Opinion

PROBLEMAS DE FRANCISCO
Testigo Virtual
Rodrigo Ayala Bluske
Lunes, 18 Marzo, 2013 - 10:52

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Con la elección de Jorge Mario Bergoglio como nuevo Papa, la Iglesia no ha hecho otra cosa más que reafirmar la orientación ideológica que tomó tras la elección de Juan Pablo II. No es extraño, ya que la mayor parte de los componentes del colegio cardenalicio fueron designados durante su gestión (los restantes en la de su ideólogo, el renunciante Benedicto XVI). La pregunta clave en este caso, es que si con la decisión tomada (inevitable por el contexto descrito), la iglesia podrá salir de la larga crisis que la agobia, o si por el contrario, nos mostrará que se encuentra en un callejón sin salida.

Juan Pablo II fue un político hábil y un comunicador excepcional: durante su periodo, merced a innumerables giras (que llegaron inclusive hasta nuestra lejana Tarija)  se revitalizó la imagen de una iglesia llena de dudas y contradicciones, pero por otra parte se dejaron irresueltos problemas estructurales que no han hecho más que agravarse con el paso del tiempo: los manejos dudosos en el área financiera del Vaticano y las innumerables denuncias de pedofilia, entre otros.

El complemento perfecto para la figura de Juan Pablo II fue el de la madre Teresa de Calcuta, una mujer enteramente dedicada al servicio a los pobres, pero desde una perspectiva conservadora (caridad tradicional, sin cuestionamientos de ningún tipo a las estructuras establecidas), e imagen de mujer importante para la iglesia como símbolo, pero sin peso en el manejo real de sus asuntos.

Bergoglio parece sintetizar algunas de las virtudes de Teresa y de Juan Pablo II. Se ha remarcado que es  una persona de hábitos sencillos, pero también un gran comunicador. La elección misma de su nombre (que le garantiza la diferencia con sus  antecesores), así como  los gestos que le han ganado una imagen simpática en los medios de comunicación, nos confirman lo dicho. 

Pero los problemas que deberá enfrentar Francisco, para su solución, requieren mucho más que habilidades personales varias. La Iglesia atraviesa una crisis que la urge a revisar algunos de los pilares más antiguos en los que se ha basado en los últimos siglos y para ello requiere  una voluntad política excepcional.

El primer obstáculo tiene que ver con su visión de la sexualidad de los seres humanos, lo que a su vez la presiona a revisar el  tema del celibato y el rol de género entre  sus componentes. Si hay algo que ha ganado la humanidad en el siglo XX, ha sido la conciencia sobre la igualdad de géneros y  los derechos de las minorías. Hoy por hoy, la palabra justicia no tiene sentido si es que no está dotada de un contenido que la relacione a ambas temáticas. La oposición de la iglesia al divorcio y  los anticonceptivos es tan anacrónica que ya ni siquiera se discute entre sus propios  miembros. Por otra parte, su negativa  al reconocimiento de los derechos de los homosexuales (y especialmente el de su opción a contraer matrimonio) la está sumiendo en una agonía de la que no podrá salir, porque la reivindicación, al igual que las anteriormente nombradas, es simple y llanamente inevitable; forma parte de la agenda de los derechos básicos de todos quienes habitamos este planeta. Por otra parte ¿puede justificarse de alguna manera en estos tiempos el que las mujeres no sean consideradas capaces de administrar los sacramentos y por tanto de jugar roles de importancia en la estructura organizativa de la Iglesia?

Pero donde mayor visibilidad poseen las contradicciones de la iglesia sobre la sexualidad, es en la vida de sus propios miembros. El celibato que exige a sus sacerdotes (adoptado varios siglos después del nacimiento del cristianismo), contrasta con las innumerables denuncias de abusos, los que lejos de ser excepciones se convierten en parte de una regla que atraviesa todos los lugares del mundo (en nuestro país, que no cuenta con los registros ni la institucionalidad de otros, me viene a la mente el caso de un sacerdote condenado que recientemente se suicido en Chuquisaca, y el de otro que purga una pena en Entre Ríos, por abuso de una discapacitada mental). 

El segundo tema que la iglesia debe revisar urgentemente es el que tiene que ver con su administración financiera, la que sin duda está  íntimamente ligada con la forma de ejercer el poder político en su interior. En este caso se demuestra una vez más que el poder absoluto tiende a generar altos niveles de corrupción. Las denuncias de malos manejos, que vienen desde los lejanos escándalos del Banco Ambrosiano y que se han ido renovando alrededor de las disputas políticas internas (el caso del reciente “Vatileaks” y el mayordomo del Papa), muestran un panorama desolador al respecto.

En la época de la información masiva y la universalización de los derechos, una institución cerrada y poco transparente ya no es viable. Los mencionados son algunos de los problemas reales que deberá enfrentar el nuevo Papa, y queda claro que su solución está más allá de un gesto amable o de una habilidad comunicacional.