COLAPSO
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Alerta roja en hemodiálisis en Sucre: el hospital colapsa mientras la burocracia retrasa soluciones

Iván Ramos - Periodismo que Cuenta

Margarita llega al hospital Santa Bárbara de Sucre con 46 años a cuestas y una batalla interna que no da tregua. Su hermana menor la sostiene del brazo, como si con su apoyo pudiera evitar que la enfermedad la doblegue. 

Camina despacio, con la angustia marcada en el rostro, buscando una máquina de diálisis. Es una más en la larga lista de nuevos pacientes renales. Solo en los últimos dos meses, la cifra se ha disparado: 16 personas ingresaron al hospital para recibir tratamiento de manera permanente.

UNA SALA COLAPSADA
Dentro de la sala de hemodiálisis, el aire se siente espeso. Las máquinas trabajan sin pausa, los pacientes aguardan, los médicos corren contra el tiempo. "Estamos colapsados", sentencia el jefe de la unidad, Cristian Carretero.

El hospital solo cuenta con 11 máquinas operativas, pero el flujo de pacientes supera con creces la capacidad. "Si tuviéramos 10 pacientes por turno, podríamos atender a 60 personas al día y dejar una máquina para emergencias. Pero estamos sobrepasados", explica con resignación.

MÁS PACIENTES QUE MÁQUINAS
El colapso no es nuevo. En diciembre de 2024, el servicio quedó al borde del abismo: de las 11 máquinas, solo funcionaban siete. El problema fue parcialmente resuelto con mantenimiento preventivo y correctivo, pero la crisis va más allá de los equipos.

La Unidad de Hemodiálisis necesita, con urgencia, al menos dos médicos y cuatro enfermeras adicionales. "El consultorio externo no lo podemos atender, y es ahí donde podríamos hacer prevención", lamenta Carretero.

JORNADAS EXTENDIDAS Y UN SISTEMA EN CRISIS
A pesar de la crisis, el personal se ve obligado a extender sus turnos. De las 120 horas mensuales contratadas, los médicos y enfermeras han pasado a trabajar hasta 150 horas para intentar cubrir la demanda.

"Los turnos de martes, jueves y sábado han quedado cerrados por falta de personal", denuncia Carretero. "Estamos a punto de cerrar el tercer turno de diálisis. Esto es una línea roja de alerta".

LA BUROCRACIA, EL ENEMIGO SILENCIOSO
La burocracia, mientras tanto, se mueve con la lentitud de una enfermedad sin tratamiento. El sistema de salud se enreda en trámites y demoras, dejando a pacientes y médicos librando una batalla desigual.

"Esto no es un problema solo del hospital. La atención renal es responsabilidad de los tres niveles del Estado", subraya Carretero. Los municipios deben encargarse de la prevención, los gobiernos departamentales de la contratación de médicos y medicamentos, y el nivel central de la política de salud. Pero el engranaje no funciona.

El programa de salud renal es un barco que hace agua y, mientras se debate sobre competencias y presupuestos, más pacientes llegan en estado crítico.

EL COSTO DE ESTAR ENFERMO
Víctor, un paciente, lo resume en una frase: "Para la diabetes, la metformina es gratis, la insulina también, incluso las jeringas. Pero la amlodipina, que necesito para la presión alta, es carísima. El fracaso del programa preventivo nos trae aquí, a la fase final, cuando ya no hay vuelta atrás".

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca del 50% de los pacientes con enfermedades crónicas abandonan el tratamiento. En el caso de la diabetes tipo 2, menos de la mitad logra mantener un control adecuado.

Entre las razones están el costo de los medicamentos, la falta de educación sobre la enfermedad, la ausencia de síntomas visibles, el impacto emocional y la desinformación.

UN PROBLEMA QUE TRASCIENDE FRONTERAS
Pero en Sucre, el problema no es solo la falta de adherencia de los pacientes, sino el colapso de un sistema que no da respuestas. La ciudad es un punto de referencia para la atención médica de Potosí, provincias y otras regiones intermedias. Los enfermos llegan cuando la enfermedad ya los ha vencido.

"No podemos seguir esperando a que los pacientes lleguen al final del proceso", insiste Carretero. "Tenemos que trabajar en prevención".

ESPERAR, LA ÚNICA OPCIÓN
Margarita escucha las palabras del médico mientras aguarda su turno. No sabe cuántas horas pasará en la sala, ni cuánto tiempo más podrá resistir su cuerpo. Solo sabe que no tiene otra opción. Como tantos otros, depende de una máquina, de un sistema en crisis y de una burocracia que se mueve demasiado lento para alcanzarla.