Nelson Martínez Espinoza - Comunicador Social
En los últimos años, las cumbres climáticas (COP) han pasado de ser espacios de esperanza a convertirse en escenarios de frustración. Desde la COP 25 en Madrid, en 2019, hasta la próxima COP 30 en Belém, lo que se repite es la distancia entre los discursos solemnes y las acciones reales.
En Madrid, la COP 25 dejó un sabor amargo: no hubo acuerdo sobre las reglas de los mercados de carbono y las demandas de compensación por pérdidas y daños quedaron bloqueadas por los países ricos. Solo se rescató un plan de género y el recordatorio de que hacía falta más ambición. En otras palabras: muchas palabras, pocos compromisos.
Glasgow, en 2021, intentó encender la alarma: se habló de la “década crítica” y se pidió a los gobiernos planes climáticos más ambiciosos. También se prometió detener la deforestación para 2030. Pero esas promesas siguen en el aire mientras la Amazonía, el Chaco y otras selvas siguen perdiendo hectáreas cada año.
Egipto, en 2022, trajo una conquista histórica: la creación de un fondo de pérdidas y daños para países vulnerables. Un avance esperado por décadas. El problema es que, hasta hoy, no está claro de dónde saldrá el dinero ni cómo se usará.
Dubái, en 2023, sorprendió con algo inédito: se reconoció que hay que dejar atrás los combustibles fósiles. Una declaración simbólica, sí, pero sin fechas ni metas claras. Y mientras tanto, la industria petrolera sigue ampliando sus negocios como si nada pasara.
El año pasado, en Bakú, los países ricos pusieron sobre la mesa cifras gigantes: 300 mil millones de dólares anuales hasta 2035 y la promesa de movilizar 1,3 billones al año. Una montaña de dinero, pero aún sin rutas claras de transparencia, ni garantías de que llegue a quienes más lo necesitan.
Ahora, los ojos están en Belém. Allí, en medio de la Amazonía, los países deberán presentar nuevos compromisos para mantener vivo el objetivo de 1,5 °C. Brasil quiere dejar huella con un fondo global para proteger los bosques tropicales.
La verdad es que el planeta no negocia: cada año se multiplican las olas de calor, los incendios, las sequías y los desplazamientos forzados. El reloj climático corre más rápido que las decisiones políticas.
El recorrido de Madrid a Belém, a través de las últimas cumbres climáticas (COP), evidencia avances puntuales pero un preocupante estancamiento general. En este contexto, el gobierno de Lula encarna la esperanza del Sur Global; sin embargo, esta expectativa debe traducirse en acciones concretas: es imperativo pasar de las promesas a la ejecución, estableciendo un presupuesto claro y un cronograma vinculante que se cumpla a cabalidad.
La pregunta es simple: ¿será Belém la cumbre donde se pase de la retórica a la acción, o volveremos a escuchar las mismas promesas mientras el tiempo se nos escapa entre las manos?