Entre farallones, lagunas y neblina
Texto e imágenes: Vladimir Ledezma Maldonado
Aunque nuestro destino era la laguna “El Riñoncito” y después Pongo, ya entrando a los valles yungueños, sufrimos una confusión al bajar de “Las Antenas” y nos desviamos, por lo que entre desfiladeros estrechos pegados a farallones rocosos descendimos a unas minas abandonadas llenas de misterio.
Por fin, por primera vez este 2021, se dio la oportunidad de salir de la ciudad para hacer un trekk de la Cumbre, bajando por la laguna Riñoncito hasta llegar a Pongo. A tal fin nueve entusiastas montañistas nos dimos cita a las 07.00 del domingo 31 de enero en la terminal de Minasa, de donde sale el transporte interprovincial hacia Los Yungas y al norte de La Paz.
Comienza el trekk
Salimos veinte minutos después de las siete por esperar a algunos que se retrasaron. Ya a eso de las ocho y algo más estábamos en la Cumbre, donde demoramos alrededor de quince minutos en llegar al sector de “Las Antenas”, arriba hacia el este y que está por los 5 mil metros de altura.
Una vez que tomamos algunas fotos desde el lugar, nos reunimos todos para iniciar la caminata (a esas alturas ya no era necesario el uso del barbijo), nos dirigiríamos un poco al sur, hacia el sitio donde comenzaba el descenso. Recibimos algunas indicaciones e impacientes por iniciar el trekk comenzamos a caminar.
Confundidos entre la niebla
Bajo un cielo despejado, partimos en dos columnas, luego de cuarenta y cinco minutos merodeando por el lugar, nos desorientamos entre la niebla y no pudimos hallar el sitio de dónde bajar al valle donde queda la laguna Riñoncito, por lo que hubo que retornar, aunque eso sí, hermosas lagunas como espejos brillaban en esas alturas.
Por fin hallamos un punto para iniciar el descenso, aunque por razones de tiempo, fuimos instruidos que solamente llegaríamos hasta unas minas abandonadas y de allí seguiríamos bajando hasta la carretera que va hacia Los Yungas, esta vez por el lado este. Si hubiéramos ido hacia el Riñoncito y de allí a Pongo, hubiéramos arribado de noche.
Descenso abrupto y wallatas chillonas
Era muy difícil hallar la senda en medio de tan abrupto descenso, pues los pajonales la habían cubierto. Había arroyos, bofedales y otros sitios pantanosos en el trayecto, pero seguíamos bajando. La neblina cada vez se hacía más densa y no dejaba de amenazar la tormenta.
Más abajo, por un momento dio la impresión de que imponentes farallones rocosos se jactaban de su grandeza, y fue muy interesante ver que los sitios por donde habíamos descendido, además de ser muy empinados, estaban cubiertos de neblina y ya no se los podía divisar. Nos comunicábamos con los que iban atrás usando silbatos (tapas de bolígrafo).
Algunas lagunas se perfilaban más abajo y los ánades del lugar (wallatas), chillaban a medida que nos aproximábamos, temiendo que íbamos a hacerles daño, pero solo las fotografiamos de lejos y continuamos el descenso.
Cruces misteriosas
Pese a que ya estábamos cubiertos de neblina, de pronto vimos algo curioso, pues divisamos en los farallones unas cruces negras al ingreso de unas cuevas. Unos aseguraban que eran marcas naturales, otros que dichas marcas habían sido hechas por gente que trabajaba con minerales del lugar, en cualquier caso, ello daba para todo tipo de historias.
A eso de las trece arribamos a unas ruinas pétreas donde nos quedamos para servirnos un refrigerio. Eran unas cabañas destechadas que alguien aseguró que los antiguos mineros las empleaban como cárcel para los “jucus” o los ladrones de mineral que eran descubiertos por el lugar.
Otra vez desorientados
Luego de una media hora en el lugar, proseguimos el descenso que cada vez se hacía más abrupto y empinado, rocas, neblina, barrancos, caídas de aguas, arbustos de paja, pero no encontrábamos la senda para descender a la mina.
De pronto divisamos a la columna que iba detrás, que mediante gritos y ademanes nos indicaron que habían hallado la senda. Ni modo, a volver un poco más arriba para alcanzar la senda, no estábamos yendo por el lugar correcto.
Socavones pesados
Ya una vez en la senda de descenso, aunque tortuosa, estrecha y resbaladiza, bajamos nuevamente pues nuestro destino eran las ruinas de los campamentos abandonados de las minas del lugar que albergaban zinc y hierro, entre otros minerales. Se nos recordó que cualquier acceso a las minas en las montañas, nunca era fácil, pero seguimos pese a todo.
De esa manera llegamos a una especie de socavón excavado en la piedra, aunque se nos informó que por el área había otros. Algunos decidimos ingresar usando débiles linternas y ofreciendo alcohol y coca al lugar. El sitio era húmedo y barroso, hasta que llegamos al final de la caverna…no había nada, aunque, eso sí, el ambiente era muy pesado.
Al fin abajo
Luego de inspeccionar el lugar continuamos la bajada por el sendero pétreo y apegado a la pared rocosa de la montaña. Ya se podía divisar la carretera que desciende hasta Los Yungas, solo había que continuar por la senda hasta llegar abajo.
Una vez concluido el descenso volvimos la vista atrás, a lo lejos y en medio de la niebla, aún continuaban descendiendo algunos compañeros de la columna de atrás, sin embargo tuvimos que sortear un puente sobre un riachuelo para llegar a la carretera y de allí dirigirnos a la altura del puesto de control de narcóticos, lugar donde nos reunimos todos. Eran alrededor de las cuatro y media de la tarde, y con facilidad abordamos un minibús que por Bs 15 c/u nos trajo de retorno a Paz.