Carlos Decker-Molina
La guerra en Ucrania nos puso frente a la ausencia de gobernanza global, que nunca fue perfecta. Tampoco satisfacía a todos los países, pero al menos trazaba marcos con líneas rojas que eran respetadas. La ONU no pudo hacer nada para detener la invasión de Putin. A la guerra de Rusia en Ucrania se sumó el terror de Hamas en octubre de 2023, que desató la respuesta infernal de Netanyahu, una desproporción tampoco sancionada.
La ONU apareció ante los ojos de Netanyahu como antisemita y como cuasi aliada de Hamas y Hezbollah.
Casi al cerrar el año, un país perteneciente a la OTAN, como Turquía, se convirtió en el estratega y asesor de un grupo que nació extremadamente islamista, aunque ahora se presenta como reformado. Tomaron Damasco, la capital de Siria, derrotando al último socio de Irán y Rusia en la zona.
Como hijo de la Guerra Fría, puedo atestiguar que, en ese lapso —es decir, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (SGM) hasta la desaparición de la URSS en 1991—, la gobernanza mundial tuvo como protagonistas a los ganadores de la SGM, aunque enemistados ideológicamente. Incluso así hubo éxitos relevantes, como el Tratado de No Proliferación Nuclear o los Acuerdos de Helsinki. Se contaban las cabezas nucleares en Occidente, así como en la URSS y su entorno.
El mundo estaba dividido ideológicamente entre capitalismo y comunismo. Era un mundo en blanco y negro que, después de la desaparición de la URSS, se volvió impredecible. Se lucha por espacios que no son ideológicos sino geopolíticos.
El mismo día en que Rusia vetaba en el Consejo de Seguridad de la ONU una resolución que exigía el alto al fuego en Sudán, EE. UU. usaba el mismo método para evitar el alto al fuego en Gaza. El Tribunal Penal Internacional (TPI) emitió una orden de arresto contra Benjamín Netanyahu. Meses antes, el mismo tribunal había dictado una sentencia similar contra Vladimir Putin. Hay decenas de países que no son parte del Tratado de Roma (TPI), como Rusia y EE. UU., pero hay otros que han suscrito el tratado y se abstienen de ejecutarlo. Por ejemplo, Hungría dijo que no lo hará con Netanyahu. Mongolia, suscriptora del Tratado de Roma, recibió en su territorio a Putin y tampoco cumplió la orden de arresto.
Lo peor del resquebrajamiento del marco legal global que, bien o mal, ordenaba la política mundial, es la ruptura entre países ricos y pobres en el combate contra el cambio climático. Hay observadores que señalan los consensos entre el G-20 y los otros países en la COP-29, un acuerdo multilateral menguado, pero acuerdo al fin. "Fue un éxito", me dijo un ambientalista y agregó: "Digo éxito, porque los negacionistas están en el gobierno de países clave".
Esos equilibrios están rotos desde el 24 de febrero de 2022. La UE, que fue creada por la paz y el bienestar de sus sociedades, está en pleno proceso de rearme con una Alemania menos rica y una Francia al borde de la ruptura de consensos.
¿Fue buena esa gobernanza global?
¿Qué puede pasar de aquí en adelante?
¿Por qué la gobernanza mundial debe ser efecto de alguna guerra?
Tres preguntas para el 2025