CRÓNICA BREVE
Título: 

Tres lugares, Tres caudillos y un nombre

Una ciudad. El mercado. La avenida. La plaza. Un mediodía.

La feria/el mercado

El es el día de la abundancia y el calor se excede como pocas veces en la urbe altísima. El aire caliente exhibe el humo y el olor del sahumerio que trasciende los sentidos.  

Ekekos, illas, billetes, casitas, automóviles, buses: toda una suerte de pluridiversidad de objetos en miniaturas comparten espacio con el tradicional plato paceño y hasta embutidos a la parrilla elevan la temperatura del ambiente abarrotado de gente. 

Es una de las pocas fiestas que logra unir clases sociales, edades, colores de piel y de atuendos, procedencias, creencias, cosmovisiones…en resumen, rituales milenarios y capitalismo andino milennial. 

Cada 24 de enero el valle del Chuquiago o Nuestra Señora de La Paz,   eleva homenaje a la deidad de la abundancia, la Illa del Ekeko como augurio de prosperidad de sus devotos. 

La avenida

La céntrica arteria fue abierta por el arquitecto Emilio Villanueva, el que renovó la ciudad hacen 102 años como un homenaje a un héroe. 

La plaza y su mercado fueron la prolongación del recordatorio de ese hombre de la Guerra del Pacífico. 

La avenida Camacho es quizá, después del paseo de El Prado, una de las  más importantes y elegantes rúas de la ciudad sede de Gobierno. 

La plaza

La plaza está junto al mercado. Fue remozada hace no mucho tiempo para fusionarla con un centro comercial, con el mercado y con los puestos del subsuelo.

El tataranieto del héroe paceño ha llegado a la plaza que lleva su nombre. En su tierra natal, Santa Cruz de la Sierra, a su descendiente, de alguna manera, también le consideran héroe.

A diferencia de su antepasado, este caudillo no luce un viejo sombrero militar al estilo prusiano. Tampoco un traje militar de gala. Este es otro tipo de guerrero. 

Gusta de lucir gorras negras. Se le atribuye haber comandado la batalla final para derrotar al caudillo que no pudo completar los 14 años en el poder. Hasta hace poco era visto como una renovación de la política, aunque ya se le señalan crasos errores.

El está recorriendo el espacio entre el mercado, la plaza y la avenida. 

De repente, unas latas, después una verdura, una fruta, hasta un choclo, como proyectiles, comienzan a impactar en la cabeza del caudillo. Algunos habitantes de la antigua ciudad le han mostrado su rechazo.

Su séquito, que le ha acompañado desde las tierras del llano del Oriente, no puede evitar que los improvisados misiles lleguen hasta la gorra y la propia cabeza de su jefe.

De héroe, ha pasado a villano en pocos segundos. Arropado únicamente por sus pretorianos, el hombre fuerte, de pronto, se ha tornado débil y debe emprender la retirada. 

Huye malamente por la calle Bueno. Se interna por un pasadizo que conduce un pequeño parque. Le salva una estación. La estación de la obra urbana más emblemática que su expulsado antagonista construyó con los recursos de todo un pueblo: el teleférico.

El héroe de guerra, el aclamado militar, el político tantas veces candidato no hubiese imaginado en su siglo, el XIX, que su descendiente, también candidato, del mismo apellido, iba a ser vilipendiado en los lugares que le rinden tributo.

Sólo la historia y su examen dirán si el tatarabuelo y su descendiente fueron, en verdad, héroes. 

Una ciudad. El mercado, la avenida, la plaza. Tres lugares. Un solo nombre, un mismo apellido. Tres caudillos y dos paradojas en un mediodía.