron a los interesados que si juntan de cien kilos para arriba de latas de aluminio, les pagarán Bs 12 por kilo. Y es que todo esto es como un mercado, donde reina la oferta y la demanda. Hace poco, se pagaba Bs 1 por kilo de PET; ahora está en Bs 2. La chatarra estaba en Bs 0.40 o 0.50; ahora subió a Bs 2. Lo propio con el plástico, que de Bs 2 o Bs 2.50 subió a Bs 3.

“Es un trabajo esforzado, aunque ya no tanto”, asegura Otto, algo cansado tras una jornada laboral de más de ocho horas. Igual, mañana volverá a la faena y así “hasta donde Dios nos dé salud”.