Manuel Morales Alvarez
La noción de alimentar la tierra para obtener productos de ella es imprescindible. En una relación de reciprocidad, las plantas nutren la tierra principalmente mediante sus desechos orgánicos, como hojas caídas, ramas y raíces muertas, que son descompuestas por organismos del suelo, liberando nutrientes esenciales de vuelta al suelo para otras plantas. Además, al producir azúcares y oxígeno mediante la fotosíntesis, las plantas crean materia orgánica y liberan oxígeno, que son vitales para la fertilidad del suelo y para otros seres vivos.
Mediante la fotosíntesis las plantas utilizan la energía de la luz solar, el agua y el dióxido de carbono para producir azúcares y oxígeno. Cuando las plantas mueren o pierden partes de sí mismas (hojas, raíces), se convierten en alimento para la tierra. La descomposición posibilita que microorganismos como bacterias y hongos en el suelo descompongan la materia orgánica, se liberan nutrientes contenidos en la materia vegetal de regreso al suelo, enriqueciéndolo para que otras plantas puedan absorberlos.
Otros beneficios de las plantas para el suelo son las raíces de las plantas que ayudan a mantener el suelo unido, evitando la erosión.
Con las plantas el suelo retiene mejor la humedad, lo cual es esencial para el ciclo del agua.
Todo lo descrito es violentado por la forma de cultivar soya transgénica en grandes extensiones de tierra en Santa Cruz de la Sierra. En primer lugar se fumiga con el herbicida glifosato buscando matar todo tipo de plantas a las cuales se las denomina “las malezas”. Las plantas que no son la soya resistente al herbicida mueren porque no pueden producir las proteínas necesarias para crecer y se deterioran. En consecuencia, en una extensión de tierra “vacía” las plantas de soja RR no son dañadas por el glifosato porque han sido genéticamente modificadas para ser tolerantes a su acción. Crece la soya RR en forma de monocultivo. La “efectividad del glifosato” es mayor con temperaturas más altas, lo que permite una difusión más rápida dentro de la planta, pero “temperaturas excesivamente altas también pueden disminuir su permeabilidad”. El agua utilizada para disolver el glifosato no debe tener restos vegetales u otra materia orgánica en suspensión, ya que esto puede dificultar la efectividad del herbicida. Sin un buen manejo, se puede generar la deriva y el uso ineficiente del herbicida.
El uso del glifosato tiene efectos negativos en el suelo, como la alteración de la actividad microbiológica, la disminución de la masa de lombrices de tierra y otros organismos benéficos, la reducción de nutrientes esenciales debido a la quelación (secuestro) con metales y la posible mayor persistencia y movilidad del herbicida en suelos con ciertas características.
El glifosato altera la actividad metabólica y disminuye la masa de organismos esenciales para la salud del suelo, como las bacterias del crecimiento vegetal (rizobacterias) y las bacterias intestinales beneficiosas.
Al reducir la población de microorganismos beneficiosos, puede favorecer el crecimiento de bacterias y hongos patógenos en el suelo; afectar negativamente la composición de la comunidad microbiana, lo que se traduce en una alteración de indicadores químicos del suelo, como la materia orgánica y la conductividad eléctrica.
El glifosato puede quelar (secuestrar) cationes metálicos y esta quelación puede alterar la disponibilidad de micronutrientes esenciales para las plantas. El glifosato puede translocarse de la raíz de la planta al suelo, aumentando su persistencia y movilidad, lo que puede favorecer su transferencia a plantas no deseadas.
Los cultivos de soya RR son de rotación, una vez cultivadas, en la misma tierra alterada en sus nutrientes y con presencia del herbicida se cultivan trigo, sorgo o maíz. Por ello, la demanda de introducir otras variedades de transgénicos a productos como el trigo y el maíz que sean transgénicos, es decir, importados y fruto de una relación colonial de dependencia.
Es ya conocido que el uso frecuente y excesivo de glifosato lleva a la acumulación del herbicida en el suelo y a la generación de plantas extrañas al cultivo resistentes, lo que crea un ciclo de dependencia de agroquímicos. A esto se le llama ya no “malezas” sino “supermalezas”.
Así, la aplicación extensiva de glifosato en sistemas de monocultivo de soya transgénica se asocia con la destrucción de ecosistemas naturales y la pérdida de biodiversidad, transformando profundos ecosistemas.
Con tanto problema, los productores de soya transgénica, exigen nuevos eventos que les ayuden a solucionar los graves problemas que ellos mismos han generado durante todos estos años, relacionado al EMPOBRECIMIENTO DE SUELOS, de lo cual no hablan. Piensan, además, que con utilizar biocarbón para mejorar los suelos, o aplicar herbicidas de diferentes modos de acción van a solucionar el problema, pero se equivocan
Es necesaria introducir una reflexión adicional. Las semillas transgénicas no son de calidad uniforme, es decir, hay de primera, segunda, tercera calidad e incluso debe existir una variedad para “soyeros bolivianos”. En este momento Brasil y luego la Argentina tienen rendimientos muy altos, con semillas transgénicas y productos químicos “aclimatados”, con cultivos experimentales y procesos largos y medianos de adaptación, pero también con abreviados. En este contexto, recuerdo las promesas del candidato Tuto Quiroga, que habló de “homologar las autorizaciones” para introducir a Bolivia nuevos eventos transgénicos realizados en otros países a corto plazo y sin estudios serios, algo así como “hay que meterle nomás”. A esto nos quiere llevar el agronegocio.
9 de octubre de 2025