Isabel Navia Quiroga - Comunicadora y periodista
Este sábado 14 se realizó la entrada folklórica del Señor Jesús del Gran Poder. El evento sucede en un momento plagado de inestabilidad, conflictos, incertidumbre y lo más difícil: la trágica e irracional pérdida de vidas humanas. Ante ello, surgieron posturas que propusieron suspender la entrada, como muestra de respeto a las familias de las víctimas. Tal pensamiento es muy justificable, correcto y necesario si se analiza el tema de la entrada como una fiesta, sólo eso. Sin embargo, es menester percatarse que se trata de mucho más.
El Gran Poder no es mera algarabía popular, se trata de un poderoso catalizador cultural, social y económico que articula identidades, potencia oficios tradicionales y refuerza el tejido social. Entenderla como algo más que una fiesta es reconocerla como un cuerpo integrado, donde cada baile, cada hilo de bordado y cada paso contribuyen a escribir la historia de una ciudad que late al ritmo de su cultura.
Al respecto, se puede apuntar al menos cinco razones por las cuales este evento merece ser comprendido como un fenómeno de alcance integral.
Motor de la economía naranja paceña
Cada año, la Entrada moviliza decenas de millones de dólares en un solo día: 68 millones en 2024 y hasta 160 si se suma los preparativos que arrancan meses antes. Esa inyección no solo circula en las calles el día de la fiesta, sino que se distribuye en talleres familiares de bordado, emprendimientos de vestuario, emprendimientos de música, de maquillaje y un sinfín de oficios que encuentran en el Gran Poder un mercado garantizado. Esto convierte a la festividad en un “cluster creativo”: un polo productivo que fortalece oficios, promueve la creación de microempresas y dinamiza sectores como la gastronomía, el transporte y el turismo local.
Patrimonio vivo e identidad mestiza
En 2019 la UNESCO ha reconocido a esta entrada como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, justamente porque es expresión viva de un sincretismo religioso y cultural que tiene sus raíces en las comunidades andinas y en la devoción católica. Cada danza — llamerada, morenada, diablada, salay, caporal, kullawada — es un manifiesto de memoria colectiva, una plataforma para la transmisión intergeneracional de saberes y símbolos. Al asumirlo como patrimonio vivo, visibilizamos la riqueza mestiza de La Paz y reivindicamos el protagonismo de grupos humanos y zonas que han hecho de esta celebración su estandarte.
Cohesión social y bienestar emocional
Aparte de la música y el colorido, la festividad articula redes de cooperación basadas en el ayni andino: promesantes, familias y organizaciones barriales se organizan en torno a un compromiso religioso y comunitario que trasciende generaciones. En un mundo marcado por la individualidad urbana, esta fiesta brinda un espacio de encuentro horizontal, pues jóvenes, adultos y ancianos comparten ensayos, experiencias y votos de fe. Ese tejido social refuerza el sentido de pertenencia y produce un impacto directo en la salud emocional, generando un cálido espacio de colectividad y orgullo local.
Plataforma para la innovación creativa
Lejos de ser un evento estático, el Gran Poder se ha convertido en un laboratorio de innovación en artes visuales, diseño de vestuarios, tecnología de espectáculos y narrativas digitales. Las fraternidades y los diseñadores experimentan con materiales sintéticos y técnicas de bordado; productores y realizadores documentan la fiesta con drones; las y los gestores culturales exploran formatos híbridos — presencial y virtual — para llevar la “Experiencia Gran Poder” a audiencias globales. Esta capacidad de adaptación y reinvención consolida a la festividad como un referente de creatividad urbana y como la comunidad hacedora y laboriosa que somos.
Impulso al desarrollo urbano sostenible
Los recursos generados por la entrada aportan. Actualmente, las fraternidades invierten en restauración de templos, recuperación de espacios públicos y mejoras de infraestructura en barrios invitados. Además, la visibilidad internacional del evento atrae turismo cultural, lo que a su vez alimenta la renovación de servicios públicos y privados — hoteles, rutas gastronómicas, circuitos patrimoniales — que benefician a la ciudad más allá de esas 15 horas de baile. De esa manera, la festividad se convierte en una herramienta de planificación urbana que combina patrimonio, economía y cohesión social.
Más que una fiesta: un proyecto de ciudad
La Entrada del Señor del Gran Poder es el resultado de siglos de mestizaje, de oficios ancestrales y de devociones compartidas. Su valor no se mide solo en asombro visual o en cifras de asistencia (o en lamentables excesos, que suelen darse), sino en la capacidad de transformar recursos culturales en bienestar tangible: empleo, identidad fortalecida, espacios de encuentro y – lo mejor de todo - un horizonte de innovación creativa con enorme potencial. En la madrugada, cuando la última fraternidad concluya su paso, cuando la banda toque la última nota y las máscaras y trajes sean guardados, quedará un compromiso colectivo y el legado vivo de uno de los aspectos que con mayor contundencia define el alma de La Paz.
En un momento como el actual, en que Bolivia atraviesa complejos retos de reactivación económica y profundas tensiones políticas, apoyar la Entrada del Señor del Gran Poder no es solo un gesto relacionado a la cultura, sino una estrategia de cohesión social y de desarrollo sostenible. Impulsar esta actividad implica la inyección de recursos a oficios locales y el fortalecimiento del orgullo colectivo frente a discursos fragmentados. En un contexto de búsqueda de diálogo y paz y de urgencia por generar empleo digno, esta fiesta actúa como plataforma para el diálogo intercultural, el empoderamiento de comunidades populares y la construcción de narrativas compartidas que, con música y bordado, contribuyen a la estabilidad, la salud mental y el avance económico.