Opinion

EL ESPESOR DE LA CONSTITUYENTE
Comuna
Raúl Prada Alcoreza
Lunes, 22 Julio, 2013 - 10:44

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El libro de Salvador Shavelzon El nacimiento del Estado plurinacional de Bolivia nos refresca la memoria[1]. En el libro el autor expone su investigación, una etnografía de la Asamblea Constituyente. Se podría también decir que se trata de la etnografía de la cuestión estatal a partir de la experiencia del proceso constituyente boliviano. El tema que sobresale es la cuestión de la descolonización y, por este camino, la relación entre pueblos indígenas y Estado. La importancia del libro radica en ser un testimonio, por lo tanto, una historia efectiva, una historia desde adentro de la Asamblea Constituyente. No se acude directamente a los artículos aprobados de la Constitución, sino se elabora la dinámica compleja de su construcción. Los escenarios son los espacios de debates, las reuniones, las sesiones; los lugares el Colegio Junín, la Casa Argandoña, el Teatro Mariscal Sucre, las casas de reunión de los constituyentes; los sujetos son los constituyentes, en toda su variedad y posicionamientos, las organizaciones sociales, los asesores, los grupos de apoyo. Se trata de la descripción detallada del desenvolvimiento de la Asamblea Constituyente, del dibujo del mapa de posicionamientos y disposiciones, de la caracterización de los personajes, así como de la memoria histórica de los debates. Todos estos escenarios de las discusiones y de la elaboración del texto constitucional cuenta con la exposición de los contextos problemáticos, del tratamiento teórico de los temas inherentes, de los estados de arte de las cuestiones puestas en mesa.

La introducción del libro nos lleva a un exquisito balance de la antropología del Estado. ¿En qué consiste esta antropología del Estado? En primer lugar, se trata de lo imaginario, también de la política como ámbito de lo imaginario, la política como mito, como sustituto de los mitos antiguos. En segundo lugar, de la relación de los estados coloniales con las sociedades llamadas “primitivas” por la antropología inicial, también de la relación de los estados coloniales con las sociedades antiguas, sociedades básicamente agrícolas conquistadas por la expansión capitalista del sistema-mundo y la economía-mundo. En tercer lugar, y este quizás sea el punto más importante, de la interpretación de Pierre Clastres de las sociedades contra el Estado, de las sociedades que evitan la conformación del Estado, mediante la guerra, la reciprocidad y la destrucción de la acumulación de bienes, en cambio ocasionando la acumulación simbólica del prestigio y de la disponibilidad de fuerzas por efectuación del circuito de reciprocidades[2]. En cuarto lugar, la tesis  de Gilles Deleuze y Félix Guattari, en la cual se plantea de que el Estado y las sociedades contra el Estado siempre han coexistido, desde tiempos inmemoriales, cruzándose, una como adentro y la otra como afuera, dependiendo de la perspectiva. En quinto lugar, la interpretación de la cultura del Estado o el Estado como cultura.  En sexto lugar, la condición plurinacional del Estado, tema que va a ser tratado a lo largo del libro.

El primer gran debate que presenta Salvador Shavelzon es sobre la definición plural del pueblo boliviano. A partir de esta definición se hace toda una historia de los antecedentes del debate. Se comienza con el planteamiento y el proyecto político cultural katarista. Este es el antecedente de toda la discusión sobre la condición plurinacional, fuertemente vinculada a la reconstitución del Qullasuyu y del Tawantinsuyu. El katarismo de la década de los setenta interpela al Estado y a la sociedad boliviana, interpela el colonialismo interno y la colonialidad heredada, planteando el camino de la descolonización. Si aparece el pluralismo lo hace como una articulación compleja entre “etnia” y clase social, ambas categorías supuestamente reconocidas en el discurso katarista. Diríamos mas bien nación en vez de “etnia”, nación en sentido cultural y de lengua, incluso de territorios controlados. El katarismo es más una emergencia aymara que quechua; nace en la provincia Aroma, se irradia por el Altiplano, compromete a los sindicatos y termina conformando la Central Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), después de haber constituido la Federación Sindical Única de Trabajadores Campesinos Tupac Katari de La Paz (1978-1979). Se puede decir que estas son las instancias orgánicas de la separación del sindicalismo campesino y el gobierno, así como una ruptura del sindicalismo campesino con el Estado, del sindicato respeto a su dependencia del Estado; se rompe el cordón umbilical. Hasta entonces el sindicalismo campesino estuvo fuertemente ligado a los gobiernos y al Estado; su dependencia era tan evidente que la confederación sindical campesina nacional funcionaba en el Ministerio de Agricultura y Asuntos Campesinos. La CSUTCB se afilia a la COB, mostrando claramente su alianza con la central de los trabajadores que postulaban la lucha de clases. El enfrentamiento es directo contra la dictadura militar de entonces.

Se puede decir también que el katarismo va a contar con estas organizaciones sindicales en la irradiación de la “ideología” y del proyecto político cultural descolonizador al “mundo” quechua, incluso al oriente boliviano. Shavelzon considera que la organización social que va a continuar el proyecto katarista de la descolonización es el Consejo de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ), que se conforma en la década de los ochenta. Lo hace empero por la vía de a reconstitución de los ayllus, criticando a la organización sindical campesina de moderna y nacionalista. El CONAMAQ al plantear la reconstitución de los ayllus incorpora también la reivindicación de la territorialidad, conjuntamente con lo comunitario. La nación es entendida como nación-territorio, como suyu, complejizando más aún la problemática de la territorialidad y de la nación.

En tierras bajas también se incorpora la problemática de la territorial desde la primera marcha indígena por la Dignidad y el Territorio (1990), aunque esta perspectiva comunitaria amazónica y chaqueña no se efectúe desde el ayllu. Es en las organizaciones indígenas de tierras bajas donde lo plurinacional cala con fuerza, particularmente en la Confederación Indígena del Oriente Boliviano (CIDOB), la organización matriz indígena de la Amazonia  y el Chaco. Hablamos de una perspectiva multicultural e intercultural elaborada desde la condición de minorías en los espacios socio-demográficos del oriente boliviano. Son estas organizaciones indígenas, de tierras altas y de tierras bajas, el CONAMAQ  y el CIDOB, las que van a llevar adelante la lucha por la Asamblea Constituyente. También son las organizaciones que se van a empeñar en sacar adelante, como definición primordial, el Estado plurinacional comunitario en la Constitución.

El balance efectuado por el libro es amplio y minucioso; recorre el debate campesino e indígena, recorre los contextos y coyunturas por las que pasan las organizaciones sociales, la forma cómo recogen y asumen el proyecto descolonizador katarista. También nos muestra las persistencias de la izquierda tradicional en la teoría e interpretación de la lucha de clases, la manera cómo intervienen los constituyentes urbanos del MAS, formados en las tradiciones de la izquierda boliviana. Así mismo, el balance nos muestra las resistencias nacionalistas al planteamiento del Estado plurinacional, muy parecidas a las resistencias y observaciones de los constituyentes representantes de las oligarquías regionales. Las diferencias entre unos y otros radican en las posiciones sobre la autonomía departamental; mientras los nacionalistas hacían hincapié en los peligros federalistas y separatistas de la autonomía, los constituyentes de las oligarquías regionales la defendían con ardor frente al Estado centralista.

El balance de la discusión en la constituyente recorre también distintos escenarios espacio-temporales, como mostrando que los problemas de otros periodos y fases fueron traídos a las mesas de la Asamblea Constituyentes, a las plenarias y sesiones, a los lugares de reuniones. Era la Asamblea Constituyente la encargada de dar respuesta a estas problemáticas históricas, dar solución a estos debates acumulados, darle forma a un nuevo tiempo que se abría. Quizás por eso el debate sobre la definición del pueblo boliviano resulte significativo para el autor, sobre todo la escritura consensuada a la que se llega para el tercer artículo de la Constitución:

La nación boliviana está conformada por la totalidad de las bolivianas y los bolivianos, las naciones y pueblos indígena originario campesinos, y las comunidades interculturales y afro-bolivianas que en conjunto constituyen el pueblo boliviano.

Esta definición contrasta notoriamente con la definición aprobada en Oruro:

El pueblo boliviano está conformado por la totalidad de las bolivianas y los bolivianos pertenecientes a las áreas urbanas de diferentes clases sociales, a las naciones y pueblos indígena originario campesinos, y a las comunidades interculturales y afro-bolivianas.

La anterior redacción sale del Congreso declarado constitucional, encargado de revisar la Constitución aprobada en Oruro. ¿Qué es lo que revisa? Ya no se trata de la definición del pueblo boliviano, tarea en la que se había empeñado la bancada mayoritaria de constituyentes y aliados de izquierda, sino que estamos ante una definición de la nación boliviana. ¿Por qué hablar de nación boliviana en un Estado plurinacional? Este era el miedo de nacionalistas y la derecha, la disolución del Estado-nación expresada en la condición plurinacional del Estado en transición. La derecha y los nacionalistas terminaron de imponerse en este artículo. El pueblo boliviano entonces es ese conjunto de géneros,  de pueblos indígenas, de interculturales y afro-bolivianos. El pueblo boliviano está conformado de esa manera y el mismo pueblo forma la nación boliviana. Es una nación que contiene a otras naciones y pueblos, con lo que se termina borrando la condición plurinacional, diversa y diferencial. Lo que dice la redacción es lo siguiente: que hay una nación, la boliviana; lo que viene después, lo otro, es la descripción de la condición indígena, así mismo de la condición intercultural  y de la condición minoritaria afro-boliviana. De alguna manera se habría vuelto a la misma disminución de estas condiciones que la anterior Constitución.

Salvador Shavelzon anota que la misma definición del pueblo traía problemas teóricos. El pueblo no dejaba de ser la expresión de la unidad, de la voluntad general, que legitima al Estado moderno. Por eso Paolo Virno rescata el concepto renacentista de multitud, concepto que se resiste a su totalización y unidad, manifestando la persistencia de su pluralidad y diferencia como potencia social bullente y dinámica[3]. El autor dice que los constituyentes de mayoría y las organizaciones sociales juegan con las dos alternativas; hacen estallar la unidad imaginada de la nación, abriendo esta ilusión a la evidencia de la pluralidad; empero, también apuestan a otra forma de unidad en el Estado plurinacional. Por eso la definición de pueblo, en la Constitución aprobada en Oruro, es plural y múltiple. Se puede decir que es esta la complejidad de la transición, pero de ninguna manera se trataba de mantener la comunidad imaginada de la nación boliviana, así como de volver a remachar la ilusión de unidad estatal con la conformación discursiva del pueblo de la voluntad general. Esto no es otra cosa que volver al discurso jacobino de la revolución francesa.

El Congreso Constitucional también volvió a introducir el término de república, extirpado en la Constitución aprobada en Oruro. ¿Por qué era indispensable hacer esto por parte de los revisores de la Constitución? La res-pública, la cosa pública, es la base del modelo liberal, pero también del aparato burocrático, del campo burocrático, de la instrumentalidad jurídica, política e institucional que sostiene la separación entre sociedad y Estado. La república, concebida como división y equilibrio de poderes, es la base de los contra-pesos, controles y equilibrio de los poderes y de la democracia formal. Era entonces indispensable garantizar la continuidad del modelo liberal del Estado, evitando la invención de otra forma de Estado postliberal. También era indispensable mantener la configuración del equilibrio de poderes. Esta reaparición de la república en la Constitución busca abolir la posibilidad de experimentar otra forma de Estado, forma que no separe sociedad y Estado, que incluso se abra a la res-comunitaria, a la cosa común, al espacio común, de todos. Por lo tanto, otra forma de hacer política.

Estas regresiones en la Constitución revisada por el Congreso fueron plenamente conscientes, expresan la voluntad conservadora de los revisores[4]. Un intento de limitar los alcances de la Constitución, aprobada en Oruro, que era la expresión de la voluntad de los insurrectos. Esta limitación fue lograda parcialmente, mediante estos aditamentos. Empero, los revisores no pudieron abolir la condición plurinacional, la condición comunitaria, la condición autonómica y la condición intercultural del Estado, que es lo que en definitiva caracteriza a las transformaciones constitucionales y al horizonte abierto por las movilizaciones, los movimientos sociales anti-sistémicos y las naciones y pueblos indígena originario campesinos.

Dijimos alguna vez que la Constitución boliviana fue la construcción dramática del pacto social. Lo que es cierto, desde un principio de la Asamblea Constituyente hasta su promulgación, pasando por la aprobación en Oruro y por la revisión por parte del Congreso. En la narrativa de la etnografía de la Asamblea Constituyente la Constitución aparece como la culminación escrita de recorridos de largas luchas que atravesaron la historia política de Bolivia. Es también la culminación constitucional de la correlación de fuerzas, que no dejaron de pugnar hasta el último momento por definir los sentidos de los artículos constitucionales. La Constitución también puede entenderse como la interpretación consensuada de los conflictos que atraviesan a la sociedad boliviana. Ciertamente se trata de un nuevo constitucionalismo al que se le ha dado varios nombres; constitucionalismo latinoamericano, constitucionalismo pluralista, constitucionalismo comunitario, constitucionalismo del vivir bien. Nombres a los que tendríamos que añadir que se trata de un constitucionalismo dinámico e interpelador, un constitucionalismo vital y participativo, abierto a la creatividad del poder constituyente y la potencia social.

Etnografía de la Asamblea Constituyente

Titulamos a este ensayo Espesores de la Asamblea Constituyente. Este acontecimiento político, que es el proceso constituyente, no puede comprenderse sino a través de sus espesores históricos, políticos y culturales. La Asamblea Constituyente se inscribe en el espesor de las territorialidades y los cuerpos, en el espesor de las pasiones y los deseos, en el espesor de las demandas y las resistencias, en el espesor de las luchas y las reivindicaciones, en el espesor de los proyectos políticos y civilizatorios. La etnografía de la Asamblea Constituyente hurga estos espesores a partir del trabajo de campo, de un trabajo de campo que lleva a describir las conductas y los comportamientos de los grupos, de los posicionamientos y dilemas, de los constituyentes que expresan sus trayectorias de vida y sus propios conflictos. Esta etnografía no trata directamente con “etnias” sino con devenires, devenir nación, devenir pueblo, devenir clase. Esta etnografía se enfrenta a discursos y testimonios; trabaja estos discursos a partir de los escenarios donde se emiten. Define el perfil de los testimonios y los incorpora en el torbellino que construye el texto constitucional. Las herramientas teóricas y metodológicas de esta etnografía se ponen a prueba en un espacio exigente y accidentado, casi en un espacio desconocido por la teoría, situación que obliga a adecuar, a adaptar e improvisar. El antropólogo, en este caso, se deja llevar por las corrientes turbulentas, anota lo que puede ser signo de algo, símbolo de algo, síntoma de algo. Ese algo es una narrativa que espera, es una estructura de sentidos que debe ser armada. Por eso, el etnógrafo, en este caso, es  la pluma que usan los protagonistas del drama para escribir su más profunda ficción que es la producción de lo real como utopía.

El valor de la investigación y del  libro es haber recogido desde adentro las experiencias y las vivencias de los constituyentes, la dinámica molecular de la confrontación constitucional, la pugna constituyente por la verdad, las disposiciones minuciosas de las contradicciones, que enfrentan voluntades de transformaciones y voluntades de resistencias, posiciones de cambio y posiciones conservadoras, que no siempre estaban de un solo lado. También nos muestra la marcha complicada de los consensos, empero también de los estallidos antagónicos de la confrontación abierta. Hay como un mapa de los distintos actores, de adentro y de afuera. De adentro, la directiva, la composición de la directiva, las bancadas, la composición de las bancadas, las organizaciones, la composición de las organizaciones, los asesores, la composición de los asesores, las ONGs, su mapa de distribución. De afuera, el gobierno, las prefecturas, las instituciones, los partidos, las clases, las corporaciones.  Hay también como una identificación de los problemas ejes de la constituyente; la pugna entre las “dos Bolivias”, pugna remitida a las interpretaciones encontradas sobre autonomía, tierra y territorio, recursos naturales y modelos económicos. Se da también como una analítica de las grandes batallas de la constituyente, la guerra de la “capitalía plena”, la prueba de fuerzas sobre los dos tercios o mayoría absoluta, que también corresponden a los momentos de crisis de la Asamblea Constituyente. Con la consecuente descripción de los acuerdos y las soluciones que se dan. El traslado del tema constitucional de la Asamblea Constituyente al Congreso, el cambio de escenarios y formas de proceder. Por último, una prospectiva sobre los desafíos de la aplicación de la Constitución, una vez aprobada por el pueblo boliviano y promulgada por el presidente.

Hablando de los espesores de la Asamblea Constituyente, un espesor profundo es histórico; su relación contrastada con la Asamblea Constituyente de 1826, mostraba claramente la diferencia que las opone. En aquella asamblea inaugural de la República de Bolívar no estuvieron presentes las mayorías poblacionales del país, no estuvieron presentes las naciones y pueblos indígenas. El 2006, en cambio, las naciones los pueblos indígena originario campesinos estaban presentes de una manera deslumbrante, con sus vestimentas, sus lenguas, sus expresiones culturales, sus organizaciones, sus ritos y ceremonias. Esta presencia apabullante es manifestación múltiple del espesor cultural y civilizatorio de la matriz profunda de este país que contiene los territorios andinos, amazónicos y chaqueños. Sólo el hecho de esta presencia habla de por sí de un acontecimiento político, que reclamaba con todo derecho ser un hito fundacional del nuevo Estado, a diferencia de la primera Asamblea Constituyente conformada por los doctores de la “culta” Charcas. La derecha y los nacionalistas se horrorizaban ante semejante interpretación del sentido histórico de la constituyente de 2006; sin embargo, la interpelación de lo que fueron las naciones clandestinas en la Asamblea Constituyente ya era de por sí es un acto fundacional. Los nacionalistas y las oligarquías regionales tienen un apego escolar a los mitos modernos, la nación, el Estado, la republica, la historia escolar, la ceremonialidad del poder en torno a la fundación republicana de 1825. Se encuentran lejos de de las develaciones históricas de las secuencias de acontecimientos acaecidas durante el siglo XVIII y después durante el siglo XIX. No fueron capaces de comprender, independientemente de sus prejuicios y creencias, el valor histórico y el alcance de lo que acontecía en el proceso constituyente. La izquierda tradicional también estuvo lejos de esta comprensión, observó con recelo lo que acontecía en Sucre, comparaba estos acontecimientos con sus sueños de revolución no realizados; de esta forma disminuía y desvalorizaba la irrupción indígena y su proceso constituyente. El gobierno también no estuvo a la altura de comprender lo que acontecía; estaba preocupado por controlar la Asamblea Constituyente, creyendo que el sentido de los cambios se encontraban en su gestión y en la prolongación de su mandato. La Asamblea Constituyente era algo que debería favorecer al MAS y al caudillo; no entendían que el proceso constituyente emergía de las profundidades mismas de la lava candente de la crisis múltiple del Estado, de la colonialidad y del capitalismo, que el sentido del cambio, mejor dicho de la transformación, radicaba en esa eclosión multitudinaria de las naciones y pueblos colonizados, ahora emergentes, buscando inaugurar otro tiempo y otra historia. La instrumentalización de la Asamblea Constituyente por parte del gobierno se hizo sentir desde un principio, al no dejarle funcionar autónomamente y organizarse por sí misma. No había nada que temer, la mayoría garantizaba el control de la constituyente.

Sin embargo, a pesar de estas incomprensiones, la experiencia y vivencia de los constituyentes fue crucial; los esfuerzos por dar lo mejor de sí, la elocuencia de las lenguas nativas, la interpelación histórica a la colonia y a la república, el vinculo con sus circunscripciones y comunidades, la manifestación de la potencia social y cultural. Lo que paso después, las grandes dificultades, los peligros sorteados, la transcripción de los informes, la elaboración de un texto en base a los informes, el condicionamiento de la técnica legislativa, es parte del curso de un proceso constituyente complicado, lleno de contrastes, entre debilidades y fortalezas. El aporte de los constituyentes como sujetos y flujos pasionales que cruzan un punto de inflexión, una coyuntura de trastrocamientos y rupturas, fue primordial como contenido vivido, como soporte subjetivo del texto constitucional. En esas mujeres indígenas y en esos hombres cobrizos, de tierra adentro, se expresaban los argumentos existenciales de un proceso constituyente que se reclamó de descolonizador y anticapitalista, además de fundacional. Que estos argumentos existenciales se convirtieron en argumentos discursivos, en enunciados y en artículos después, forma parte de la metamorfosis de las experiencias vitales en discursos y en escritos. Lo que importa no es lo que dicen estos discursos y escritos, sino lo que se ha vivido, que es lo único que sostiene lo que se dice después, los significados y los sentidos del texto. Si la Constitución tiene un valor más allá del constitucional, un valor perdurable, un valor inmanente, es por la conmoción que ha provocado en las vidas de los constituyentes el acontecimiento político de la Asamblea Constituyente. Conmoción que es de por si un testimonio colectivo, vivencial, conmoción que sostiene lo que se ha escrito, que sostiene el sentido del texto constitucional, que persigue irradiar y transformar las condiciones de posibilidad históricas de la sociedad boliviana y sus instituciones.

Un segundo espesor tiene que ver con la crisis múltiple del Estado. Puede decirse que esta crisis política acompaña a la historia misma del Estado, desde su nacimiento. Sin embargo, hay momentos sintomáticos de mayor manifestación de la crisis, como la vivida durante la guerra federal (1898-1899), el largo periodo posterior a la guerra del Chaco (1932-1935), la revolución nacional de 1952 y el periodo 2000-2005. La crisis política, la crisis del Estado, la crisis del proyecto neoliberal, la crisis del sistema de partidos, la crisis de representación, la crisis de las instituciones y la crisis del modelo extractivista es lo que explica el desenvolvimiento del proceso constituyente. Los nacionalistas y las oligarquías regionales no comprenden los alcances de estas crisis; por lo tanto, para ellos se trataba de reformas constitucionales, nada más. Tampoco la izquierda tradicional comprende los alcances de la crisis múltiple, pues esperan la llegada del mesías, de la revolución. Si los acontecimientos no se parecen al esquema imaginado, entonces son descartados. El gobierno no comprendió tampoco los alcances de la crisis, a pesar de tener la oportunidad para hacerlo; los gobernantes redujeron todo a montajes y puestas en escena, al teatro político, útil para conservar el poder.

La crisis expresa la marcha desequilibrada y desorbitada de las instituciones y de las estructuras de poder, desencajadas del equilibrio esperado de las partes componentes de la historia efectiva y de la realidad efectiva, compuesta por condiciones de posibilidad, por un lado, relaciones sociales, practicas, construcciones institucionales, por el otro. Crisis que se expresa en la desesperación del poder por dominar y controlar la marcha vertiginosa de las contingencias. Crisis también como expresión de la lucha de clases y la guerra anticolonial, de la lucha por la descolonización y contra el capitalismo. Crisis como curso desbordante de la política y la democracia. La crisis entonces es la corriente magmática que explica el despliegue del proceso constituyente.

Un tercer espesor histórico tiene que ver con las alternativas civilizatorias latentes, contenidas e inhibidas en las sociedades y pueblos indígenas, en las utopías populares y en el proletariado nómada. Como dice Ernst Bloch, en los sueños desiderativos, en el soñar despierto, en las utopías que abren horizontes[5]. Son estas alternativas las que estuvieron presentes en las rebeliones y movilizaciones de 2000-2005, que siguieron presentes en el proceso constituyente, las que motivaron la voluntad de fundar un nuevo tiempo, una nueva historia, un nuevo Estado. Es la perspectiva del suma qamaña, suma kausay, ñandereko, ivi marey, teko kavi, el vivir bien, el que mejor expresa esta utopía.

Un cuarto espesor tiene que ver con las territorialidades, que en momentos se manifiesta como conflictos regionales, empero va mucho más lejos que esta problemática espacial. Pues la problemática territorial no se circunscribe a la contrastación Amazonia-Los Andes, que puede ser más bien complementaria, no se limita a las demandas regionales y locales, menos se retiene en el tema autonómico o la forma federal de organización del Estado. Las territorialidades tienen que ver los ecosistemas, con los espesores culturales, con las gestiones espaciales, geográficas y territoriales, con las conexiones y desconexiones en la biodiversidad, con la cohesión o descohesión de los ciclos vitales, con las maneras de concebir y hacer gestión en los territorios. Esta temática fue introducida por las naciones y pueblos indígena originarios, forma parte de las cosmovisiones indígenas y los derechos de los seres componentes de la madre tierra.

                                                          

            




[1] Salvador Shavelzon: El nacimiento del Estado plurinacional en Bolivia. Etnografía de una Asamblea Constituyente. Plural 2012; La Paz. 

[2]Revisar de Pierre Clastres La Société contre l'État, 1974.En el libro Pierre Clastres escribe: Las sociedades primitivas son sociedades sin Estado. Este juicio factual y preciso en sí misma, en realidad esconde una opinión, un juicio de valor que inmediatamente arroja dudas sobre la posibilidad de constituir la antropología política como ciencia estricta. ¿Qué dice la declaración, de hecho, es que las sociedades primitivas están perdiendo algo - el Estado - que es esencial para ellos, como lo es para cualquier otra sociedad: la nuestra, por ejemplo. En consecuencia, esas sociedades son incompletas, ya que no son sociedades muy cierto - que no son civilizados - su existencia sigue sufriendo la dolorosa experiencia de la falta - la falta de un Estado - que, ya que pueden intentar, lo harán como maquillaje. Ya sea con claridad o no, eso es lo que viene a través de las crónicas de los exploradores y el trabajo de los investigadores por igual: la sociedad es inconcebible sin el Estado, el Estado es el destino de toda la sociedad. Uno detecta un sesgo etnocéntrico en este enfoque, más a menudo que no es inconsciente, y por lo tanto más firmemente anclado. Su referencia inmediata, espontánea, mientras que no quizás la más conocida, es en cualquier caso el más familiar. En efecto, cada uno de nosotros lleva dentro de sí, interiorizado como la fe del creyente, la certeza de que la sociedad existe para el Estado. ¿Cómo, entonces, puede uno concebir la existencia misma de las sociedades primitivas, si no la rechaza como de la historia universal, reliquias anacrónicas de una etapa a distancia que en todas partes se ha superado? Aquí se reconoce otra cara del etnocentrismo, la convicción de que la historia es complementaria de una progresión unidireccional, que toda sociedad está condenada a entrar en esa historia y pasar por las etapas que van de la barbarie a la civilización. "Todos los pueblos civilizados alguna vez fueron salvajes", escribió Ravnal. Pero la afirmación de una evolución evidente no puede justificar una doctrina que, arbitrariamente ata el estado de la civilización a la civilización del Estado, designa a ésta como el resultado necesario que asigna a todas las sociedades. Uno puede preguntarse lo que ha mantenido el último de los pueblos primitivos como son.

 

[4] Los revisores fueron los tres Carlos, Carlos Romero, Carlos Alarcón y Carlos Börth.

[5] Revisar de Ernst Bloch El Principio esperanza. Aguilar; Madrid.