László Krasznahorkai – Nobel de Literatura 2025

Carlos Decker-Molina

Lo conocí a través de una película interminable. László Krasznahorkai no es un nombre fácil de recordar para un latinoamericano. La cinta —Tango satánico— fue dirigida por Béla Tarr, si no me falla la memoria. Fui a verla atraído por la palabra “tango”, una música que siempre me ha acompañado.

La película, en blanco y negro, duraba cerca de seis horas. Fue entonces cuando decidí leer al autor. Encontré un ejemplar en un mercado de segunda mano: un novelón difícil, áspero, como el paisaje humano que retrata. En sus páginas se cruzan el caos, la pobreza, la soledad y una lucidez implacable. Pero, como dice Almafuerte: “No te des por vencido, ni aun vencido”. Leí, releí y prometo volver a leer.

El estilo de Krasznahorkai es un desafío. Requiere tiempo, paciencia y cierta disposición a entrar en un submundo denso, donde lo político, lo religioso y lo existencial se entrelazan. Es uno de esos escritores “difíciles” —como Joyce en Ulises o Cărtărescu en Solenoide—, pero cuando se logra penetrar en su universo, el efecto es casi medicinal: un tónico para el cuerpo y el alma.

Su prosa se despliega en frases larguísimas, a veces sin punto final durante páginas enteras. Cada capítulo parece un solo párrafo interrumpido apenas por el aliento del lector. En medio del desasosiego, emerge un humor cáustico y una imaginería poderosa, con ecos de Kafka y Beckett.

Uno de los personajes más magnéticos de Tango satánico es Irimiás, figura enigmática, profeta o impostor, que encarna la esperanza y la decepción colectiva.

No me atrevo a juzgar a Krasznahorkai solo por este libro, pero su obra es vasta y está bien traducida al español. Un amigo me recomendó Melancolía de la resistencia. “Es una obra maestra del humor negro —me dijo—, y además, más fácil que Tango satánico.”