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Espectacular ceremonia en el Estadio Maracaná
Apoteósica inauguración de los Juegos Olímpicos de Río
Inauguración de los Juegos Olímpicos de Río 2016. Foto/La Vanguardia

Sábado, 6 Agosto, 2016 - 05:51

Si algo tiene Maracaná es magia. Más poseía el antiguo, pero el nuevo se la está ganando a copia de organizar acontecimientos de alcance universal. Allá, en uno de los templos más famosos de la historia del fútbol, se ha celebrado esta madrugada hora española la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos 2016, la fiesta que se espera que sirva como antidepresivo para un pueblo que nada entre pobreza y estrecheces.

Al mal tiempo, baile, música brasileña, carnaval, un poquito de samba y un canto a la bossa nova que terminó con el encendido del pebetero por parte del exatleta Vanderlei Cordeiro de Lima, con lo que se rompieron todos los pronósticos de los medios locales que primero apostaron por Pelé y después por Gustavo Kuerten. Fue el colofón a cuatro horas de mucho orgullo brasileño.

Durante un rato el estadio se convirtió en un sambódromo de color y de calor humano. A falta de recursos económicos, los tres directores artísticos de la ceremonia, con el afamado cineasta Fernando Meirelles entre ellos, se las ingeniaron para salpimentar un espectáculo ciento por ciento de la tierra que contó con el acierto de convertir el suelo del estadio en una marea de emociones cambiantes pues ahí se iban reflejando las temáticas y los efectos especiales.

Con tres pivotes fundamentales, la ecología con el jardín del Amazonas como testigo de una de las últimas zonas más o menos vírgenes del planeta, la diversidad, teniendo en cuenta la variedad de razas del lugar, y la sonrisa, el abrazo, como ejemplo de un país que siempre ha tenido fama de cálido.

Un show con menos fastos y grandilocuencia que los de Pekín y Londres, pero con mucho sentido de la gambiarra, palabra que utilizan aquí para referirse a la capacidad de improvisación o de salir del atolladero cuando menos te lo esperas y de una manera ingeniosa.

El espectáculo arrancó tras el mensaje de bienvenida y la entonación del himno brasileño por parte del cantante Paulinho da Viola, uno de los mayores exponentes de la música popular del país y un gran compositor de samba. Una vez puestos en situación, el Maracaná se transformó en un jardín enorme, paradigma del Brasil donde vivían los pueblos indígenas, que fueron anoche reivindicados con el lema “El inicio de la vida”.

El pueblo y la naturaleza juntos y no siempre bien avenidos y menos cuando llegaron los europeos y colonizaron estas tierras, pasaje que se representó en otro número, como también el aterrizaje de los africanos y de los árabes y orientales. Tras la cultura étnica llegó la contemporánea y al final el Brasil más moderno, el de Vinicius de Moraes o el arquitecto Oscar Niemeyer. Ese fue el momento escogido para los acordes de la Garota de Ipanema de Tom Jobim, mientras la modelo Gisele Bundchen desfilaba de manera sensual y el nieto del compositor, Daniel Jobim, acariciaba la canción al piano. El público la acompañó con pasión y evidente emoción, como después bailó con intensidad todas las canciones de su imaginario.

No podían faltar a la cita grandes clásicos del ritmo brasileño como Caetano Veloso y Gilberto Gil, cuya música fue jaleada por los espectadores en la parte final, cuando la ceremonia alcanzó uno de sus clímax. Pero antes fue el turno del obligado desfile de todos los países, incluido Rusia, que no resultó silbada aunque se escuchó algún murmullo, y del protocolo olímpico ante la atenta mirada de una cincuentena de líderes mundiales, la mitad que en anteriores Juegos.

Era la hora de admirar como el respetable aplaudía con espíritu olímpico a Argentina, pese a la rivalidad, y de ver sonreír orgulloso a Rafa Nadal como abanderado de España, esta vez sí, tras no poder serlo en Londres, honor que compartió con otros grandes deportistas como Andy Murray, que enarboló la enseña británica, o Michael Phelps, que participó por primera vez en su vida en una ceremonia de inauguración y lo hizo portando la bandera de las barras y estrellas.

El ir y venir de países, eterno, deparó algunas anécdotas como la del beso que captaron las cámaras entre la saltadora de longitud española Juliet Itoya y su marido, el jugador de rugby Iggy Martín. Aunque lógicamente cuando el público estalló en aplausos fue cuando salió el equipo de los refugiados y, sobre todo, cuando lo hizo Brasil.

Eso sí, las palmas se tornaron abucheos cuando el presidente interino del país, Michel Temer, se dispuso a declarar inaugurados los Juegos. A continuación, como la parroquia ya iba montada en un tobogán de emociones, brindó una de las ovaciones de la noche al exjugador del baloncesto Oscar Schmidt, uno de los portadores de la bandera olímpica.

Se guardaban sorpresas, como la del encargado de encender el pebetero del estadio, secreto que se desveló cuando apareció el extenista Gustavo Kuerten. Pero no como último relevista, como había anticipado la prensa brasileña, sino como el antepenúltimo. El último fue Vanderlei Cordero de Lima, medalla de bronce en maratón en Atenas 2004. Iba primero en aquella carrera cuando fue empujado por un exsacerdote irlandés llamado Cornelius Horan. Ayudado por el público se recuperó y pudo subir al podio. Esta madrugada ha subido al podio de la eternidad brasileña.

 Río tendrá dos pebeteros, uno en Maracaná y otro en el centro de la ciudad. Son pebeteros diseñados por el escultor estadounidense Anthony Howe, que explicó que están fundamentados en la vida en los trópicos. El del estadio es un fuego intencionadamente pequeño como mensaje de que hay que reducir la emisión de gases tóxicos para el medio ambiente en un contexto de constantes referencias a la preservación de la naturaleza.

TEXTO: LA VANGUARDIA

 

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