SUFRE DE SECUELAS
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Globos congelados: la violencia que sigue impune en el Carnaval de Sucre y la vida rota de Willma Llanos

Iván Ramos - Periodismo que Cuenta

La voz de Willma Llanos suena pausada, como si cada palabra requiriera un esfuerzo titánico para ser pronunciada. "Mi hija de cinco años me ha vuelto a enseñar a hablar, a escribir, a sumar", dice, con la serenidad de quien ha tenido que empezar de nuevo. 

Hace un año, su vida se quebró en un instante, cuando un globo congelado, lanzado con violencia irracional en pleno carnaval de Sucre, la dejó tendida en el suelo sin poder moverse.

Willma, funcionaria de Derechos Reales, estuvo en terapia intensiva en el Hospital Obrero Jaime Mendoza. Sobrevivió, pero con secuelas imborrables. "Mis dedos del pie derecho no se mueven, por eso me cuesta caminar", explica. No pudo volver a su trabajo y aún hoy, su recuperación depende de la fisioterapia que su madre costea. La Caja Nacional de Salud cubrió la hospitalización, pero la rehabilitación es otro costo que el Estado no asume.

Los recuerdos son fragmentos dispersos en su mente. "No me acuerdo lo que he desayunado", confiesa. Tampoco recordaba que tenía una hija. Olvidaba lo que hacía, a dónde iba. "Estaba en cero", dice con un susurro que pesa más que un grito.

El carnaval debía ser una celebración, pero para Willma fue el inicio de una pesadilla. Salió vestida con su pollera verde, blusa rosa y sandalias negras para bailar con su pandilla "Flor de Amores". Entonces, un golpe helado y seco en la cabeza la derribó. No se volvió a levantar.

Ahora, cada día es un esfuerzo por reconstruirse. Su hija, de apenas cinco años, se ha convertido en su maestra y en su guía. Juntas aprenden a escribir, a leer, a contar. "Mi niña me da la mano y me dice: ‘Así se hace mamá’. Y yo la sigo", dice Willma con una mezcla de ternura y tristeza. 

El tiempo le arrebató recuerdos, pero su pequeña le enseña a construir nuevos, aunque duelan, aunque vengan con la sombra de lo que perdió.

Un año después, el agresor sigue impune. Nadie lo identificó, nadie lo buscó. Y lo peor: nada ha cambiado. En medio del revuelo por su caso, las autoridades prometieron prohibir los globos en el carnaval. Ahora dicen que sí estarán permitidos, pero “para jugar con respeto”. Un eufemismo burdo para justificar su inacción. Nadie les cree. Ni ellos mismos.

La violencia sigue ahí, esperando a nuevas víctimas. Porque lo de Willma no fue un caso aislado. Hay una agresión sistemática contra las mujeres campesinas que llegan a bailar. Son recibidas con furia, con rabia, con globos, incluso congelados, convertidos en armas. Se lanzan con saña, como si la alegría de ellas fuese una ofensa que merece castigo.

Willma sigue con baja médica. No puede caminar sola. No puede salir sin compañía. Pero sigue viva. Sobreviviente de un carnaval que, para ella, nunca más será sinónimo de fiesta.