La revolución urbana no espera

 Por Carlos Hugo Molina

En la ciudad de Sucre, el 8 y 9 de mayo se produjo el Encuentro Internacional de Ciudades Intermedias. Era la primera vez que organismos internacionales que trabajan en Bolivia, actores del sector público y academia, nos reuníamos oficialmente para discutir el tema. Para completar el escenario, el presidente Evo Morales anunció el 25 de junio que se reunirá con los alcaldes de las ciudades del país, para planificar de manera conjunta el desarrollo urbano, ante la verificación de un crecimiento desorganizado.

Ambas noticias representa el estado oficial del debate sobre un tema mundial que recién estamos descubriendo. El corolario de la posición oficial es que el presidente expresó su preocupación por las urbes “debido a la falta de planificación, responsabilidad que recae en las autoridades municipales.”

Las realidades sociales no dependen ni de los discursos ni de la voluntad de los gobernantes. La migración es uno de ellos.

Estamos paralogizados por la información que nos ofrece la proyección poblacional en el territorio, y el cambio de una matriz de características rurales por otra de naturaleza urbana.

La teoría y la práctica demuestran la necesidad de comprender ambas realidades por los elementos que interactúan y se complementan. Ni viviremos todos en ciudades ni será posible prescindir de la categoría rural. Esta afirmación de Perogrullo no lo es un Estado que hace profesión de fe de lo originario indígena campesino cuando la realidad muestra que la composición de su población urbana en este momento ya es del 75% y estamos en camino, en el Censo del año 2032, a subir el porcentaje al 90%.

También es necesario reconocer que el cambio de conducta y de vida que genera la migración no se trata de un acto mecánico; las investigaciones tratan de explicar los modos organizativos que adquiere una población migrante que vive entre 2 realidades, tratando de reproducir, trasladar o salvar los elementos que considera fundamentales a su identidad.

Ello está llevando a explorar categorías como la “indigenización de las ciudades” o la existencia de “indígenas urbanos”, para visibilizar una población que sufre las consecuencias de esta realidad universal. Otra vez, el acto físico de cambiar de residencia no genera automáticamente la comprensión del fenómeno ni el asumir las pautas de comportamiento colectivo que entraña esa realidad.

Siendo ciertas todas las reflexiones, el debate sobre el respeto a la diversidad abre otras muchísimas preguntas a partir de los datos objetivos. Son preguntas obvias cuyas respuestas no son tan sencillas como parecen.

¿Es la administración del territorio y de los recursos que le son dependientes, iguales en el campo y la ciudad? ¿Son posible de trasladar los modos de producción rurales a la vida cotidiana urbana? ¿Se comprenden objetivamente las razones de la migración y sus consecuencias? ¿Están preparadas las sociedades receptoras a cumplir una condición imprescindible de responsabilidad y de solidaridad con los migrantes, sin actitudes simplemente caritativas o xenófobas?

Otra evidencia salta para aumentar la intranquilidad; el debate y comprensión de la realidad es mucho más lenta que la evolución del fenómeno. Mientras estamos tratando de entender y explicar causas y razones, el hecho se está produciendo de manera irremisible.

Este dato de la realidad es en definitiva, el que debiera servirnos de eje ordenador. No se trata de una voluntad en cualquiera de sus sentidos, quien definirá el modo cómo evolucionará el fenómeno; como éste se dará igual, ¿qué estamos haciendo para asumir una posición responsable frente a la realidad? 

El reconocimiento de la evidencia, reabre el debate sobre la administración territorial del Estado, la situación de los espacios despoblados, la satisfacción alimentaria, la formación y capacitación de los recursos humanos… El futuro de ciudades/estados que darán la solución, está más cerca del federalismo que de esta autonomía/centralista que mal nos gobierna.