Hacia Asambleas de la Tierra no antropocéntricas

Por Pablo Solón[1]

La inmensa mayoría de encuentros, acuerdos internacionales y políticas nacionales sobre el medio ambiente, el cambio climático y la biodiversidad tienen un enfoque antropocéntrico. La principal preocupación de estas iniciativas gira en torno al ser humano antes que enfocarse en restaurar el equilibrio de los diferentes ecosistemas y del planeta como un todo.

La Cumbre de la Tierra realizada en 1992, que es uno de los hitos más importantes a nivel del medio ambiente, parte de una visión antropocéntrica al señalar en la declaración de Rio de Janeiro: “Los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible”. El concepto de desarrollo sostenible que adopta la declaración de Rio tiene su origen en el informe Brundtland de 1987 que define al “desarrollo sostenible como la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Esta visión antropocéntrica es predominante en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), el Acuerdo de Paris, el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para el 2030. De una u otra forma estos acuerdos internacionales plantean “la necesidad de mantener un crecimiento económico fuerte y sostenible” (CMNUCC), o la “utilización sostenible de la diversidad biológica” (CDB). Si bien los ODS afirman conjugar “las tres dimensiones del desarrollo sostenible: económica, social y ambiental” sólo 4 de sus 17 objetivos se refieren de manera explícita la dimensión ambiental, y de conjunto los ODS se enmarcan en la visión del “crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible”, que es una contradicción insalvable con el carácter finito del planeta Tierra.

El Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible – 2020 muestra de manera muy clara que el mundo no está en camino de cumplir los ODS para 2030. Dicho reporte señala que la situación ya era mala antes de la pandemia y que ha empeorado con el covid-19. Está situación ahora es aún mas alarmante por la guerra contra Ucrania desatada por Putin y sus impactos a nivel mundial. Este informe, preparado por el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU con la colaboración de varios organismos internacionales, regionales y expertos, señala en el ODS 15 sobre “la vida de ecosistemas terrestres” que “los delitos contra la vida silvestre ponen en peligro tanto las especies animales como la salud humana, incluso a través de nuevas enfermedades mortales” y añade que “entre los años 2014 y 2018 se incautaron el equivalente a 370.000 pangolines en todo el mundo, lo que sugiere que se traficaron y mataron millones…”. Estos osos hormigueros escamosos “son el mamífero salvaje más traficado de la Tierra”, y “se encuentran entre los principales sospechosos de los animales intermediarios que transfirieron el coronavirus de los murciélagos salvajes a las personas”. El informe afirma: “la biodiversidad está disminuyendo a un ritmo alarmante”.

Estas constataciones que hace este informe muestran que es imperativo salir del paradigma antropocéntrico del desarrollo sostenible y el crecimiento económico sostenido para empezar a rever nuestras metas incluyendo tanto a los componentes humanos y no humanos de la comunidad del planeta Tierra. Tenemos que avanzar hacia un proceso de Asambleas de la Tierra eco céntricas, en las cuáles las perspectivas de todos los componentes de la naturaleza de la cual somos parte los seres humanos sean tomadas en cuenta. Después de más de medio siglo de conferencias internacionales sobre temas medioambientales es claro que los acuerdos que se basan sólo en los intereses de los Estados, y los gobiernos de turno que los representan, no son capaces de construir caminos que nos permitan hacer frente a las crisis ecológica y climática. Es necesario involucrar de manera decisiva y no retórica a la sociedad civil y promover la participación efectiva de los pueblos indígenas y otros que han sabido convivir con la naturaleza y no simplemente utilizarla para provecho propio. Así mismo, es fundamental dar voz a la naturaleza, a los ríos, los glaciares, los bosques, los animales, las plantas y los pangolines que son apenas una de las 31.000 especies que están en peligro de extinción. Si a nivel local, municipal, provincial, nacional, regional e internacional no se incorpora a la naturaleza y los pueblos, es imposible salir de este callejón sin salida del crecimiento sostenido y el desarrollo sostenible que son paradigmas que han quedado superados por la magnitud de las crisis sistémicas que vivimos. A diferencia de la declaración del Rio, en estas Asambleas de la Tierra debemos construir propuestas donde el centro de preocupación sea la casa común de todos los seres humanos y no humanos de la naturaleza, donde la perspectiva no sea el crecimiento y el progreso indefinidos sino la búsqueda del equilibrio entre todos los componentes de la comunidad de la Tierra para restaurar los ciclos vitales de la naturaleza.

La necesidad de construir una perspectiva no antropocéntrica ha empezado a cobrar gran relevancia con la aprobación de leyes y sentencias judiciales en varios países del mundo que reconocen los derechos de la Naturaleza, siendo la más reciente la aprobación por la Convención Constituyente de Chile. La emergencia de este movimiento no antropocéntrico es tan profunda que el propio António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, en su informe sobre Armonía de la Naturaleza de 2020 propone que “la Asamblea General [de la ONU] debería considerar la posibilidad de reunirse como Asamblea de la Tierra, donde el paradigma no antropocéntrico o centrado en la Tierra, que sigue evolucionando, pueda continuar desarrollándose y encontrar su sitio en el multilateralismo”.

Este proceso de pensar el futuro de todos y todo desde una perspectiva eco céntrica no debe limitarse a un evento internacional y tiene que construirse a todos los niveles de la sociedad, las naciones y la comunidad internacional. Sin un movimiento que nazca desde abajo, desde lo local, y que interaccione a todos los niveles, escalando cada vez más sus propuestas e iniciativas no será posible cambiar el actual curso al abismo. Un movimiento no sólo de pueblos sino de naturaleza, donde aprendamos a escucharla y a pensar no sólo desde la perspectiva humana. Este proceso debe combinar la reflexión con la acción, la resistencia contra el extractivismo, el productivismo, el patriarcado, el colonialismo, el racismo, la guerra y la sexta extinción de la vida en la Tierra con la construcción de alternativas sistémicas a todos los niveles.

Este proceso implica la defensa y recuperación de territorios rurales y urbanos para desarrollar prácticas de autogestión. El concepto de territorio fuertemente enraizado en los pueblos indígenas comprende diferentes dimensiones según los distintos actores sociales: un rio, un parque, un aeropuerto, una escuela, un barrio, una comunidad, un bosque, una fábrica, etc. La construcción de territorios libres de transgénicos y agrotóxicos o de escuelas libres de bullying y racismo, o de espacios libres de minería contaminante o de territorios rescatados de la deforestación provocada por el extractivismo agropecuario son un componente fundamental en el camino de Asambleas de la Tierra no antropocéntricas.

Es fundamental articular las luchas en defensa de la naturaleza y la vida a nivel nacional, regional e internacional. Como lo plantea la Asamblea Mundial de la Amazonia no hay solución a la crisis climática sin la Amazonía y no es posible salvar a la Amazonía sino se construye un movimiento amazónico e internacional que articule las diferentes iniciativas y luchas que existen en todos los continentes contra las prácticas, ecocidas, etnocidas y genocidas.

Las Asambleas de la Tierra tienen la gran tarea de construir propuestas para hacer frente a las problemáticas locales y también repensar nuestras actuales democracias antropocéntricas proponiendo democracias eco céntricas donde la Naturaleza y los pueblos tengan participación determinante. Asimismo es necesario construir propuestas para reconfigurar de raíz el multilateralismo antropocéntrico y rever los objetivos de desarrollo sostenible proponiendo dinámicas orientadas a restablecer un equilibrio dinámico entre los seres humanos y con la naturaleza.

Esto requiere de un proceso de convergencia y complementariedad de los movimientos por los derechos de la naturaleza, los comunes, el Vivir Bien, el eco-feminismo, la soberanía alimentaria, el decrecimiento, la desglobalización, la paz y un conjunto de visiones que aspiran a cambios estructurales y no a enverdecer el capitalismo que ha entrado a una fase de caos envolvente.

El proceso hacia Asambleas de la Tierra implica superar nuestras propias estructuras verticales, caudillistas y patriarcales, recuperando el nexo entre el sentir y el pensar, entre la espiritualidad y la materialidad de la vida, y abrazando la ética de la Tierra para que el ser humano pierda su rol central de dominador de la naturaleza para ser un miembro más de ella, y así podamos recuperar la esencia de nuestra propia humanidad.


[1] El texto, si bien es de responsabilidad individual, ha sido posible gracias a reflexiones realizadas en el marco de la Asamblea Mundial por la Amazonía, el Tribunal Internacional de Derechos de la Naturaleza, el Dialogo Global, el proceso hacia el X FOSPA, la iniciativa Alternativas Sistémicas, la Fundación Solón y las conversaciones con decenas de espíritus críticos de la comunidad de la Tierra.