Día Mundial de las Aves Migratorias: la red que monitorea la carretera invisible de las aves en el mundo

Por Astrid Arellano
Cada año, millones de aves emprenden migraciones que desafían la imaginación: cruzan continentes, océanos, bosques, desiertos, humedales y montañas para completar sus ciclos de vida. Son viajes épicos, impulsados por la necesidad de reproducirse, alimentarse y sobrevivir. Pero durante mucho tiempo, esos movimientos permanecieron en gran parte invisibles para la ciencia.
¿Cómo seguir la ruta de un ave que viaja miles de kilómetros sin descanso? ¿Cómo saber dónde se detiene y cuánto tiempo permanece en ese sitio? ¿Qué amenazas enfrenta en el camino y al llegar? En 2014, la red Motus apareció para descifrar esas incógnitas.
Motus, que significa “movimiento” en latín, es un sistema de rastreo automatizado desarrollado por la organización Birds Canada, con la colaboración de universidades, organizaciones, investigadores y comunidades, que permite seguir los movimientos de aves utilizando diminutos transmisores de radio, estaciones receptoras y una base de datos centralizada.
Instalación de una estación Motus en los sitios de restauración del Rio Colorado en el Valle de Mexicali. Foto: cortesía Julián García Walther
“Empezamos con un sueño. Antes no había estaciones Motus en México y nosotros somos un equipo bien pequeño, pero con muchos amigos”, describe el biólogo Julián García Walther, fundador de la Red Motus en México. “Cada estación que ponemos en el país y en otras partes, tiene a las personas que quieren esa estación, a las personas que la utilizan, que la mantienen, que nos ayudan a instalarla. Hay muchas personas en nuestra historia y eso es lo más bonito de esta tecnología, que es sumamente colaborativa”.
Los transmisores son tan livianos que pueden ser llevados incluso por insectos como mariposas y por las especies de aves más pequeñas sin interferir en su vuelo. En la actualidad, la red cuenta con 2166 estaciones distribuidas en 34 países, con las que se da seguimiento a 456 especies de aves, cuya información es clave para diseñar estrategias de conservación.
El Día Mundial de las Aves Migratorias 2025, que se celebra este 10 de mayo, está acompañado del lema “Espacios compartidos: creando ciudades y comunidades amigables con las aves”, cuyo objetivo es hacer conciencia sobre los múltiples desafíos que enfrentan las aves migratorias debido a las actividades humanas y al creciente desarrollo urbano. Mongabay Latam presenta el esfuerzo de la Red Motus en México, Colombia y Costa Rica para rastrear y proteger a las especies que recorren anualmente el continente.
Playeros rojizos alimentándose en las playas del Golfo de Santa Clara, Sonora. Foto: cortesía Julián García Walther
México: de un sueño a una realidad
El sueño del biólogo Julián García Walther era seguir el rastro invisible de una pequeña ave migratoria a lo largo del Pacífico. Mientras estudiaba su doctorado, se propuso descifrar la ruta del playero rojizo (Calidris canutus roselaari), que recorre miles de kilómetros entre México y Alaska. Pero había un obstáculo: los transmisores existentes eran demasiado pesados para estas viajeras.
“Luego escuché sobre una tecnología tan ligera que incluso podía colocarse en una mariposa monarca”, afirma García, director del Laboratorio de Aves de la organización Pronatura Noroeste. “Algunos transmisores pueden pesar lo mismo que un grano de café y su costo es relativamente bajo comparado con lo que cuestan otros transmisores. Utilizar Motus nos abrió un mundo de posibilidades”, dice.
Sin embargo, el reto era aún mayor. En toda la ruta migratoria del Pacífico no existía ni una sola estación para captar esas señales. Así fue que, entre 2019 y 2020, el especialista tuvo la visión de construir, desde cero, una red de estaciones en el noroeste de México.
“Fui tocando puertas de muchas organizaciones, literalmente preguntando: ‘¿Quieres participar? ¿Te interesa usar una estación?’”, cuenta el especialista. La primera estación de la Red Motus en México fue la que García Walther instaló en el estero de Punta Banda, en Ensenada, Baja California.
Un playero rojizo marcado con un radiotransmisor Motus en Guerrero Negro. Foto: cortesía Julián García Walther
“Marcamos al playero rojizo en Guerrero Negro y en el Golfo de Santa Clara. Una de las cosas que queríamos saber es a dónde van después de la migración al norte. Esta región es su último punto en México y, alrededor de abril o mayo, empiezan a migrar. Algunos se van por la costa, otros se van por el desierto, la mayoría para en un sitio que se llama Grays Harbor —en Estados Unidos— y siguen su migración hasta que llegan a Alaska. Su migración al norte es relativamente corta, dura aproximadamente unas tres semanas”, detalla.
Con esta información, dice García Walther, es posible delinear rutas, entendiendo qué sitios son prioritarios para la especie y reconociendo con quiénes se debe colaborar para conservarla, sobre todo, cuando presiones como el desarrollo costero y el cambio climático amenazan sus sitios de alimentación y descanso.
“En términos de cambio climático, hice mi doctorado en aumento del nivel del mar y lo que me di cuenta es que para el año 2050, alrededor del 55 % de la extensión actual de los humedales costeros en el noroeste de México están en riesgo de desaparecer o de ser inundados por el aumento del nivel del mar. El cambio está pasando, está ocurriendo y no nos estamos dando cuenta”, lamenta el especialista.
Desde Pronatura Noroeste, dice García Walther, trabajan en diversas acciones que mantengan la calidad del hábitat para las aves playeras y migratorias, “porque sabemos que cuando llegan a México necesitan este espacio para descansar, recuperarse y reiniciar sus migraciones”.
Un charran mínimo marcado con un radiotransmisor Motus por Liliana Ortiz. Foto: cortesía Julián García Walther
La curva de aprendizaje de la red no fue sencilla, agrega, pues han tenido varios retos que van desde lograr el financiamiento necesario, perfeccionar las estaciones, darles mantenimiento e incluso ponerse creativos para construirlas ellos mismos cuando el material escasea. A través de alianzas con científicos, conservacionistas y comunidades locales, que incluso prestaron sus casas y las cooperativas pesqueras para instalar nuevas estaciones, se comenzó a tejer una red colaborativa que hoy permite seguir las rutas de las aves a través de una supercarretera aérea que antes era completamente invisible.
A partir de ahí, dice el especialista, el proyecto “explotó como palomitas de maíz”. García Walther y sus colegas no sólo lograron establecer la Red Motus en el noroeste de México, sino que ahora cuentan con 62 estaciones en todo el país, distribuidas desde Baja California hasta la Península de Yucatán.
“No solamente detectamos al playero rojizo y a otras especies marcadas por nosotros, sino a muchas otras con las que más investigadores trabajan en Estados Unidos y en Canadá. Eso básicamente te enseña de manera muy clara la importancia de México y del noroeste de México en la migración de las aves”, describe el biólogo. Al ampliar la red de estaciones Motus, se logró establecer un vínculo entre los sitios reproductivos de muchas aves en Canadá y Estados Unidos, y los sitios no reproductivos. “Es decir, si no hubiéramos puesto esta Red Motus, existiría un vacío de conocimiento”, afirma.
En los últimos cinco años de trabajo con el playero rojizo, García Walther ha notado una disminución generalizada de las aves. En los sitios que su equipo visita para capturar y marcar aves, ya no existen esas enormes parvadas que solían observar tiempo atrás. “Cada vez batallamos más para capturar a las aves. Sus poblaciones están disminuyendo significativamente. Todas las aves playeras, desde 1970, han disminuido 37 %”, asevera. Eso quiere decir que, en un par de décadas, van a desaparecer si no se hace algo, asegura.
“Mi motivación comenzó por curiosidad. Yo no podía creer que el playero rojizo, un ave del tamaño de una toronja, pudiera volar miles y miles de kilómetros sin parar. No perdamos la capacidad de asombro ante las aves migratorias, sobre los viajes tan extremos y tan increíbles que hacen”, agrega el biólogo. Una vez que se empieza a entender a las aves y las durezas que experimentan en sus viajes, “puedes tener un poquito más de empatía sobre lo que están haciendo en tu país, lo que necesitan y el espacio que debemos darles”.
Prescott College Kino Bay Center y Pronatura Noroeste colaborando para instalar una estación Motus en Bahia Kino. Foto: cortesía Julián García Walther
Integrantes del Laboratorio de aves de Pronatura Noroeste colocando un radiotransmisor Motus a un picopando canelo. Foto: cortesía Julián García Walther
Colombia: la migración inesperada
En el corazón de la Sierra Nevada de Santa Marta, en la costa Caribe de Colombia, el pequeño zorzal carigris (Catharus minimus) reveló uno de los secretos más sorprendentes de la migración de aves en el continente americano. Gracias a los primeros rastreos realizados entre 2015 y 2016, los investigadores descubrieron que esta ave, aparentemente frágil, realiza una de las hazañas migratorias más extraordinarias jamás documentadas.
La Red Motus se estableció por primera vez en Colombia en esos años, como un proyecto piloto para rastrear aves migratorias entre América del Sur y América del Norte. En ese entonces, el ornitólogo Nick Bayly, director de Ecología de la Migración de la organización colombiana SELVA, lideraba una investigación para comprender cómo las aves migratorias aprovechan puntos estratégicos en el norte de Colombia para acumular las reservas de energía necesarias antes de emprender sus exigentes vuelos hasta el norte del continente.
El hecho de que el zorzal carigris alzara el vuelo desde las montañas colombianas y cruzara, sin detenerse, el vasto mar Caribe y el Golfo de México, hasta llegar a Estados Unidos, parecía ya un logro asombroso. Pero lo verdaderamente inesperado fue que algunos de estos individuos, en lugar de descansar tras un viaje extenuante de casi dos días ininterrumpidos sobre el océano, continuaron su ruta hasta llegar a lugares tan distantes como Indiana y la región de los Grandes Lagos.
Zorzal carigris (Catharus minimus). Foto: Cortesía Nick Bayly
“Uno pensaría que después de volar casi dos días sobre el mar continuamente sin parar, necesitan descansar un rato. Pero no. Lo que encontramos es que están realizando vuelos continuos de 3000 a 3500 kilómetros desde el norte de Colombia. Fue algo impresionante y bastante inesperado”, describe Bayly.
Catharus minimus desafió por completo la creencia de que las aves terrestres migran en etapas cortas, deteniéndose con frecuencia para reabastecerse. Este hallazgo obtenido gracias a la Red Motus, dice Bayly, no sólo cambió la manera en que se entendía la migración de ciertas especies, sino que también evidenció el papel crucial de los ecosistemas tropicales como fuentes ricas en energía. El problema ahora es que, además de encontrar hábitats impactados por las actividades humanas, el cambio climático también está disminuyendo los recursos que las aves consumen, debido a los eventos extremos como las sequías, sostiene Bayly.
“Estas aves, especialmente los Catharus minimus, se alimentan de pequeños frutos —como bayas— para acumular la energía necesaria para su largo viaje. Sin embargo, en los años secos, muchos árboles no producen frutos, o estos tardan más en madurar, lo que significa que no están disponibles cuando las aves los necesitan”, describe el especialista.
Equipo Selva en acción. Daniela Garzón y Nick Bayly. Foto: Cortesía SMBC – SELVASetophaga striata con transmisor debajo de sus plumas. Foto: Cortesía Nick Bayly
Los zorzales carigris tienen un cronograma migratorio muy estricto. Deben llegar a sus sitios de reproducción en fechas específicas que coinciden con el inicio de la primavera en el hemisferio norte. Sin embargo, se observó que, en años secos, se quedan esperando a que aparezcan los frutos, pero estos no llegan, por lo que sus niveles energéticos no aumentan al ritmo necesario para iniciar la migración a tiempo.
“Esa ruptura en el sistema, causada por el cambio climático, implica que parte del proceso migratorio ya no funciona como antes, lo que puede tener consecuencias graves para la supervivencia de estas especies”, lamenta Bayly.
Las investigaciones siguen. Actualmente, la Red Motus opera más de 20 estaciones en Colombia, principalmente en las regiones Caribe y Andina, y también se ha expandido a países como Honduras, Belice y Guatemala.
“Personalmente creo que todos podemos hacer algo por las aves migratorias. En las zonas urbanas, que pueden ser muy hostiles con las aves, un solo árbol nativo bien puesto, en un lugar que utilizan estas especies, puede hacer una gran diferencia”, concluye Bayly. “Siempre hay formas muy sencillas de mejorar esos lugares para ellas”.
Instalación de estación Motus en Colombia. Foto: cortesía Sandra EscuderoSetophaga cerulea hembra. Foto: Cortesía Nick Bayly
Costa Rica: un embudo para las aves
A lo largo del angosto istmo centroamericano, donde la tierra se estrecha dramáticamente entre dos océanos, se despliega uno de los espectáculos naturales más impresionantes del planeta: el paso masivo de aves migratorias. “Especialmente en Costa Rica y Panamá se forma un embudo natural. La franja de tierra se vuelve muy angosta, lo que genera una gran concentración de aves en esta zona”, describe el investigador y naturalista Ernesto Carman.
Este fenómeno convierte a Centroamérica no sólo en un refugio vital para aves en tránsito, sino también en un laboratorio viviente para la ciencia. Aquí, cada estación de monitoreo se transforma en una ventana abierta al misterio de la migración: basta instalar una antena para descubrir un mundo de datos y comportamiento, sostiene Carman, coordinador de la Red Motus en Centroamérica.
“Centroamérica tiene algunos de los sitios más importantes de reabastecimiento, que básicamente funcionan como gasolineras a medio camino, desde Norteamérica a Sudamérica. Aquí las aves se detienen para reabastecer sus energías para lograr el resto de la migración”, dice el especialista.
Especies amenazadas como la reinita alidorada (Vermivora chrysoptera) o el zorzal de bosque (Hylocichla mustelina), cuyas poblaciones han disminuido considerablemente, encuentran en estos parajes su santuario invernal.
Macho de reinita alidorada (Vermivora chrysoptera). Foto: cortesía Ernesto Carman
En 2019 se instaló la primera estación Motus en Costa Rica. Desde el momento en que Carman y la investigadora María de la Paz Angulo-Irola, su esposa, conocieron esta herramienta de investigación, comprendieron no sólo su enorme potencial científico, sino también su valor estratégico para la conservación. Les pareció una herramienta tan poderosa y prometedora que decidieron expandir su uso en la región.
“Mi esposa y yo empezamos a dar muchas presentaciones y charlas sobre la Red Motus y cómo funcionaba. A partir de ahí tuvo un crecimiento orgánico; básicamente, explotó. En 2019 colocamos la primera, la segunda vino en 2020. Y a partir de 2021, creo que subió hasta 15. Hoy en día tenemos más de 20 estaciones en funcionamiento en Costa Rica”, celebra Carman.
En 2023, el equipo trabajó en un proyecto enfocado en la reinita alidorada, en colaboración con SELVA en Colombia y con entidades de Estados Unidos. El objetivo era monitorear la salida de esta especie desde Costa Rica y registrar cuándo partían.
“Se marcaron 50 individuos y trabajamos en cinco sitios distintos en Costa Rica, cada uno con diferentes condiciones climáticas, hábitats, niveles de precipitación, temperatura y demás. Queríamos saber si existía alguna diferencia en el tiempo de partida de las reinitas según el tipo de hábitat”, describe el especialista. Y efectivamente, demostraron que las reinitas que estaban en hábitats de mejor calidad —como en el Bosque de Mero en el cantón de Paraíso, en la provincia de Cartago— partían más tarde que aquellas en hábitats de menor calidad.
Setophaga striata con transmisor debajo de sus plumas. Foto: Cortesía Nick Bayly
El problema es que las reinitas continúan perdiendo hábitat debido al cambio climático y la agricultura. Un ejemplo puntual, que ha influido directamente, tiene que ver con la producción de café en Costa Rica, en las partes altas de la Cordillera de Talamanca, explica Carman.
“En la zona de Los Santos, famosísima por su café y que es donde se producen los granos que reciben los premios y los precios más altos, se ha dado un auge en la producción. Esto lo ha facilitado el cambio climático —con temperaturas más cálidas y cambios en los patrones de lluvia— con lo que ahora se puede cultivar café a mayor altitud”, señala el especialista. Es decir, ahora que es posible subir más en la montaña para sembrar, se está talando más bosque para dar paso a nuevas plantaciones de café.
“Debido al cambio climático, hay una expansión cafetalera en sitios donde, hace 20 años, jamás se habría considerado cultivar, simplemente porque no era viable. Esa es una consecuencia clara. Las prácticas agrícolas están cambiando junto con el clima, y en la mayoría de los casos, no para bien”, lamenta el científico.
Hembra de gavilán pico de gancho (Chondrohierax uncinatus). Foto: cortesía Ernesto Carman
Las acciones en favor de las especies, por más pequeñas que parezcan, pueden lograr un gran impacto, dice el especialista. Con la red de estaciones y la cantidad de información que permite obtener, se siguen buscando aplicaciones para la conservación y la divulgación.
“La Red Motus es una herramienta poderosa, porque todo esto debe ir de la mano con compartir la información”, concluye. “La divulgación con el público, especialmente con quienes viven en estos países y en esas zonas de Centroamérica, es muy importante. Muchas pequeñas acciones en favor de las aves pueden marcar la diferencia entre sobrevivir la noche o no, para poder llegar al siguiente punto en su ruta”.