Carlos Decker-Molina
Hoy llegó a mi domicilio un folleto titulado Si la guerra o alguna crisis llega, cómo actuar. Las autoridades de protección de la sociedad sueca enviaron un ejemplar a todos los hogares, enseñando el lenguaje de las sirenas. Por ejemplo, si la sirena suena durante un minuto con señales cortas, se debe buscar un refugio antiaéreo. Sin duda, nos están preparando para la guerra, aunque el estado sueco suele enviar estos folletos para estar preparados ante el cambio climático, incendios, inundaciones o pandemias de todo tipo.
Se respira en el ambiente social, en la prensa en general e incluso en las conversaciones de sobremesa, estamos a la espera de algo. Nadie sabe con certeza qué es lo que estamos esperando. Me viene a la memoria la hermosa novela del Nobel J. M. Coetzee titulada En espera de los bárbaros.
Mientras esperamos, el gobierno saliente de EE. UU. autorizó a la defensa de Ucrania el uso de misiles ATACMS dentro del territorio de Rusia. Estos misiles ya fueron usados por Ucrania contra objetivos rusos en los territorios ocupados de Ucrania, pero ahora pueden ser utilizados para defender la ocupación de la región fronteriza de Kursk, una ciudad rusa tomada desde agosto por Ucrania. Según fuentes de inteligencia, esta medida es una respuesta a la incorporación de tropas norcoreanas en la guerra.
A la disposición del presidente Biden se sumaron el laborista inglés Keir Starmer y el liberal francés Emmanuel Macron; ambos autorizaron el uso de los misiles STORM SHADOW/SCALP con el mismo propósito: defender la toma de Kursk.
Alemania, que posee los misiles de largo alcance Taurus, continúa negando su transferencia a Kiev, pero el diario Bild ha informado que el Ministerio de Defensa alemán ha dado luz verde al envío de 4.000 drones bomba de largo alcance, que podrán ser disparados contra objetivos en Rusia.
La respuesta de Rusia se llama “la necesaria revalorización” de la doctrina de defensa nuclear. La primera línea roja de Putin fue contra el uso de armas de la OTAN en manos ucranianas. Esto ocurrió a principios de la guerra, y no hubo respuesta.
Una fuente de inteligencia de Gran Bretaña no cree que Rusia use el arma nuclear contra algún país de la OTAN, porque sabe que llevaría las de perder, ya que está prácticamente rodeada por armas nucleares de la OTAN.
Ucrania intentará quedarse con la ciudad rusa de Kursk para usarla como moneda de cambio en las negociaciones. Por su parte, Rusia intentará dañar lo más posible la infraestructura, sobre todo civil.
El jueves hubo una respuesta de Rusia, que atacó Dnipró. Moscú guardaba silencio, hasta que Putin habló de un misil hipersónico de medio alcance que no levaba carga nuclear. Fue una manera de desmentir a Ucrania que denunció el disparo de un misil intercontinental.
Fuentes estadounidenses han desmentido la versión ucraniana a las cadenas de televisión CNN y ABC, advirtiendo que no se trataba de un misil intercontinental. Según los protocolos internacionales vigentes, cuando se realizan disparos con misiles intercontinentales, diseñados para una guerra nuclear, el país que los usa debe notificar a la otra potencia antes de su lanzamiento, para evitar una alerta mundial.
Nadie sabe lo que Donald Trump intentará en la mesa política el 22 de enero. Hay voces tanto en Rusia como en Ucrania que han dicho: “No se trata de ir corriendo al primer llamado de Trump; ambos países son soberanos, no son provincias de Washington”.
Marco Rubio, el nuevo secretario de Estado, no tiene la misma simpatía por Putin que Trump. El consejero de Seguridad Nacional, Michael Waltz, ha sostenido que EE. UU. podría acelerar la entrega de armamento a Ucrania para forzar a Rusia a negociar.
El gran problema es el humor de Trump, quien, al no tener idea sobre la geopolítica y la geoestrategia, reacciona según sus estados de ánimo.
Seguimos esperando algo, pero no sabemos ciertamente qué.
Mientras esperan a los bárbaros, en la novela de Coetzee, surgen los rumores y en el caso que vivimos en Suecia, la propaganda.