Ecocidio y Genocidio en el siglo XXI

Por José Carlos Solón

El ecocidio, como palabra, nació en 1970. Durante la guerra de Vietnam un grupo de científicos acuñó y propagó el término “ecocidio” para denunciar la destrucción que el agente naranja, un herbicida, había causado a la salud humana y los ecosistemas durante la guerra de Vietnam. La operación estadounidense ‘Operation Ranch Hand’, pretendía terminar con los bosques de Vietnam con la intención de exterminar rápidamente al Frente Nacional de Liberación de Vietnam (Viet Cong). Esto generó la destrucción completa de plantas, animales y ecosistemas, pero también graves secuelas para la salud humana con la aparición de cáncer y malformaciones en aquellas poblaciones que fueron rociadas por el letal herbicida. Sin dejar de lado los varios otros crímenes ejecutados por el ejército estadounidense, éste fue un primer gran ejemplo de “ecocidio”. La palabra viene de “Eco”, de “Oikos” que quiere decir “hogar” en griego y “cidio” que significa destrucción en latín. Desde entonces, el término se ha incorporado en el léxico popular.

Fue un biólogo estadounidense llamado Arthur W. Galston quien levantó los primeros estandartes de lucha contra el ecocidio y propuso junto a un equipo de la universidad de Yale la primera definición del término. Galston y su equipo concibieron una línea argumentativa inicial para “un nuevo acuerdo internacional para prohibir el ecocidio” (Short, 2016):

Después del final de la Segunda Guerra Mundial, y como resultado de los juicios de Nüremberg, condenamos justamente la destrucción deliberada de todo un pueblo y su cultura, calificando este crimen de lesa humanidad como genocidio. Me parece que la destrucción deliberada y permanente del medio ambiente en el que un pueblo puede vivir de la manera que elija debe considerarse igualmente un crimen de lesa humanidad, que se designará con el término ecocidio. Creo que las naciones más desarrolladas ya han cometido auto-ecocidio en gran parte de sus propios países. En la actualidad, Estados Unidos es el único que posiblemente haya cometido un ecocidio contra otro país, Vietnam, mediante el uso masivo de defoliantes químicos y herbicidas. Las Naciones Unidas parecerían ser un organismo apropiado para la formulación de una propuesta contra el ecocidio.
Arthur W. Galston – 1970

En su primera encarnación, el ecocidio fue concebido como un crimen que se cometería en un contexto de guerra y cuya consecuencia era el daño a los pueblos que dependen para su subsistencia del medio ambiente. Galston, no se consideraba un medioambientalista, de hecho, su visión desde la ciencia siempre criticó fuertemente el naciente movimiento ambientalista, viendo algunas de sus expresiones como una afrenta al desarrollo. Sin embargo, desde la década de 1970, el movimiento para erradicar el ecocidio atrajo el interés de teóricos legales, politólogos y activistas medioambientales. A diferencia de otros “crímenes de crímenes”, como el genocidio, aún no se ha realizado un debate amplio sobre la definición o consideración conceptual del “ecocidio”, por ende, es un terreno con múltiples definiciones y con mucho margen de controversia aún.

Al establecer un vínculo con el genocidio, Galston sugirió que la destrucción del medio ambiente puede tener un impacto genocida, pero también que el medio ambiente puede verse como una víctima del ecocidio de la misma manera que un grupo social de personas puede hacerlo con el genocidio. Por lo tanto, resulta imperante también comprender el estrecho vínculo que el ecocidio tiene con el genocidio.

Del genocidio al ecocidio

Raphael Lemkin, un jurista polaco fue quien acuñó la palabra –o neologismo– “Genocidio” durante la década de los 40, su raíz “Genos” viene del griego y quiere decir tribu y “cidio” es un sufijo del latín (caedo) que significa “destrucción”. Las reflexiones de este jurista fueron los orígenes de la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio, aprobada en las Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1948. Esta convención ha sido ratificada hasta la fecha por 152 países, Bolivia es una de las partes.

La Convención surgió después de los crímenes de la Alemania nazi, la imagen del holocausto se convirtió en un elemento central que definió el genocidio. Sin embargo, Lemkin –el inventor de la palabra y del concepto– tenía una definición mucho más amplia. Para él, el vínculo entre lo que llamaba “barbarie” (masacre masiva) y “vandalismo” (la destrucción cultural) se encontraban en el centro de la necesidad de definir y crear el término “genocidio” (Lemkin, 1944). Este vínculo, resulta crucial para comprender la importancia de aquel momento en el que las aguas del genocidio y el ecocidio estaban muy ligadas o eran casi las mismas. Interpretaciones actuales, desde la sociología del genocidio y la historia del mismo, defienden la idea de que Lemkin en un inicio, sin haber creado la palabra ecocidio consideraba la destrucción del medio ambiente como un método de genocidio. El jurista polaco y sus seguidores, insisten sobre la idea de que el genocidio y el ecocidio están íntimamente conectados de forma social, institucional, empírica y teórica (Moses, 2010).

Cualquier colectividad social –tribu, pueblo– podría ser víctima de un genocidio siempre que las acciones ofensivas fueran “intencionadas” y “físicamente” destructivas (Fein, 1993). Sin embargo, la pregunta central recae sobre aquello que debería considerarse suficiente “intención de destruir” y qué tipo de acción puede considerarse destrucción genocida.

Cuando se destruye el hábitat de un pueblo, de sus medios de subsistencia, de su territorio, según la definición extendida de Lemkin, se está realizando un genocidio.

En esta medida, es crucial considerar el genocidio cultural como algo fundamental para nuestra comprensión de la compleja relación y superposición entre genocidio y ecocidio, como lo muestra bien el académico británico Damien Short. Según Short, quien desarrolló diversos estudios sobre el genocidio, el concepto es un término apropiado para describir las experiencias actuales de muchos pueblos indígenas que viven bajo el dominio colonial de los colonos que actúan bajo una “lógica de eliminación”. Evidentemente los aspectos fundamentales para la eliminación de un pueblo pueden fácilmente recaer sobre cuestiones religiosas, étnicas, niveles de desarrollo u otras, sin embargo, el elemento central y esencial recae sobre el acceso al territorio. Los procesos genocidas y ecocidas son aquellos que buscan colonizar los territorios y la naturaleza.

Como diría Wolfe, un antropólogo australiano “la tierra es vida o, al menos, la tierra es necesaria para la vida. Así, los conflictos por la tierra pueden ser, de hecho, a menudo lo son, conflictos por la vida “ (Wolfe, 2006). El capitalismo neoliberal, de la mano de un extractivismo depredador ha promovido diversos ecocidios/genocidios durante la historia, apropiándose de la tierra y devastando territorios; eliminando los hábitats de comunidades humanas y no humanas, deformando e imponiendo las formas de relacionarse con nuestro espacio a través de un ideal obsceno de desarrollo y ganancia sin límites.

Estos procesos de colonización de territorios y naturaleza han terminado masificándose y produciendo una serie de reacciones en cadena que acaban afectando a otros ecosistemas y al planeta en su conjunto como es el caso del cambio climático.

En consecuencia, es necesario ir más allá de las definiciones iniciales de ecocidio como el caso de Vietnam, y asumir que es un fenómeno que partiendo de procesos de devastación territorial local termina escalando provocando efectos múltiples de carácter planetario. Las discusiones sobre las definiciones, los limites, las características, las implicaciones jurídicas y otros aspectos del ecocidio deben profundizarse y discutirse de forma amplia. Sólo así podremos replantearnos nuestras relaciones con la naturaleza, manteniéndonos en una crítica implacable de todo lo existente desde una postura sostenida por la ética y la justicia por sobre todo.

Sólo así podremos evitar que se consume la sexta extinción de la vida en la Tierra.