El diálogo esencia de la convivencia humana

Por José Luis Aguirre Alvis
Periodista, comunicador social, docente universitario

 

La comunicación nos permite conocernos mejor entre nosotros y saber que independientemente a nuestras diferencias, razón medular para experimentar e invitar a la experiencia del diálogo, podemos estar unidos y tener proyectos en común. Porque toda comunicación no se reduce a la circulación de mensajes sino a la voluntad de construcción de lo común, y no hay nada más común, que el vivir en comunidad.

La comunicación si estamos dispuestos a escuchar vence divisiones. El escuchar condición primordial del diálogo nos posibilita aprender de los otros, de los demás, y debemos apreciar el silencio como profunda escucha pues este abrirá el camino para un progresivo honesto entendimiento.

La comunicación como práctica de diálogo, no puede caricaturizarse como aquel ejercicio mecánico de ida y de venida de mensajes o asumirse como el simple intercambio de contenidos entre emisores/receptores y receptores/emisores, y en una relación intercambiable con proyección hasta infinita. Esta sería una representación demasiado elemental sobre la integralidad del contacto y la calidad de una comunicación humana, que se quisiera sea experiencia ascendente hasta el punto de un efectivo diálogo con capacidad transformadora. Pues una visión reducida al habla y escucha y viceversa, sería equivalente a un diálogo dialéctico, cuando la experiencia del diálogo, y según señala Raimon Panikkar es la de trabajar y aspirar un diálogo dialogal. Vale decir, aquella situación que procura encuentro incluso iniciado antes de un encuentro presencial entre interlocutores, ya que nace desde la voluntad de conocimiento, contextualización y aprendizaje del marco de referencia de los actores en el ánimo de dimensionar la riqueza del otro. Un diálogo dialogal toma en cuenta factores previos al intercambio de palabras, se nutre con el conocimiento del contexto y realidad desde la que habla el otro, procura empatizar con él y su ser, pero no para vaciarlo o manipularlo en un intercambio estéril sino para asumir la presencia integra de un ser con identidad plena y que viene a nuestro encuentro también con una propuesta hacia un cauce común. Además, que un diálogo con sentido dialogal hace que toda comprensión en sí deba conducir a conversión, sea de miradas, experiencias y posturas. 

La comunicación como experiencia humana es acogida paciente, escucha voluntaria y sin prejuicios a los otros. La comunicación en el momento del contacto que tiene como base la escucha permite ver con distintos ojos al otro. La comunicación de encuentro se entiende en términos de proximidad, pero no solo para reconocer al otro como semejante sino para hacernos semejantes a él.

La comunicación como experiencia de diálogo se entrelaza con todas las formas de nuestra expresión, y ahí toma lugar también lo no verbal, por ejemplo, el lenguaje de nuestro cuerpo, las condiciones del espacio y ámbito en el que da un encuentro, el vestido, el rostro, y la disposición de cada detalle para que todos favorezcan a un contacto nutritivo. 

La comunicación como diálogo es posible, así como necesaria porque desde el sentido etimológico del término, diálogo son dos logos que se acercan y se encuentran, algo totalmente opuesto a monólogo, como relato único o autoreferencial de un solo lado. En el diálogo dos actores, dos historias diversas, o la mayor diversidad de actores reunidos saben que pueden dar algo, aportar lo que se tiene para ponerlo en beneficio común. Y uno da sabiendo que también en su momento ha recibido. 

La comunicación traducida en diálogo revela que todos los que de ella participan tienen algo que aportar, y no habrá situación dialógica posible en la que alguien sea visto tan, pero tan pobre, que no tenga algo que poner en la mesa común, pues la sola presencia ya del otro, y de los otros, para conversar ya es ganancia y avance en el camino del encuentro dialógico.  

La comunicación dialógica parte de una plena voluntad de descubrimiento y así de interés de construcción de proximidad, y por más antagónicos que parezcan los puntos entre medio, ésta cercanía debe mover desde todos los lados a un cambio, el que por cierto no quiere decir vaciar creencias y posturas que siempre se mantendrán por naturaleza en la existencia y ser de los distintos sujetos. Porque tampoco un diálogo es absoluto e infinito, pues éste psicosocialmente permite tratar un aspecto o los aspectos que se expongan, pero a su vez prevalecen irresueltos y hasta inmóviles otro gran conjunto de elementos de la experiencia de vida de cada uno de los sujetos en contacto. Por eso es tan valioso el diálogo, por ser una experiencia difícil de conseguirse, y cuando se la alcanza es igualmente efímera o transitoria, pero eso sí, posee la potencialidad atómica de transformar con su luz todo un horizonte prolongado asumido anteriormente como oscuro. Aquí, el diálogo trae también al debate el problema del pluralismo, el que no se reduce al simple planteo de la tolerancia, sino a la aceptación de que en un contacto el otro, aquel a quién estamos tratando de comprender, y que en el encuentro dialógico él trata de comprendernos, no necesariamente comparte nuestro horizonte de inteligibilidad condición que tampoco lo hace inferior.

La comunicación humana tiene el poder de crear puentes incluso donde se tiene el convencimiento de que no hay orillas próximas para poder tenderlos. Pues estos caminos sobre el aire surgen como producto del tejido común o colectivo en el que cuenta cada paja o hilo que se pone en favor de su entretejido y fortaleza. 

La comunicación también es obra de misericordia cuando habilita a sus actores a valorar caminos alternativos de su expresión, reconocer nuevos modos de hablar y hasta de pensar la misma experiencia del diálogo. La voluntad de comunicación es también una profunda experiencia de compasión, ternura, de autocrítica y de perdón. La comunicación de encuentro hace elegir con cuidado las palabras y los gestos y todo lo que expresa desde nosotros porque cada recurso debe apuntar a la construcción de paz que no es otra cosa que un verdadero entendimiento.