Opinion

EL VASO MEDIO LLENO
Puntos Cardinales
Miguel Castro Arze
Lunes, 18 Febrero, 2013 - 09:50

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Aun cuando me guste el vaso lleno, rebalsando, sobre todo cuando de espirituosos contenidos se trata, en tanto a la realidad se refiere, yo intento mirar, valorar y sentirme feliz, con el vaso medio lleno. Lo que sucede es que, pesimistas como somos casi por naturaleza los bolivianos, nos empeñamos en mirar el vaso medio vacío. Es decir, poner acento existencial y actitud plañidera en lo que nos falta y no regocijarnos por lo que con tanto esfuerzo conseguimos.

De este empeño pesimista en mirar las cosas, los bolivianos aprendimos a convivir con refranes que bien analizados son realmente perversos, solo para citar algunos ejemplos: "más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer", es decir abominar por decreto de toda innovación y sentir terror a asumir riesgos, actitudes que además se justifican con otro dicho muy común:  "Juan seguro vivió cien años". Los grandes hombres y mujeres que marcaron diferencia con su paso por este mundo, no aspiraron a extensos cien años, sino a la intensidad del tiempo generosamente entregado a los demás.

Por si fuera poco en nuestro abultado repertorio también está la muy socorrida e inapelable sentencia casi siempre dicha con desdén: "la misma chola con otra pollera", que, además de un velado racismo, expresa nuestra cuasi religiosa oposición a cualquier cambio.

Acaso este medular pesimismo que nos aqueja a los bolivianos se deba a las persistentes y adversas arremetidas de una historia plagada de promesas incumplidas, de arteras trampas institucionalizas y de afrentas de toda índole. 

Pero, justificada o no, lo cierto es que esta manera de ver las cosas no nos ayuda, pues forja desconfianza y dificulta la generación de proyectos colectivos, de ahí que la fragmentación y anomia sociales suelan ser algunas de sus consecuencias.

Solo ayer, cuando le preguntaba a un taxista por qué tocaba como un poseído la bocina al cruzar una esquina aun cuando el semáforo estaba en verde, revestido de cierta sabiduría popular me contestaba que “como nadie respeta los semáforos, es mejor tomar sus previsiones”. Así, desconfianza y desapego a las normas más elementales de convivencia, se aparejan y fructifican prodigiosamente.

Aún en un asunto que de por sí debería unirnos sin más miramientos, como es el tema marítimo, se mira con desconfianza y también con mezquindad política las actuaciones del gobierno que, como acertada e hidalgamente estimo Carlos Mesa, más allá de todo logró posicionar el tema en el ámbito internacional al extremo de convertirse en un verdadero incordio para el gobierno chileno, obligándolo permanentemente a tener que dar explicaciones no deseadas.

Si miráramos el vaso medio lleno y no nos extraviáramos en los paralizantes laberintos de la desconfianza, tendríamos que regocijarnos por habitar un país que a pesar de todos los pesares va disipando temas acuciantes acaso solo por haberlos puesto ya sin tapujos sobre la mesa, como es el caso, por ejemplo, del secular racismo que nos aqueja. Aún nos falta muchísimo en este tema y evidentemente nuestras construcciones sociales son dolorosas y hasta dramáticas, pero, sin duda alguna, nunca más volveremos a ser ese país gris donde muchos tenían una ciudadanía negada. Hoy, un niño aymara o guaraní bien haría en afirmar “yo puedo ser presidente de este país”. Y no tendríamos por qué no creerle, sino regocijarnos porque ese vaso medio lleno es resultado de una faena colectiva.