Opinion

MOVIMIENTO OBRERO
Tinku Verbal
Andrés Gómez Vela
Lunes, 27 Mayo, 2013 - 16:38

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Cualquier manual de marxismo predestinaba a la clase proletaria (obreros-asalariados) a protagonizar la revolución socialista. Esta regla se rompió con la Revolución Mexicana (1910), encabezada por campesinos pobres y la Revolución Rusa (1917), que tumbó al reino zarista también con el mismo sujeto excluido de la vida.

No sucedió lo mismo en Bolivia, donde la Revolución Nacional de 1952 fue encabezada por obreros, seguido de campesinos. Ambos echaron del poder a la oligarquía minero feudal. Como prueba, la gesta logró la Reforma Agraria (aunque a medias), el Voto Universal, la Nacionalización de las Minas y la Reforma Educativa. Las dos primeras medidas favorecieron, más que todo, a los campesinos, que habían sido excluidos de la vida política desde la fundación de la República. La tercera estuvo dirigida al proletariado y la última a toda la comunidad porque echó los cimientos pedagógicos que edificó a los hijos de la Revolución.

Desde entonces, el movimiento obrero se convirtió en el sujeto histórico que comandó la resistencia a la dictadura y repuso la democracia. La educación, producto de la Revolución, formó al intelectual de la clase media, quien organizó partidos, movimientos sociales y agrupaciones para consolidar la democracia pactada, a la que empaquetó en un régimen económico (neo)liberal, y organizó un Estado deficiente que reprodujo la exclusión y engendró al próximo sujeto revolucionario: el indígena originario campesino.

El proletariado fue derrotado por los propios gestores e hijos de la Revolución en agosto de 1985, cuando se dictó el Decreto Supremo 21060, una medida contraria al Estado y modelo económico que había parido aquel 9 de abril, que explica todo lo que sucede hoy. La marcha por la vida fue el último episodio histórico protagonizado, en ese tiempo político, por el movimiento obrero.

El Estado con alma colonial y la democracia resumida, simplemente, al voto universal, sumados a los 500 años de invasión de América, puso por delante del movimiento obrero al sujeto indígena originario campesino. Entonces, la contradicción revolucionaria se forjó entre Indígenas pobres-marginados versus q´aras oligarcas privilegiados, pero se movilizó sobre la alianza originarios-obreros, área rural-área urbana, hasta vencer en la Guerra del Agua (2000) y la Guerra del Gas (2003).

Aquel sujeto político, concebido por la Revolución del 52 y parido por la democracia liberal, tomó el poder en 2006, tras ganar las elecciones burguesas. Por supuesto, contó con el respaldo definitivo del movimiento obrero y popular y otras fuerzas sociales urbanas.

La reciente derrota de la COB es la segunda en 30 años de democracia. La primera vez (1985) fue aplastada por un gobierno neoliberal, la segunda (2013), por un gobierno que se auto-rotula como socialista. Sin embargo, no significa la muerte del movimiento obrero; por el contrario, la “industrialización” que vive el país la resucitará poco a poco y repondrá como sujeto histórico de los próximos cambios, en alianza con clases sociales periurbanas, que crecen en los cinturones de pobreza de las ciudades.

El sujeto indígena originario campesino que gobierna hoy pierde su condición revolucionaria y se convierte en clase social conservadora porque muta a clase media y clase alta (con fisonomía oligarca), vía cooperativas mineras, emprendimientos económicos individuales y colectivos (microempresa, factorías) y operaciones ilícitas vinculadas al contrabando y, en casos extremos, al narcotráfico.

El reciente conflicto social alerta sobre la decadencia, primero moral y luego política, del sujeto reinante en este momento, y advierte el advenimiento de otros grupos sociales revolucionarios que nacen en las ciudades por la exclusión que sufren por parte del Estado Plurinacional.