Opinion

Potosí: su gente
Surazo
Juan José Toro Montoya
Martes, 7 Noviembre, 2017 - 18:07

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 La Villa Imperial siempre fue una montaña rusa en cuanto a su población. Antes del descubrimiento de sus yacimientos de plata era un cenagal ubicado en territorio qaraqara, después pasó a ser un asiento minero con un crecimiento tan acelerado que a principios del siglo XVII era una de las ciudades más pobladas del mundo.

El censo de 1611 reveló que tenía 160.000 habitantes; es decir, más gente que Londres o Sevilla en esa época. La historia oficial dice que la mayoría de sus habitantes no eran nacidos en la ciudad sino provenientes de otros lugares, incluso de otros continentes.

Para aquel entonces, Potosí ya no era un asiento minero sino que había ascendido al rango de villa. Se había independizado de La Plata, hoy Sucre, en lo que fue el primer movimiento autonomista de Charcas, hoy Bolivia, mediante la denominada Capitulación de Potosí que el virrey Diego López de Zúñiga y Velasco emitió el 7 de noviembre de 1561. Su nombre oficial era —y es— Villa Imperial de Potosí y en ella no solo vivían españoles sino también originarios de otros países de Europa, además de una variedad de musulmanes, africanos y hasta asiáticos.

Era, según refieren la totalidad de los autores, una ciudad cosmopolita debido al imán de sus minerales. La abundancia y alta ley de sus minerales, durante los primeros años de la explotación del Cerro Rico, atrajeron a gente de todo el mundo que llegaba hasta la villa con la ilusión de hacerse ricos fácilmente.

Los más buscaban fortuna en la minería pero quienes no conseguían acceso a los yacimientos, cuyo control estaba en manos de ciertas naciones españolas, se dedicaban al comercio y a un sinfín de actividades que resultaban más o menos lucrativas en una ciudad donde la plata corría, literalmente, a manos llenas.    

Los datos son ciertos pero resultan incompletos.

Llama la atención, por ejemplo, que la población potosina sobrepase la cifra de los 160.000 habitantes en otras fuentes. Ahí está el caso de fray Diego de Ocaña quien señala que, alrededor de 1600, los sacerdotes habían registrado hasta a 200.000 indios en las 14 parroquias existentes en Potosí, con prescindencia de la población europea.

Que la cifra no concuerde con la del censo no es extraño ya que este, como todo recuento oficial, mostraba lo que a los mineros de Potosí les interesaba. La contratación de mano de obra —en realidad una esclavitud disimulada— estaba normada por las Leyes de Indias así que oficializar cifras sobre indios al servicio de los mineros era visibilizarlos, exponerse a pagos indeseables. Por tanto, lo mejor era ocultarlos y dar cifras falsas.

Se trata de un dato poco manejado que; sin embargo, ya es tomado en cuenta por historiadores actuales como Pablo Quisbert, que se ha especializado en el pasado prehispánico potosino y los primeros años de la colonia.

El destino de Potosí estuvo —y, lamentablemente, todavía está— ligado a la actividad minera. Cada vez que la minería prospera, la población de la ciudad aumenta.

Por ello, sus fluctuaciones poblacionales también están vinculadas a esa actividad económica. Cada vez que la población decrece es porque la minería cede terreno a consecuencia de las bajas cotizaciones.

En las cifras oficiales, su población actual no llega a las 200.000 personas. La realidad, como la historia, muestra otra cosa. En realidad, en Potosí viven miles de migrantes del área rural que, a la hora de los censos, viajan a hacerse contar a sus tierras de origen. Es un acto de traición a la tierra que los recibe y les da de comer y que en este noviembre vuelve a celebrar otro aniversario sumida en la minería.

 

  

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.