Opinion

"AMÉRICA LATINA, PATIO TRASERO"
Punto de Re-flexión
Omar Qamasa Guzman Boutier
Martes, 30 Abril, 2013 - 20:12

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El pasado 18 de abril, en un informe presentado al Congreso norteamericano, el Secretario de Estado de los EEUU, John Kerry, dijo que su país considera a América Latina como “su patio trasero”. La declaración se produjo en medio del incremento del malestar en las relaciones norteamericanas, al menos con uno de los países latinoamericanos (para el caso, Venezuela, debido a la entonces reciente celebración de las elecciones en ese país, con la consiguiente derrota electoral del candidato preferido por EEUU, Henrique Capriles). Con esa declaración, el funcionario norteamericano puso nuevamente en mesa de discusión y tema bastante viejo para nuestro continente: las relaciones entre norteamérica y los países latinoamericanos.

Más allá de esta evidencia, importa ahora volver a la reflexión en torno a las razones que subyacen en la declaración de aquél alto funcionario norteamericano. Diríamos que este tema puede observarse desde la perspectiva ideológica, desde la política y desde la perpspectiva económica. Se trata, pues, de una temática, que abarca la “totalidad” de los campos en los que se desarrolla la vida entre nuestros países.

El señor Kerry, en el fondo, no hizo sino expresar lo que se mueve en la ideología profunda norteamericana. Se trata de una creencia que se encuentra, por igual, tanto en el partido demócrata como en el republicano, de aquél país. Es, para los norteamericanos, una verdad que no merece ponerse en duda, ésta, la de considerar a nuestro continente como su “patio trasero”. Esta creencia arranca desde la lejanía de la historia; es decir, incluso desde el momento mismo de la independencia norteamericana, de los vínculos que les mantenían sujertos a Inglaterra, allá por 1776.

Desde el punto de vista cultural, la contienda no tuvo mayor diferencia, toda vez que los colonizadores europeos, previamente, habían virtualmente extinguido a los pueblos indígenas de aquél territorio. En este sentido, pues, puede decirse que el ganador de aquél enfrentamiento, resultaba tan anti-indígena como al vencido.

Ello viene al casos, para señalar que en la creencia profunda norteamericana, en la declaración de Kerry, se encuentra una igualmente profunda razón racista: la de considerarse como un pueblo superior y además, la de constatar aquella supuesta superioridad, en la eliminación de las naciones indígenas de aquél territorio. El predominio indígena, en las poblaciones del sur, sin embargo, ha llevado a extender aquella certeza de superioridad también, por tanto, hacia nuestro continente, desde aquellos años de fines del siglo XVIII. Por tanto, en base a aquella consideración en torno a los países latinoamericanos, la creencia que nosotros formásemos parte natural de su zona de influencia, no era sino el paso siguiente.

Por supuesto existieron razones políticas para sustentar aquél pensamiento. Entonces, la principal razón  era la que ya denunciara Simón Bolñivar: la de impedir el surgimiento de una sola nación, al sur, por cuanto ello podría haber constituido efectivamente un peligro, aún mayor que la de la propia oposicíón interna (que estallara, muchos años después, con la guerra civil norteamericana, entre el norte y el sur). Una segunda razón política, entre las que se encuentran en el razonamiento político, debe mencionarse, por supuesto la referida a la cuestión de la soberanía nacional, de los países latinoamericanos.

Debe recordarse que las relaciones internacionales siempre son relaciones interdependientes. En consecuencia, la cuestión referida a la soberanía nacional, es también una cuestión que debe observarse desde la perspectiva de la interrelación entre Estados. En tal sentido, sin embargo, no basta decir que en el fondo todas las naciones son inter-dependientes; no basta porque, aunque esa interdependencia sí es un hecho fáctico, lo que importa señalar es la potencia, con la que concurre cada Estado a la interrelación y por tanto a la dependencia mútua. Está claro, que la depencia mayor, en tal concurrencia, la tienen los países pequeños, poco desarrollados y políticamente vulnerables.

En tal sentido, por ejemplo, no puede pensarse que EEUU dependa de la misma manera que Paraguay, en su relación en la relación entre ambos países. Por supuesto será Paraguay quien manifieste mayores grados de dependencia en aquella relación.

Con ello entramos, entonces, a la cuestión de la soberanía nacional. Bajo el criterio de que siempre existirán interrelaciones y por tanto interdependencias, en las relaciones entre Estados, digamos que la soberanía nacional nos remite a la disminución de los grados de dependencia, de los pequeños países con respecto a los países centrales, en las relaciones internacionales. La soberanía nacional, por tanto, no anula la dependencia, pero sí, se espera, que la disminuya a grados tales que le sean funcionales al desarrollo interno, de cada uno de los  (pequeños) países.

En este juego, entonces, entre mayor o menor dependencia, es decir, menor o mayor soberanía, lo que se encuentra en disputa, es básicamente el potencial de recursos naturales con los que cuentan los pequeños países o para el caso, nuestro continente. No es novedad, por cieto, señalar que las relaciones internacionales giran, hoy por hoy, fuertemente en torno al control de los recursos naturales. En segundo término, pero, también giran aquellas relaciones, en torno al mercado, es decir, en torno a la disputa de los mercado del continente. Control de los recursos naturales y control del mercado, por tanto, constituyen dos elementos centrales de esta disputa.

Dicho todo esto, veamos ahora los efectos de la declaración de funcionario norteamericano. Lo inicial, ha sido, claro, la puesta en estado de incomodidad de los “insiders”, de los agentes políticos canalizadores en lo interno, de las pretensiones norteamericanas. Es lo que comúnmente se llama la “derecha latinoamericana”. La total falta de respecto al continente ha puesto pues a la gran mayoría en contra de aquella declaración. En nuestro país, incluso personajes tan abiertamente pro-norteamericanos como Jorge Quiroga o Samuel Doria Medina, se han visto en la necesidad de asumir posturas anti-norteamericanas. Desde otra perspectiva, puede decirse, en consecuencia, que aquella declaración ha beneficiada a la “izquierda” latinoamericana, en el gobierno en la mayoría de nuestros países.

Incluso es válido decir que ha radicalizado, por un momento, de manera inecesaria este sentimiento, por cuanto, lo que en nuestro continente se llama por estos tiempos, revolución, socialismo, no es sino una versión más de la lógica del capital, que puede circular tanto en el norte, como en el sur. ¿Será por eso que suena tan vacío de contenido, el socialismo de Chávez en Venezuela, tan falso la defensa de la naturaleza en boca del gobierno boliviano o tan sin sentido, el anti-imperialismo del gobierno ecuatoriano?