MEDIO AMBIENTE
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Ruta del Takesi: desde altas montañas hasta laderas frondosas y ríos espumosos

Un sendero sube hasta las alturas de las montañas por el sector de la ruta del Takesi. (Foto ANA)

Vía: Agencia de Noticias Ambientales (ANA)

Pero si ese trek se hace en tres días…bueno, debíamos hacerlo en dos…éramos cinco personas y lo hicimos. ¡Fuerza equipo!

La Paz, mayo de 2022 (ANA).-. Se trata de la ruta preincaica del Takesi que inicia en las cercanías de Choquekota (4100 msnm), sube hasta el abra del Takesi (4600 msnm), la cima del cerro Takesi está a más de 5000 msnm, desde el abra descendimos a la aldea de Takesi (+4100 m), después Cacapi, luego el desvío a la mina Chojlla: total, entre 28 km a 37 km. De allí en vehículo a Yanacachi para desde esa población retornar a la ciudad de La Paz. El trek fue realizado por el grupo montañista Colli de México y el club de Andinismo, Excursionismo y Camping de Bolivia (Ceac).

El sábado nos dimos cita a las 06:30 entre las calles Benancio Burgoa y Luis Lara de Alto San Pedro. Desde ese lugar saldría el transporte público que nos conduciría a nuestro destino inicial para iniciar la caminata por la ruta del Takesi hasta cercanías de la población yungueña de Yanacachi. En realidad esta ruta es un sendero parcialmente empedrado que correspondería a un tramo mucho más largo que unía los valles paceños con los llanos orientales.

Luego de que el minibús se diera una vuelta hasta la población de Palca, nos llevó hasta Choquekota, una mediana comunidad de inmigrantes aymaras que constantemente se desplazan entre Los Yungas y la ciudad del Illimani, situada aproximadamente a veinticinco kilómetros del centro; allí bajamos las cosas, preparamos nuestras mochilas y luego de solicitar permiso a la montaña (Takesi) comenzamos el trek.

El abra del Takesi


Un sendero sube hasta las alturas de las montañas por el sector de la ruta del Takesi. (Foto ANA)

El sendero era empinado, pero como el minibús nos trajo hasta Choquekota ahorramos un largo tramo de caminata, sin embargo ahora había que proseguir una dura pendiente, aunque claramente demarcada. Al comienzo la vereda era de tierra, pero más adelante estaba empedrada, trabajo que fue efectuado por las culturas precolombinas hace centenares de años a objeto de conectar las zonas altas con las bajas, especialmente para intercambiar productos de la tierra.

Hacia la izquierda el gran Mururata (5868 msnm) nos dejaba ver de muy cerca sus glaciares, probablemente en su sector norte. Vaya que se sentía el esfuerzo…no, la altura no es un mito, pero hay que saber convivir con ella. Al comenzar pareciera que el físico no aguantará, pero a medida que se va avanzando surgen nuevos bríos y el cuerpo entra en calor. Luego de algo más de cincuenta minutos llegamos al abra del Takesi, que bordeaba los 4600 msnm, una cruz de metal señalaba el lugar.


Una mariposa de colores en las alturas, seguramente vino desde el lado de Yungas. (Foto ANA)

Aunque también avistamos glaciares en la montaña Takesi que da su nombre a la ruta, pues como señalamos al principio su cima supera los 5 mil msnm (como que invitaba a coronar su cumbre). La bruma neblinosa se disipó por unos instantes, afortunadamente no estaba muy densa, pero una corriente de aire helado no nos invitaba a quedarnos mucho rato en ese bello y gélido lugar. Nos tomamos algunas fotos y de inmediato bajamos hasta un sitio más abrigado.


Es la cruz metálica que marca el punto cúspide de la ruta, el abra del Takesi. (Foto ANA)

Algunos metros más abajo del abra hallamos la entrada del socavón de una mina inactiva de donde solía extraerse zinc y wólfram, solo ingresamos hasta la entrada, es decir la bocamina, el suelo era muy terroso y en algunas partes había barro, nuevamente a tomar algunas fotos, luego salir y después a proseguir el descenso por la ruta precolonial.

Prosiguiendo el descenso nos encontramos con un impresionante acuífero lleno de leyendas. Se trataba de la laguna Lorokheri (Luruk’eri) cerca a los 4500 msnm. Una de las leyendas que cuentan algunos comunarios del lugar, señala que cuando hay quienes pernoctan ante ese cuerpo de agua, llegan a ver imágenes difusas de una especie de palacio a cuyas puertas lleva una amplia avenida, bueno, esas escenas refulgen de la profundidad de las aguas.


La laguna Lorokeri debajo el abra del abra del Takesi es un hermoso acuífero que requiere sean limpiadas sus riberas de los desperdicios que deja la ignorancia de gente que pasa por el lugar. (Foto ANA)

Unas aves conocidas como marías se nos aproximaron por unos mendrugos de pan y luego de compartir nuestro refrigerio se fueron satisfechas.

Aldea de piedra


Un corral de piedra para albergar llamas en la aldea Takesi (Foto ANA)

Inclusive se avista más abajo otro acuífero, se trata de la laguna Wara Warani a casi 4100 msnm. Desde allí prosigue el descenso, aproximadamente a algo más de 45 minutos se llega hasta la aldea Takesi, un pequeño caserío con casas de paja y piedra así como amplios corrales donde es albergado el ganado auquénido, las llamas.

Ahí pernoctaríamos, eran cerca a las seis de la tarde del sábado 14, aprovechando la luz que ya se iba, limpiamos el lugar y armamos nuestras carpas, cenamos algún refrigerio, a nuestros amigos mexicanos les gustó mucho la ulupica. Ya como a las ocho y algo más nos dispusimos a dormir.


Cae un riachuelo de frías y prístinas aguas que provienen de los deshielos del Mururata. (Foto ANA)

La noche estuvo tranquila, si bien hubo algo de viento y sentimos bastante frío, fue sobre todo porque algunos no estábamos bien cubiertos y la corriente helada que provenía de las alturas montañosas se encargó de recordárnoslo…ah, también el rumoroso sonido del río que bajaba junto a nuestro campamento así de como otras corrientes que descendían de los deshielos así como el chillido de algunas aves nocturnas. Sin embargo era una clara noche de luna llena, al día siguiente habría un eclipse lunar.

Al fin amaneció, como estábamos entre las montañas no llegó el sol muy temprano, era finales de otoño además. Nos levantamos entre las 06.00 y 06.30, respirar el aire de la madrugada. Fue inolvidable esa sensación de trepar entre los riscos hasta una especie de peñón, ascender junto a una corriente de agua que desciende formando cascadas casi congeladas para confluir con el río de más abajo, el sonido de la naturaleza que anunciaba que la vida renacía…eso es incomparable.


Variedad de flores comienzan a asomar en las cabeceras de los valles yungueños. (Foto ANA)

Pero ello no era todo, comenzaba a salir el sol iluminando de a poco ese frío valle, primero cubriendo las crestas de las montañas que nos rodeaban hasta llegar abajo. Inclusive fue posible avistar una pareja de osos jucumaris que se desplazaban muy por las alturas de los cerros, entre rocas, pedrones y promontorios.

Había que desayunar, todos estaban encantados con lo que vieron, tocaba preparar las tazas, calentar agua, algo de amaranto, fruta seca y otros alimentos. La noche anterior habíamos cenado como en ocasiones no lo hacemos ni en la ciudad. Luego a levantar el campamento, nuevamente prepara las mochilas y a caminar de nuevo, eran las 09.20 nuestro próximo destino: la localidad de Cacapi, allí debíamos estar para almorzar al mediodía.

Valle húmedo yungueño


Desde el sector de Cacapi, se avista una vista panorámica de una parte del sur de los valles yungueños. (Foto ANA)

La marcha proseguía, el sendero seguía siendo pedregoso y se bifurcaba constantemente, así pasamos varios riachuelos, la vegetación comenzaba a cambiar, ya no más paja brava ni musgo duro, ahora era el turno de los helechos, el musgo verde, florecillas de varios colores, también observamos bromeliáceas, el alimento preferido de los osos jucumaris.

A medida que avanzábamos también se incrementaba la sensación térmica…sí, ya se sentía calor, el follaje se hacía más denso y los cerros estaban cubiertos con espesa vegetación de un verde oscuro. Constantemente nos acompañaban los chillidos de los loros de monte u otras aves de la región. Uno de los expedicionarios mexicanos comentó que esos paisajes se parecían a los de su país.


El sendero se cubre de pasto mientras bordea el río. (Foto ANA)

El reloj marcaba algo más de la una y media de la tarde. Después de surcar los recodos de la ruta del takesi entre el río y las montañas frondosas, finalmente llegamos a Cacapi, un caserío turístico cercano a Yanacachi y situado entre árboles, una densa vegetación y un panorama espectacular. Allí nos servimos algo y nos hidratamos para luego de permanecer una hora, proseguir descendiendo hasta llegar a las proximidades de Mina Chojlla.


Verdes helechos saludan al caminante. (Foto ANA)

Al efecto tuvimos que atravesar varios puentes sobre el río, algunos de ellos sin baranda para sujetarse, realmente ya estábamos algo fatigados, pero había que continuar hasta llegar al desvío en el que un brazo del camino se dirigía a Mina Chojlla y el otro bajaba a Yanacachi. Ese era nuestro destino final y allí debía recogernos el transporte para llevarnos de vuelta a La Paz.

Una vez llegados no faltaron algunas tapas de tequila para celebrar que habíamos concluido nuestra ruta por el Takesi. Ya estaba oscureciendo y por fin a eso de las 19.30 llegó a recogernos un motorizado que nos conduciría a la sede de Gobierno, adonde llegamos a eso de las once de la noche: Villa Fátima, Plaza del Maestro, el viaje había terminado. (VLM)


Uno de los puentes de barro apisonado, piedras y troncos que permite atravesar el río. (Foto ANA)


Bromeliáceas, uno de los alimentos favoritos de los osos jukumari. (Foto ANA)