Cinco años perdidos

Jorge Richter - Politólogo

El 10 de noviembre de 2019 la sociedad boliviana conoce de una nueva ruptura institucional y otro quiebre de la democracia. Se interrumpe el mandato constitucional de un presidente, se proclama a una presidenta vulnerando el camino de sucesión constitucional establecido por la CPE, se construye un relato de libertades y restablecimientos democráticos y por supuesto, para estabilizar al nuevo régimen se apagan vidas y se olvidan derechos.

El profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella, Juan Gabriel Tokatlian, escribía en el año 2009, “El golpe de Estado convencional –la usurpación ilegal, violenta, preconcebida y repentina del poder por parte de un grupo liderado por los militares y compuesto por las fuerzas armadas y sectores sociales de apoyo– fue una nota central de la política latinoamericana y del Tercer Mundo durante el siglo XX… Con el tiempo, se fue gestando un neogolpismo: a diferencia del golpe de Estado tradicional, el “nuevo golpismo” está encabezado más abiertamente por civiles y cuenta con el apoyo tácito (pasivo) o la complicidad explícita (activa) de las Fuerzas Armadas, pretende violar la constitución del Estado con una violencia menos ostensible, intenta preservar una semblanza institucional mínima (por ejemplo, con el Congreso en funcionamiento y/o la Corte Suprema temporalmente intacta), no siempre involucra a una gran potencia  y aspira más a resolver un impasse social o político potencialmente ruinoso que a fundar un orden novedoso”.

Cinco años después, no solo las sensaciones si no los hechos y los factores que determinan la dinamicidad de nuestra sociedad señalan que hemos perdido el tiempo, pues el proceso electoral que se avecina repetidamente expone la polarización social en términos de intolerancia extrema. El tiempo de la gestión presidencial fue dilapidado, no se quiso invertir en la pacificación del país, o posiblemente, no se comprende en la dimensión correcta, que el entendimiento es el prerrequisito imperioso para construir Estado y Sociedad, convivencia y complementariedades sociales. Unos más que otros, pero los actores/candidatos actuales no estan al tanto de ello.

Pacificación es un concepto que difiere sustancialmente de tranquilidad social. La ausencia de acciones manifiestas de movilización por demandas insatisfechas o no atendidas, individuales o encadenadas unas a otras no expresan necesariamente una ruptura que exija un constructo de encuentro y reconciliación. Un país de evidente tranquilidad, carente de manifestaciones, bloqueos y enfrentamiento, puede ser también un país sin pacificarse. La tranquilidad tiene varias formas de presentarse: miedo, persecución, judicialización, autoritarismo solapado y abuso de poder son los eficientes métodos que dan la apariencia de tranquilidad pero que, soterradamente, preservan bajo el subsuelo de la organización societal, la polaridad contenida de la ruptura social, de aquello que puede ser un país agrietado y roto.

Pacificar es construir, y construir es un proceso dialogado por unir y ensamblar. Social, política, cultural y étnicamente exige una articulación inclusiva entre distintos -distintos ideológicos, distintos en origen- sentenciados a coexistir en espacios de tensión en un primer momento hasta evolucionar a periodos de aceptación habitual y complementación positiva. La pacificación es también un acuerdo que inclusivamente no discrimina, que asegura igualdad de derechos individuales, políticos y sociales fundamentalmente. Es un proceso que en sociedad asegura el pluralismo, retira las hegemonías y aparta las sedimentaciones elitarias. La pacificación es una acción por un todo indisoluble.

Una sociedad nueva tiene que ser posible. La crisis económica atendida bajo lógicas cortoplacistas y coyunturales, anexadas al interés político y electoral, muestra una presidencia desnortada, al grado extremo que se convierte en un obstáculo para la formación de esa otra y diferente sociedad, pues la destruye, empobrece, la embronca y malogra.

Los presidenciables no son estadistas, son alborotadores del discurso que caricaturizan la política y  exponen, peligrosamente, a la sociedad boliviana y el Estado nacional a dos futuros, ambos de muerte:  el futuro negro, que es el regreso al status quo ante de los años ´90, del tiempo de las marginalidades, exclusiones y el campante neoliberalismo; y los del futuro imposible el de los otros, que van buscando sostener por un periodo más el debilitamiento de todos los sectores sociales y populares del Estado en una situación dominada por la desorganización económica estructural.

Subrayemos que cuando se les exige pensar la crisis no piensan. Imaginan en reacción mecánica que esta, únicamente, es económica, y allí suelta cada uno su propio dislate. La crisis tiene formas, naturaleza, esencias y causas diversas. Queriendo ser originales y estar delante del otro tropiezan constantemente. Repiten lo mismo que ya se ha dicho, sin aporte original. Tautología y automatismo pobre que no entiende ni sabe de la construcción de un nuevo tipo de vida social.