Opinion

CHÁVEZ, EL INELUDIBLE
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Miguel Castro Arze
Jueves, 7 Marzo, 2013 - 18:07

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El caudillo es el sindicato del gaucho. Esta frase que pertenece al argentino Arturo Jauretche, bien refleja el fenómeno del caudillo en América Latina. Ante la ausencia de representación política democrática e institucionalidad de derecho, el caudillo irrumpe en la historia. Representa, es la voz y más que nadaacción, de los sin voz, de los invisibles yparalizados por una realidad secularmente adversa. Porque la acción, frecuentemente heroica, es por excelencia la forma de vida del caudillo. Es su manera de ser en el mundo.

Eso fue Chávez y eso será el mito que al final le sobreviva. Y pese a quien le pese, será un hito ineludible en la historia que se escribirá sobre este inicio del nuevo milenio latinoamericano. Lo marcó a fuego, no solo porque fue el protagonista indiscutible de un nuevo posicionamiento de la región frente al norte, sino también porque fue uno de los promotores más lúcidos y empeñosos en la creación de una renovada arquitectura de integración de América Latina y el Caribe.  Y eso no tiene vuelta atrás.

Polémico y contradictorio, apasionado,como suelen ser los seres convocados por la historia, siempre despertó, y hoy con su muerte más que nunca, las pasiones más encontradas. No podía ser de otro modo. Siempre puso la mano sobre la llaga. Ya sea para aún más lacerarla o proféticamente aliviarla. Con sus programas de educación y salud alfabetizo y curó a millones. Ganó más de una docena de elecciones certificadas por organismos internacionales. Pero también fue generoso en exabruptos en contra de sus enemigos.

Pero, hoy atenuados por la historia y el paso del tiempo, así también fueron los caudillos y próceres de la independencia que honramos y que desde silenciosos retratos contemplan nuestros cotidianos avatares. Así fue Bolívar, apasionado y contradictorio, desenfrenado y sin miramientos a la hora de cumplir una misión que lo consumaba.

En el advenimiento de Chávez, como con maestría lo describe Gabriel García Márquez, ya convivían en él dos designios: “Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.

La historia juzgará cuál de los designios finalmente se habrá cumplido, salvador o ilusionista, pero por lo pronto de ninguna manera me parece digna y humana esa mórbida festividad con la que sus enemigos, reales y gratuitos, festejan su muerte. Que además es la más lacerante de las confesiones de sus propias derrotas.