Opinion

HERMANO FRANCISCO
Surazo
Juan José Toro Montoya
Viernes, 15 Marzo, 2013 - 11:37

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Es un nuevo tiempo.
Lo escribo con la convicción que me da haber visto a un pecador arrodillarse y derramar lágrimas.
Estaba solo frente a la computadora. Ya había terminado de revisar un par de libros para escribir sobre los urus, esos que marcharon rumbo a La Paz con el propósito de que el Estado pluricultural evite su desaparición como etnia, cuando, al percatarme de la hora, encendí la televisión y me paralicé al ver el humo blanco saliendo de la chimenea de bronce.

Después vino la espera, una tensa espera que, como apuntó alguien en las redes sociales, parecía más larga que el cónclave mismo pero, al final, la ventana se abrió, el protodiácono Jean Louis Tauran salió al balcón y dio la noticia: el nuevo Papa es Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires… latinoamericano.

Quedé mudo porque no pude digerir la noticia.
Bergoglio no aparecía entre los favoritos, entre los “papables”, y tampoco estaba en las agoreras predicciones atribuidas a San Malaquías.

Tras la renuncia de Joseph Ratzinger, los escatológicos volvieron a la carga afirmando que las profecías habían vuelto a acertar. Benedicto XVI, a quien San Malaquías supuestamente habría calificado como el penúltimo Papa, y a quien habría identificado como “De gloria olivae” (De la gloria del olivo, en una lejana referencia al día del nacimiento de Ratzinger, Sábado de Gloria, y al oleáceo que representa a la orden de los benedictinos) sería el penúltimo papa y, con el siguiente, llegaría el fin de la Iglesia Católica.

Pero agregaron más: el nuevo Papa sería negro y, de ser italiano, tomaría el nombre de Pedro porque San Malaquías dijo que se llamaría Petrus Romanus II.

No pasó ni lo uno ni lo otro. El nuevo Papa no es negro y, aunque es de raíz italiana —sus padres son de Italia—, nació en Buenos Aires, de donde era Arzobispo, y no eligió el nombre de Pedro sino el de Francisco.
Los escatológicos se quedaron colgados. A ellos sólo les interesa especular sobre las teorías sobre el fin del mundo, o cualquier otro fin, y no se detienen a pensar en las circunstancias que rodean a las tan publicitadas profecías. Las de San Malaquías, por ejemplo, han sido cuestionadas por historiadores e investigadores que ponen en duda que hayan sido escritas por el santo.

El otro detalle es el nombre. Escuchar el de Francisco me estremeció el espinazo. Ningún Papa había elegido antes el nombre del pobrecito de Asís, aquel que hizo voto de pobreza e intentó hablar con los animales, aquel hermano Francisco cuyo ejemplo no puso ser imitado a lo largo de la historia de la Iglesia Católica.
Y cuando Bergoglio salió al balcón, el estremecimiento fue todavía mayor: vestía totalmente de blanco, como lo hacen los Papas, pero no llevaba la tiara papal, ni siquiera el báculo pastoral. Salió vestido de blanco pero igual que todos nosotros, sin símbolos, sin insignias… salió como lo que es: un hombre.

Entonces no pude más. Quizás aproveché que estaba solo y que nadie me estaba mirando. Quizás me dejé llevar por la emoción que percibía en Roma a través de la transmisión televisiva. Quizás me acordé que yo, católico pecador, había roto con el Vaticano tras la elección de Ratzinger. Quizás… no sé… el hecho es que caí de hinojos y, cuando el hermano Francisco I pidió que rezáramos por él, lo hice olvidando la posición que tiene sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pesó el hecho de que es argentino, latinoamericano, que habla mi idioma y que, como ninguna persona en este mundo, logró que este pecador se arrodillara, derramara lágrimas y orara…

 

(*) El autor es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

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