Erick Fajardo Pozo - Consultor en Comunicación Política y analista de medios
Emergiendo de la pandemia, en febrero de 2023, el escritor inglés Douglas Murray denunciaba que su libro “La extraña muerte de Europa” había sido incluido, junto a “El señor de los anillos”, “Las crónicas de Narnia” y “1984” en una lista negra de textos de “extrema derecha” por la Unidad de Investigación, Información y Comunicación (RICU) un programa del gobierno británico que de 2019 a 2022 operó con amplia discrecionalidad bajo la consigna de “identificar y exponer” el extremismo fascista.
No fue un esfuerzo aislado. En Washington DC, Nina Jankowicz recuperaba el espíritu de la censora Ley contra la Sedición de 1918 de Woodrow Wilson en el manual de operaciones de la versión americana del RICU: la Junta de Gobernanza para la Desinformación (DGB), una policía del lenguaje que desde el Departamento de Seguridad Doméstica se proponía patrullar discursos en Twitter extendiendo la definición de Terrorismo para incluir Desinformación y definiendo Desinformación como la difusión de cualquier opinión que socavara la narrativa oficial de la administración Biden.
A pocas calles, al abrigo del Departamento de Estado, operaba la contraparte en el servicio exterior de la Junta de Gobernanza para la Desinformación: el Centro de Implicación Global (GEC). Ambas compartían objetivos: Tejer redes institucionales para la “autenticación de contenidos” y “rastrear-combatir la desinformación”. El GEC perseguía la coordinación global de la censura y vigilancia de las ideas y los discursos de periodistas, analistas y autores. Su mayor logro fue el Listado Dinámico de Exclusión, una “lista negra” de “radicales” que llegaría a medios y plataformas para “prevenirlos” de difundir desinformación, es decir, narrativas divergentes de la del establishment.
Nunca el totalitarismo de izquierda llegó tan lejos como durante esa elipsis de suspensión de libertades fundamentales que fue la pandemia. La psicosis por un evento de extinción global creó las condiciones objetivas y subjetivas para desatar un régimen del terror jacobino que escaló la vieja aspiración maoísta de una revolución cultural que subvirtiera el orden capitalista por la de instaurar un estado de excepción normalizado que empujara a la civilización occidental al oblivión para después reescribir su historia.
Los radicales de izquierda hasta1990 tenían una propensión transformativa lineal de la historia, se interesaban en ella como curso de acumulación de los acontecimientos que conducirían a la utopía colectivista. Jamás ansiaron dar marcha atrás a la historia para alterar o mitigar sus tensiones y condiciones, porque entendían que el socialismo sería resultado de las contradicciones del modo de producción capitalista y que sin ellas la partera revolución no podría ayudar a la historia a parir el estado comunista.
Por contraste, la pintoresca descendencia neo-marxista de Davos y Puebla, castrada de erudición e hiper pragmática, no está dispuesta a invertir tiempo y esfuerzo en transformar las condiciones dadas de la historia y halla más fácil reescribirla y borrar todo lo no armónico con sus nuevas dialécticas de la Teoría Crítica Ivy League, la edición abreviada del Libro Rojo en PDF y la versión Netflix de “Diarios de Motocicleta” de Ernesto Guevara.
El RICU británico permanece activo, sus contrapartes americanas no sobrevivieron a la post pandemia. La Junta de Gobernanza para la Desinformación fue asfixiada en la cuna por presión de incluso los corresponsales de prensa de la Casa Blanca y el Centro de Implicación Global se extinguió en diciembre de 2024 tras el fracaso de la administración Biden en pasar de contrabando su adenda, camuflada en una ley ómnibus.
Pero la agenda del transnacionalismo globalista persiste, instalando los estándares culturales de la Gleichschaltung Woke o nueva versión de la estandarización cultural Nazi; la infame “unidimensionalización” de Marcuse revisada; el “pensamiento único” de Morin actualizado para descalificar voces disidentes del presente pero sobre todo a los cuestionadores originales de la utopía totalitaria; literatos como William Shakespeare, Thomas Hobbes, JRR Tolkien, C.S. Lewis o Eric Arthur Blair a quienes la Internacional Globalista no dejará de acusar de fascistas, aunque varios hayan publicado sus obras siglos antes del capitalismo, la revolución bolchevique o el emerger del fascismo.