El camaleón es un pequeño reptil que cambia de color para evadir a sus depredadores y sobrevivir. Así como en el mundo animal, en la selva de la política y del poder, también existen aquellos que se adaptan, quienes encuentran su modo de sobrevivencia en esa increíble habilidad de cambiar de color. Y no tienen remordimiento alguno.
Pueden vestir de saco y cortaba o de chamarra y casco, pueden ser autoridades, exautoridades o dirigentes sindicales que, como sombras deslizándose entre los pliegues del tiempo, han aprendido a sobrevivir, como el camaleón. Caminan entre nosotros y los vemos casi todos los días. Son hábiles en el arte de la apariencia, en la capacidad de transformarse sin atención a morales y dilemas. En su piel se reflejan los matices de cada Gobierno, los tonos de cada poder que los ha cobijado.
Un camaleón sobrevive en los laureles del poder. Su oficio es la obediencia estratégica y es sabio para ofrecer su lealtad según las circunstancias. Cambia de color sin más cuestionamiento que el de su propia subsistencia, moldeándose para complacer al que gobierna. Su ingenio tiene un hilado más perfecto que el de los propios artífices del poder.
Y cuando soplan nuevos vientos, el camaleón ajusta sus colores. Es hábil en prever la dirección de la tormenta, adaptándose con rapidez y precisión, como si el poder tuviera para él una textura familiar.
¿Cuántos camaleones pasarán por la mente en este momento? Con seguridad el tiempo no alcanza siquiera para contabilizarlos.
Los camaleones renuevan su piel en cada Gobierno, fieles sólo a sí mismos. Sin inmutarse, un día van hacia la izquierda, al siguiente aparecen en la derecha, y otros días son invisibles esperando silenciosamente. Son expertos en escabullirse y desaparecer cuando la incertidumbre amenaza con exponerlos. Saben cuándo el silencio es su mejor disfraz y cuándo les conviene resurgir con una lealtad renovada.
Un camaleón cambia de color por un instinto animal de supervivencia; los camaleones humanos lo hacen porque es su forma de vida, de subsistencia en el poder.
¿Es esta adaptación una virtud o un signo de desdicha?