Isabel Navia Quiroga - Comunicadora y periodista
El feminismo, a lo largo del tiempo, se ha ido transformando casi en la misma medida en que diversidad de sectores, colectivos y similares lo han estado distorsionando, al punto que hoy abundan quienes creen que ser feminista es sinónimo de extremismo y anarquía. Pues no, a esas personas les falta lectura y análisis.
El feminismo, cuando yo era niña, lo leía en las revistas con el nombre de “liberación femenina” y entonces no se mencionaban términos vitales, como derechos humanos, igualdad de oportunidades, acoso o violencia machista. Se trataba el tema incipiente y superficialmente, al menos en los textos que llegaban a mis manos (revistas “para mujeres” y algunos periódicos). Mi mamá, sin ir muy lejos, nunca se consideró feminista, pero lo fue. Un día le dijo a mi papá que quería trabajar y ganar su propio dinero, además de salir un poco de la casa, pues sus tres hijos la teníamos completamente agobiada. Cumplió, como le habían enseñado con ser esposa y madre, pero faltaba algo, necesitaba ser ella misma en ámbitos que la estimulasen intelectual y creativamente.
Mi papá se opuso, fue un tiempo en el que discutieron mucho, muchas veces. Cada uno defendía sus argumentos sin cejar. Cada uno hacía lo mejor que podía, con lo que sabía y entendía; es algo que comprendí muchos años después. El caso es que un día mi mamá decidió hacer huelga y comenzó a salir, de lunes a viernes, de 9:00 a 12:00 y de 14:00 a 18:00. Iba a la plaza central, donde se sentaba en un banco hasta que la hora de regresar. Sola y en silencio, resistió los reclamos de su esposo, los berrinches de los niños, los chismes del pueblo. En casa nada grave sucedió, ella se organizó de tal manera que nuestra vida siguió marchando como se esperaba que ella la haga funcionar. Luego de dos semanas mi padre tuvo que ceder, negociaron algunos términos que merecen un artículo aparte, y mi mamá consiguió un puesto de secretaria en una oficina pública, donde comenzó a ser ella nuevamente, fluyendo en toda sus facetas, sintiéndose independiente, capaz y productiva más allá del nido familiar y de los roles de género que le habían asignado sin preguntarle.
Y es que, de eso, por mostrarlo de forma muy simple, trata ser feminista. Que haya hoy cientos de corrientes y formas de usar esta lucha, es otro tema.
Unos 20 años después de la huelga de mi mamá, sucedió lo de Beijing y este año se recuerda el trigésimo aniversario de la Declaración y Plataforma de Acción sucedida en esa ciudad, creada en el marco de la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, en 1995. Esa oportunidad fue un momento crucial para dialogar sobre la importancia de la igualdad de género para las mujeres, niñas y adolescentes de todo el mundo.
La Declaración de Beijing plantea la igualdad de derechos y oportunidades y de acceso a los recursos, la distribución equitativa entre hombres y mujeres de las responsabilidades respecto de la familia, cambiar los estereotipos sociales que reafirman las desigualdades, eliminar la violencia hacia las mujeres, promover su participación en las esferas económica, política y social. Habla también de la relación entre la desigualdad de género y la sostenibilidad ambiental, de la discriminación y prioriza la protección y promoción de los derechos de las niñas.
A 30 años de la conferencia, según se lee en La Boletina, del Círculo de Mujeres Periodistas de La Paz (CMPLP), el análisis de la Alianza Global de Medios de Género (GAMAG), observa que en 2025 hay “una preocupante tendencia de retroceso en los compromisos asumidos en la Conferencia de Beijing. Entre los principales desafíos destacan las amenazas a la libertad de expresión, la presencia de discursos misóginos y el debilitamiento de los programas orientados a la defensa de los derechos de las mujeres.”
El CMPLP, indica que, aunque hay avances, persisten las desigualdades en el acceso a recursos, oportunidades y justicia. La violencia de género, especialmente, sigue siendo un problema grave, especialmente en zonas rurales y periurbanas. Muy cierto.
Hace unos días se realizó la entrega de galardones del Premio Nacional de Periodismo con Perspectiva de Género, realizado por segundo año, gracias a ONU Mujeres, a una entidad financiera comprometida con la temática y al apoyo de la Fundación para el Periodismo. El evento distinguió 12 trabajos de 116 presentados en cuatro categorías, desde diversos medios y regiones del país.
Junto a este evento se realizó también el Foro: “Periodismo con perspectiva de género: Una mirada a 30 años de Beijing”. De los ricas intervenciones pronunciadas, rescato para esta columna la contundencia de Nidia Pezantes, representante de ONU Mujeres en Bolivia, cuando afirma que el triunfo de las mujeres significa el triunfo de la humanidad.
Afganistán es un claro ejemplo de cómo los derechos pueden retroceder. Hace unas décadas, las mujeres de ese país podían vestirse como querían y dedicarse a lo que querían. Hoy, su situación solamente puede describirse como de horror. Al respecto, suscribo las palabras de Nidia cuando sostiene que los derechos de las mujeres son una construcción y una lucha permanente. Y son un peligro permanente para el statu quo, porque la verdadera revolución está en el cambio que podemos hacer mujeres y hombres a través de un nuevo pacto.
Se trata de una revolución sin balas, llena de contenido, de palabras, de acción y de amor, pero no del amor sumiso, ni romántico, sino de aquel “que nos enseñó el universo, el amor creador, capaz de reproducir y transformar incluso lo más oscuro en una luz impensable.”
Así sea.