Es curioso, pero de verdad es genial beber uno o dos pares de cervezas con un abstemio. Desde el primer sorbo, sentí que estaba observando la vida desde un ángulo diferente, como si la sobriedad del alma, en medio de la embriaguez de los sentidos, adquiriera un nuevo significado, tal como decía Hemingway.
Nos encontrábamos en el quinto piso de un edificio del Prado paceño, un lugar que antaño fue la cuna de los grandes encuentros de la vieja guardia del periodismo. Ahí, entre risas y copas, nacían las exclusivas, esas "pepas" que cambiaban el curso de los días. Esta vez, éramos tres amigos, colegas, reunidos en ese lugar. Pedimos unas cervezas Huari y una Coca Cola. Como suele ocurrir entre periodistas, la conversación giró rápidamente hacia lo inevitable: el trabajo. Discutimos sobre la situación de los medios, los retos que enfrentamos y, por supuesto, las anécdotas del oficio, porque para nosotros, el trabajo no es solo eso; es parte de nuestra vida, quizá hasta de nuestra esencia.
Siendo el más joven del grupo, me sentía afortunado de compartir ese momento con dos grandes profesionales que, sobre todo, son excelentes personas. Como bien lo dijo Kapuściński, “para ser buen periodista, hay que ser buena persona”. Y esa nobleza se reflejaba incluso en esa charla informal.
Pero, ¿por qué los periodistas no podemos evitar hablar del trabajo? Tal vez sea la sensación de saber algo que pocos conocen, el poder de detectar una mentira, o el placer de hacer la pregunta justa, esa que desmorona las defensas del entrevistado. Nada se compara con ver cómo las evasivas de un corrupto se desvanecen ante una simple pero contundente pregunta. La verdad es nuestra herramienta, y usarla con responsabilidad es un deber ineludible.
Después de varios vasos de cervezas y unos cuantos, de refresco, la conversación dio un giro hacia lo personal. Dos de ellos ya eran padres, mientras que yo, no lo consideraba. Recuerdo los gestos de emoción de ambos cuando hablaban sobre la paternidad; los sacrificios y maravillas que implicaba. En ese momento, no pude evitar pensar en mis padres, que, a pesar de que mis hermanos y yo somos independientes, aún continúan dándonos los frutos de su trabajo. ¡Mis padres, cuánto los amo!
—¿Y tú, para cuándo? —me preguntó el abstemio.
No pude evitar sonreír y le respondí que aún me sentía muy joven para asumir una responsabilidad de ese calibre. Mis amigos coincidieron en que las prioridades de mi generación habían cambiado. Ahora muchos priorizan sus metas personales, ya sea estudios, proyectos o carrera. La libertad individual, después de todo, debe ser respetada, y para algunos de nosotros, esa libertad reside en la búsqueda de uno mismo, no necesariamente en formar una familia.
El abstemio, con apenas su segundo o tercer vaso de refresco, reflexionó sobre la tranquilidad y la zona de confort que los jóvenes de hoy parecen buscar. Ser padre o madre es una responsabilidad monumental, y no todos están dispuestos a asumirla.
Mi otro amigo, que ya iba por su cuarto o quinto vaso de cerveza, concluyó que cada quien tiene derecho a trazar su propio camino. Quien elige formar una familia merece respeto, al igual que quien decide no hacerlo.
—Eso sí, pero sin llorar después— me dijo el abstemio con una sonrisa, dejando entrever una verdad que se fue asentando en nuestra charla.
El más experimentado de los tres, o sea el abstemio, reflexionó sobre la posibilidad de una vida sin familia, recordando cómo la soledad puede ser el precio de ciertas decisiones. Tal como escribió García Márquez: “La vida no es lo que uno vivió, sino cómo la recuerda para contarla”. Claro, la soledad no es un destino inevitable, pero puede ser el precio de algunas elecciones.
Al final, llegamos a la conclusión de que lo importante es vivir sin arrepentimientos, sin quejas. Las decisiones, como el destino, son nuestras.
Entre risas, cervezas y refrescos, la noche se convirtió en una lección de vida para mí, el más joven del grupo. El abstemio, que había dejado de beber para ser un ejemplo para sus hijos, no solo compartió con nosotros sus mejores historias de sus farras pasadas —vaya que eran buenas— sino que también pagó la cuenta.
Sí, definitivamente, es genial tomar con un abstemio.