CUENCA DEL MAMORÉ
Título: 

Viaje en busca del bufeo boliviano

Ilustración: Grecia Arenas

Texto y fotos: Rocío Lloret Céspedes/ Ilustración: Grecia Arenas (laregión.bo)

Observar al bufeo boliviano (Inia geoffrensis boliviensis) por las aguas turbias de la cuenca del río Mamoré es un reto. Algo que requiere práctica; un desafío frecuente para los sentidos. Saber dónde está, por dónde va a salir. Saber si es una hembra con su cría o son varios ejemplares. Intuir si el grupo está tras un cardumen de peces y preguntarse siempre: ¿qué estará haciendo realmente?

El bufeo es una especie escurridiza. Catalogada en Bolivia como vulnerable a la extinción, su puntiagudo hocico suele asomar por estas aguas color marrón y de pronto desaparecer sin dejar rastro. Más adelante -300, 500 metros- su lomo rosado puede rozar la superficie y volver a perderse, dejando a su paso apenas una estela de olas. A veces, cuando el silencio invade el bosque, se puede oír sus bufidos como una locomotora vieja. Pero muy pocas veces se lo puede ver en su esplendor, en vida natural.

Bajo las aguas de la cuenca del Mamoré -en la Amazonia boliviana-, la vida es un sistema perfecto en el que especies acuáticas -aves, mamíferos, reptiles y otras especies- se desenvuelven con su entorno, ajenos al ojo humano.


Paul Van Damme observa atento al río, para ver si logra distinguir a un bufeo.

Para los pescadores de Puerto Villarroel en el río Ichilo, a 244 kilómetros de Cochabamba, conocer el comportamiento de especies acuáticas y nombres de algunas aves que están en los ríos, es parte de su cotidianeidad. Con los años van adquiriendo una sabiduría que les permite detectar dónde hay mayor presencia de tal o cual especie, incluso plantear teorías al respecto. “Yo pienso que el bufeo tiene una función muy importante (en el ecosistema). Su actividad es mover los peces en el río (cuando los persigue para comérselos), no dejar que se estanquen. Al haber ese movimiento, los peces se reproducen, porque están en actividad. Por tanto, si no hay bufeo, se reduce la posibilidad de que haya otros peces”, dice Omar Ortuño Orellana (51), pescador desde hace 30 años.

Hace 24 años, él y Paul Van Damme -biólogo marino- se conocieron cuando el científico belga llegó a Puerto Villarroel para estudiar el comportamiento de los peces asociado al ser humano (biología y ecología). De esa manera se interesó en el bufeo boliviano, porque al ser un mamífero depredador, está en la cima de la cadena alimenticia y es un buen indicador del estado de conservación de otras especies de peces menores.

“Nosotros, al principio, no le dábamos importancia, porque decíamos que no nos beneficiaba en nada. Pero a medida que fue mermando la cantidad de peces que había en el río, (el tema) empezó a interesarnos. Y empezamos a colaborar en la investigación”, cuenta Ortuño.

Desde entonces -1998- Van Damme empezó a colectar datos sobre la pesca en Puerto Villarroel. El trabajo se vio interrumpido en 2011 por falta de recursos, pero se retomó en 2015 después de la construcción de las represas San Antônio y Jirau en el Río Madera, cerca de Porto Velho, Estado de Rondõnia, Brasil; a 190 y 80 kilómetros de la frontera con Bolivia respectivamente.


Van Damme, el biólogo, junto a Raúl Vásquez, el pescador. Ambos lograron unir sus conocimientos para contribuir a la ciencia.

“Mucha gente considera al pescador como un depredador, pero la pesca no es la principal amenaza de los peces. Si (el pescador) no utiliza métodos industriales, más bien puede convertirse en un aliado”, dice Paul.

La información colectada ayudó a demostrar que factores externos, como las represas mencionadas, tienen mucho más impacto visible y medible sobre los peces. Además de factores hidrológicos como: fluctuaciones naturales, niveles de agua, caudales y el cambio climático, entre otros.

Paralelamente a los registros de pesca, se realizaron expediciones en 2007, 2010, 2014 y 2018 para hacer conteos del delfín de agua dulce, el único mamífero cetáceo que existe en Bolivia, y que se encuentra únicamente en la cuenca media y alta del Río Madera (Bolivia-Brasil). En 2021, con ayuda de pescadores, se colocó dispositivos (transmisores satelitales) en cuatro individuos para monitorear su movimiento. Además, diez dueños de embarcaciones empezaron a registrar avistamientos de bufeo cuando salen a pescar. Todas estas medidas buscan conocer más sobre el comportamiento de la especie para entender lo que sucede en su ecosistema y trabajar en estrategias de conservación.

La más reciente travesía se realizó entre el 15 y 20 de septiembre, cuatro años después de la última. Fue entre el río Ichilo (Cochabamba) y el Isiboro, afluente del Mamoré (Beni): 450 kilómetros en busca del bufeo boliviano. Se escogió el Ichilo porque tiene el agua más fría de toda la Amazonia y si allí está el emblemático animal, significa que su estado “todavía es saludable”.

Seis días a bordo del “Londra”


«Londra» es el nombre de la embarcación del Omar Ortuño, este fue el «hogar» de científicos y pescadores durante varios días.

  • – ¡Bufeo! ¡Bufeo! ¡Bufeo!

Después de un par de horas de un día gris y frío en la Amazonia, avistar un delfín es motivo de júbilo. Es la primera jornada y Omar el pescador dice que no es la mejor época para verlos. “Julio y agosto son meses de arribadas de cardúmenes y hay bastante agua. Los peces – surubí, blanquillo, muturo, barba blanca, sábalo, tambaquí- vienen aquí arriba (al río Ichilo), porque este no es un río de crianza, es un río de desove. Entonces también aparecen los bufeos”, comenta con las manos en el timón y la mirada siempre al frente.

Ha llovido poco últimamente. Por eso la tormenta de este miércoles 14 es beneficiosa; trajo consigo un turbión que aumentó el caudal del río. Lo malo es que también arrastra troncos y sedimento que oscurece aún más el agua.

La expedición, conformada por seis biólogos y dos estudiantes de la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba, cuenta con el apoyo de tres pescadores experimentados, entre ellos el capitán del barco, Omar, y Ana Carreño Peralta, también pescadora, quien se encarga de preparar los alimentos.

Esta vez, de forma inédita, a la par del conteo de delfines, el ornitólogo Miguel Ángel Montenegro, acompañado del universitario Christian Zubieta, registrará aves playeras; aquellas que de alguna manera dependen del agua, pero se las encuentra más bien en las playas de arena y no tanto en los barrancos. Muchas de ellas son migratorias. Ellos navegarán en una embarcación con motor cerca de las orillas, para tener una mejor visión de las especies.

Son jornadas extenuantes. Desde las 8:00, a veces antes, los avistadores se colocan en sus posiciones -tres en popa y tres en proa- para iniciar los registros. Durante cuatro horas por la mañana y cuatro por la tarde, los seis científicos se sientan -dos a los costados y quien anota al centro- para divisar delfines. Los laterales rotan cada media hora, mientras que la bióloga Selva Montellano, quien lleva el registro en las planillas de la parte de adelante, anuncia los cambios de transecto, que en ecología es un trayecto o tramo (tres kilómetros en esta expedición) en el que se apuntan datos u observaciones para la investigación como: distancia entre el delfín y la embarcación, si fue en la playa o un bolsón de agua, entre otros.

A medida que avanza la travesía, la vista se agudiza. Al equipo de seis científicos se suma el pescador Raúl Vásquez Menacho (31), quien desde niño vio a sus padres desenvolverse entre las aguas. Los expertos se dan cuenta que la destreza adquirida será útil a la ciencia. Él es quien enseña cómo distinguir mejor a un bufeo e incluso intuir dónde podrá salir nuevamente.


El experto en aves Miguel Ángel Montenegro y el estudiante Christian Zubieta recorrieron el Mamoré a bordo de una lancha con motor.

Así, del surazo intenso de los primeros días, de a poco se pasa al calor tropical de 38 grados y una sensación de 40 bajo un sol tremendo. Los avistamientos de fauna también van en ascenso a medida que el clima se torna más caliente. Y de solo ver un paisaje verde por los árboles de gran tamaño y algunas aves como el pato cuervo (Phalacrocorax olivaceus), empiezan a aparecer tortugas de río (Podocnemis unifilis), algunos monos, capibaras, lagartos.

Mientras, de boca de los pescadores surgen historias de barcos fantasmas que aparecen en las lagunas, y la presencia de “la bicha”, como conocen por estos lugares a la sicurí, una serpiente de gran tamaño, como aquella que un equipo de científicos registró el año pasado, precisamente entre los hocicos de dos delfines bolivianos.

Al terminar cada jornada, con la satisfacción de haber vivido una experiencia única de observar bufeos en vida natural, las energías se renuevan con el agua del río (aun en medio del enjambre de mosquitos), pero todavía queda un trecho por trabajar: analizar datos, mejorar la metodología, pensar en la tecnología que ayudará a los registros, en este caso una cámara Gopro que pueda filmar lo que escape a la vista.

El invaluable capital humano


«Inia boliviensis 2022» fue una expedición en la que trabajaron a la par la ciencia y los actores locales.

Cuenta José Zubieta -biólogo senior especializado en ecología de peces- que cuando su amigo Paul Van Damme le encargó conformar al equipo que viajaría la expedición, pensó en Selva Montellano, por su dinámica de organización; Ariana Terán, por su serenidad y minuciosidad en los registros; y Fabricio Claure, quien ya estuvo en una expedición anterior. A ellos se sumó Alejandra Ortuño (20) quien, pese a recién cursar la carrera de Biología, se convirtió en una gran avistadora de delfines, fruto de los consejos de Raúl Vásquez, el pescador.

Liderados por Van Damme, “una persona que cada minuto está generando nuevas ideas”, Inia Boliviensis 2022, como se llamó la expedición, se llevó adelante con mucho esfuerzo y el apoyo de instituciones como WWF, mediante Van Tienhoven. Entre otros logros, permitió reforzar el planteamiento de que los actores locales -pescadores, comunidades indígenas, campesinos- son una gran contribución para la ciencia.

“Es como si entraras a una sala oscura, te pasaran tres fotografías y te dijeran que cuentes una película. Eso es lo que nos pasa a nosotros (los científicos) cuando venimos al río: vemos una instantánea de lo que está pasando en este momento. Venimos al año siguiente y vemos otra fotografía. A partir de cinco fotografías que hemos tomado en cinco años, con mucho tiempo de trabajo y esfuerzo, queremos contar la historia de lo que está pasando en el río, queremos contar la película. Entonces la película varía mucho dependiendo qué fotografía nos toca. En cambio, la ciencia ciudadana elimina eso. Ellos (los actores locales) están aquí cuando llueve, cuando hace frío, cuando hay sur, cuando no hay sur, cuando arriba el pescado, cuando no arriba el pescado. Ellos nos mandan muchas más fotografías. Entonces es más fácil contar una película cierta si vemos 200 fotografías, que si vemos tres”, define Zubieta.

Basado en esa experiencia, Faunagua es una oenegé dirigida por Van Damme, que desde 2004 ejecuta proyectos de investigación sobre aprovechamiento sostenible de recursos naturales, en especial hidrobiológicos, para elaborar estrategias de conservación y adaptación al cambio climático. De ahí que, para estudiantes como Alejandra, ser parte de este tipo de expediciones es una oportunidad invaluable de aprendizaje. “Los datos (que colectemos) ayudarán a tomar decisiones en el futuro, para que cuando construyan represas, tomen más en cuenta a los actores de río”, asegura el biólogo.

Similar percepción genera entre los pescadores el hecho de aprender de los académicos. Raúl, por ejemplo, participa por segunda vez de una expedición de esta naturaleza, pero la primera que lo hace como observador de fauna. “Las mayores amenazas del bufeo somos nosotros, las personas. A veces echamos las redes y por mala suerte se nos atraviesa un bufeo, pero podemos tener una coordinación más seguida con los científicos”, reflexiona.

Los desafíos

Aunque la tabulación y análisis de datos demorarán un tiempo para salir a la luz, para Van Damme, el objetivo del viaje fue cumplido, porque se buscaba conocer las tendencias en las poblaciones de bufeo boliviano.

“Queríamos comparar la densidad poblacional de 2007, con la de 2010, 2014, 2018 y 2022. Hasta ahora hemos podido ver que hay bufeo. Aparentemente, la densidad es menor, pero no mucho menor, y pensamos que eso tiene que ver con la variación natural”, asegura.

Otro factor que pudo incidir fue la época. La primera expedición se hizo en junio

y como dijo Omar, septiembre no es un mes para tener la mejor visibilidad. Pese a ello, “pensamos que (el bufeo) está en buen estado todavía. Hay amenazas, seguro caen todavía en redes de los pescadores, o algunos quizás los matan por alguna razón, pero en general pensamos que está en buen estado”, refuerza Van Damme.

Después de 15 años, esta gestión se prevé actualizar el Libro rojo de vertebrados de Bolivia, y recategorizar al delfín de agua dulce boliviano. En 2018, a nivel internacional, se puso a Inia geoffrensis en categoría de “peligro” de extinción, pero en realidad era para la especie amazónica, no así para Inia boliviensis, que no es reconocida como especie, sino como subespecie. “Ahora queremos una (nueva categorización) específica para la especie boliviana”.

En cuanto a las enseñanzas y desafíos que dejó la travesía, los científicos detectaron que los remansos o bolsones de agua son un lugar de preferencia para los bufeos. Eso significa que es importante asegurar que el río siga fluyendo de forma libre para mantener su conexión con las lagunas y los bosques inundados. Y en este punto, es vital hacer estudios de impacto ambiental antes de construir hidroeléctricas, como las que se tienen planificadas en Bolivia: Cachuela Esperanza, Bala y Chepete (Río Beni), y Rositas (Río Grande, Santa Cruz).

“Si cambiamos en algo el flujo o el caudal (de los ríos), cambia todo. Este es el riesgo más importante (de las hidroeléctricas), porque este equilibrio muy frágil, podría colapsar el ecosistema”, explica Paul.

Y es que el río Mamoré es uno de los más afectados en la cuenca alta por la deforestación, uso de plaguicidas y represas en construcción. Por eso se eligió empezar por aquí el monitoreo del delfín. Porque si aquí sigue bien, pese a las presiones, su estado de conservación “es saludable”.

“Pero si empezamos a interrumpir (ese ciclo), puede ser que el bufeo empiece a perder su potencial para recuperarse de perturbaciones. Y esos son los factores causados por represas, básicamente, que pueden cambiar el flujo. No sabemos mucho de esto, no hay muchos estudios de impacto ambiental, pero pueden generar una cadena de impactos que a lo largo afectan al bufeo boliviano”, finaliza Van Damme.