El derrotero de los fundamentalismos

Por Raúl Prada Alcoreza

Todo fundamentalismo lleva al crimen. La compulsión fatalista por defender los “fundamentos", la conjetura insostenible de una premisa primera, originaria, inicial, como si fuese certeza indiscutible, justifica el asesinato, pues se supone que la idea de finalidad justifica los medios usados, incluso los del crimen, el homicidio, el genocidio, el etnocidio y el ecocidio. Este comportamiento muestra patentemente que los fundamentalismos son, prioritariamente, la inclinación argumentativa al crimen. Se trata de una apología elaborada, religiosa, de la violencia, sobre todo de la violencia descomunal, la más destructiva. El fundamentalismo es la expresión discursiva y práctica de la consciencia desdichada, del sujeto desgarrado en sus contradicciones, del espíritu de venganza, en el fondo, de la consciencia culpable. Con el fundamentalista ocurre como con el religioso posternado, que se cree culpable debido al pecado original; el fundamentalista se considera culpable por haber nacido, entonces la violencia extrema por defender su proyecto queda corta ante la extrema exigencia de entregar todo por la causa, que en el fondo es la causa de su propia salvación o de su propia justificación ideológica ante los avatares de su dramática vivencia.
 
Hay pues una diferente radical entre la rebelión y el fundamentalismo; la rebelión es espontanea y alegre; se trata del impulso vital por dejar fluir la potencia de la vida; en cambio el fundamentalismo es la puesta en escena de los sacerdotes de la “verdad”, los inquisidores recurrentes y repetidos intermitentemente. El fundamentalismo nace con la incrustación de su desenlace fatal o trágico, la destrucción de su entorno y, después, su propio suicidio.
 
También se dan expresiones destructivas menores al fundamentalismo, los discursos barrocos y las mezcolanzas diletantes ideológicas. En este caso hay, más bien, una inclinación al pragmatismo y al oportunismo. Los sujetos de este barroco ideológico no son tan fanáticos como los fundamentalistas, aunque hagan más teatro desgarrándose las vestiduras, pero llegado el momento no se las juegan, prefieren huir o, en su caso, negociar. El problema de este barroco ideológico y pragmatismo político es que en el espectáculo estridente de los medios de comunicación se presentan despavoridamente radicaloides; sus inocentes interlocutores convocados se dejan engatusar por esta comedia y sostienen la algarabía política de los comediantes. 
 
Tanto el fundamentalismo trágico como el barroco ideológico y diletante suplantan y usurpan, inhibiendo la potencia creadora de la rebelión. Confunden al pueblo y castran su capacidad lucha. Por estas circunstancias desmoralizantes del teatro político y del barroco ideológico es indispensable la crítica deconstructiva y la diseminación de los dispositivos de los fundamentalismo , los oportunismo y diletantismos.