Daniel Robison, el científico defensor de la Amazonia boliviana
LA REGIÖN
Rocío Lloret Céspedes
De Daniel Robison se podría escribir un libro. Decir, por ejemplo, que era el tipo de persona que no necesitaba conocer a fondo a alguien para abrirle las puertas de su casa. Que uno de sus pasatiempos favoritos era el golf. Que amaba cocinar para sus amigos y cenar con ellos. Que aún cuando estuviera muy ocupado, siempre respondìa mensajes. Que una vez le dijeron: “ah ya, pero tú eres un gringo”, y sacó su documento de identidad muy tranquilo: “yo soy boliviano”. Que tres días antes de morir dio una entrevista. Que la última página del libro debiera decir: la Amazonia boliviana perdió a uno de sus defensores científicos más prolíficos.
Daniel M. Robison Cartter nació en La Paz en 1960. Sus padres, una pareja de misioneros estadounidenses, llegaron a Bolivia en 1948 y tuvieron cinco hijos. Creció en Caranavi (La Paz) y cuando terminó el bachillerato, se fue a estudiar Gestión de Recursos Naturales a la Universidad Estatal de Kansas (1984), en Estados Unidos.
Después consiguió una beca y partió a Inglaterra para hacer un doctorado. Allí conoció a Sheila Mckean, quien cursaba el mismo posgrado y quien, a la postre, se convertiría en su esposa y compañera de ideales. La tesis de “Dan”, como lo conocían sus amigos, fue sobre la evaluación de sostenibilidad como alternativa a la agricultura de roza y quema. Ya casados, él y Sheila se fueron a vivir a Colombia, entre 1988 y 1993, donde Daniel hizo un postdoctorado en la Unidad de Estudios Agroecológicos del Centro Internaconal de Agricultura Tropical de Cali. Todo parecía marchar muy bien.
“Pero Dan me contó que un día, él y Sheila, mirando su vida en Colombia, ganando bien, con contactos para agricultura, y cosas así; se dieron cuenta que no querían pasar todo el tiempo trabajando solo para tener dinero. Por eso decidieron que para ellos era mejor tener calidad de vida, una vida sin estrés, con tiempo para ellos, esa fue su meta: vivir en un pueblo, cerca de la Amazonia y trabajar de forma independiente”, recuerda Bennett Hennessey, ornitólogo canadiense que conoció a la pareja en 1995.
De esa manera Robison volvió a Bolivia y eligió vivir en Rurrenabaque, la puerta de entrada a la selva amazónica. Allía empezó a construir su casa; aquella donde le encantaba cocinar y cenar con los amigos que llegaban a visitarlo. Aquella donde siempre había alguna habitación disponible para acoger a alguien. Aquella donde compartió con Sheila, quien falleció hace diez años. Aquella donde la tarde del domingo 16 de junio, tres días antes de morir, recibió a periodistas para hablar de la fallida producción de caña y la palma aceitera para biocombustibles; temas que había estudiado a fondo.
“El Chocolatal” y “El Retiro”
Daniel Robison (1960-2024) murió el miéroles 19 de junio pasado. Estaba convaleciente de un dengue, pero días antes participó en discusiones sobre palma aceitera durante el Foro Social Panamazónico (Fospa). Su aporte por la defensa de territorios, el agua y pueblos indígenas venía desde la ciencia.
Estudiaba, por ejemplo, los impactos de la minería en el peligro de desastres en el norte de La Paz, o la factibilidad de los suelos para cultivar caña de azúcar en la Amazonia. De ahí que sus opiniones eran respetadas a nivel mundial, además que fue docente de maestría de la Future Generations University.
“Es difícil dar un número de los aportes científicos de Daniel”, dice Soledad Enríquez, amiga del científico, también experta en sistemas agroforestales. “Podrían ser cien, quizá más”.
Varios de esos documentos surgieron como resultado de experimentos que Robison hizo en dos propiedades que tenía cerca de Rurrenabaque: El Chocolatal y El Retiro.
La primera está ubicada a los pies de la Reserva de la Biósfera y Tierra Comunitaria de Origen (TIOC) Pilón Lajas, situada entre Beni y La Paz. En este lugar forjó un sistema de conservación de lo que quedó de un bosque amazónico. Los dueños anteriores eran consesionarios madereros y prácticamente acabaron con el bosque primario o virgen. Dan compró el terreno para dejar que el monte se rehabilite. Para cumplir con la función económica social (FES) que exigen las leyes bolivianas, habilitó canchas de golf y criaba caballos muy mansos, según cuentan quienes conocieron el sitio. Allí comprobó, por ejemplo, que el suelo era muy arenoso y poco fértil, por tanto, no apto para agricultura. “Sabía que invertir en agricultura aquí era más esfuerzo que recompensa”, dice Soledad.
Estos y otros elementos sirvieron para demostrar que la Empresa Azucarera San Buenaventura (Easba) fue un despropósito que le costó al país Bs 1832 millones. Así lo reflejó en un estudio.
La otra propiedad, El Retiro, situada hacia la llanura, tiene suelos más aptos para agroforistería. Pero al igual que El Chocolatal —explica Soledad Enríquez— “se trata de terrenos difíciles para producir de forma natural”. Aquí Daniel creó sistemas agroforestales y también tenía monte natural como ensayo. Cultivaba cacao criollo y majo. Había partes de sistemas agroforestales del pueblo Tacana, es decir, con uso de fuego, y un potrero donde practicaba ganadería sostenible. “En realidad eran como 20 subpotreros que le permitían al ganado rotar cada día. Entonces, aunque era ganadería a pequeña escala, no había una carga muy alta sobre los pastos, eso le permitía tener animales en muy buen estado, no estresados y pasturas en combinación con árboles. Él la llamaba ganadería de alto carbono, porque al tener árboles, había mayor captura de carbono en sus potreros”, explica Enríquez.
El amigo
Vincent Vos, biólogo investigador de la Universidad Autónoma del Beni (UAB), conoció a Daniel el año pasado, cuando visitó Rurrenabaque. “Soledad, que es una amiga en común, estaba alojada en su casa y me preguntó si tenía viáticos o algo así. Le indiqué que no y me quedé ahí, en su casa. Compartimos almuerzos, me llevó a su granja, donde tiene vacas y su cancha de golf. Ya había leído sus investigaciones, sobre todo la de la Easba, pero ahí lo conocí mejor. Luego compartimos criterios sobre palma aceitera y priorizar palmeras nativas antes que introducir especies nuevas”, dice Vos.
Esa manera de recibir a la gente, incluso sin conocerla a fondo; cocinar, conversar y compartir sus conocimientos sin reparos, son algunas características que siempre aparecen cuando se pregunta: ¿cómo recuerdas a Daniel?
Imagen y descripción publicada por Daniel en su cuenta de Facebook: Y uno con los tios en su habitat natural. Refugio Jaguareté Rurrenabaque
“Yo no recuerdo cuándo conocí a Dan”, asegura Steffen Reichle, biólogo germano-boliviano. Lo que sí sabe es que fue alguien que nunca se negaba a dar una opinión científica o a responder un mensaje. “Era alguien que siempre tenía tiempo cuando le pedías algún favor, alguna opinión. No sé de dónde sacaba el tiempo, porque era profesor, pero siempre respondía”.
Y todo aquello iba siempre en concordancia con la decisión que un día había tomado junto a Sheila, su compañera: el dinero no era lo más importante.
“Dan era parte del directorio de la Asociación Civil Armonía y lo era de manera voluntaria, no recibía un pago. Cuando lo invitamos, pensamos: ‘pucha, él sería perfecto’ y cuando le propuse en Santa Cruz, pensé que iba a pedirme tiempo para pensar, pero en dos minutos me dijo: ‘ya, ok, está bien’. Desde entonces era dar su tiempo gratis para ayudarnos en políticas, acciones, metodologías, todo lo que él sabía. Un día yo le dije: ‘podemos pagarte como contacto para visitar y dar tu opinión’, pero me respondió: ‘no quiero pagos’. Más bien quería que yo, como ornitólogo, vaya a su tierra, en El Chocolatal, para elaborarle una lista de aves a cambio. De nuevo, plata no era la meta”, cuenta el biólogo Bennett Heneze.
El legado de un grande
Soledad Enríquez es quizá la persona que más cerca estuvo de Daniel en los últimos años. Lo conoció en un curso de agroforistería, ya que ambos tenían intereses en agroecología. “Hemos sido colegas, pero más que nada, grandes amigos”, asegura.
Para ella es difícil plantear cómo habría que recordar a Dan, el amigo, el hombre que se autodefinía como existencialista pero era ateo; alguien para quien era muy importante el pensamiento crítico, pero fundamentalmente, un defensor de la Amazonia desde su modo de vida, ya que buscaba formas para preservar al territorio, y sus pueblos indígenas.
“Sin duda voy a continuar todo lo que he aprendido de él desde mi trabajo. Uno de mis grandes temores es que, si se decide vender las propiedades (El Chocolatal y El Retiro), quien las compre, las deforeste y eso es algo que él no querría por ninguna razón. Sé que puedo promover sistemas agroforestales sin fuego y alternativas económicas productivas. Necesitamos pensar qué hacer para que el trabajo de Dan y Sheila no termine como él no hubiese querido”.
Encuentra aquí algunas de las investigaciones de Daniel Robison