¿Quién le da oxígeno al caudillo?

Por: Jimena Costa

Durante demasiados años tuvimos al caudillo autoritario hasta en la sopa. Y es casi literal porque todos los productos alimenticios de las empresas del Estado tenían su cara en las envolturas. Su cara en el teleférico, en BoA, en las gigantografías de todos los rincones, en todos los medios y escuchábamos su nombre cincuenta veces al día y sus adláteres decían que era imprescindible, que si se iba se produciría una hecatombe galáctica con “la luna se escapa y el sol se esconde”. De yapa, cada estupidez que declaraba era noticia internacional. Pasábamos del hastió a la vergüenza por lo menos cada semana y de nuevo, como una noria, el mismo verso del cuento de Mordor en el que vivíamos antes de su llegada y la Suiza que había producido con su magia. No sé si alguien se creyó todos los cuentos sobre su rol en el firmamento, pero el caudillo autoritario era parte del paisaje cotidiano. Triste paisaje.

Luego, la secuencia de hechos nos dio la oportunidad de volver a tener un gobierno democrático que respete las instituciones -cosa que los Demócratas están rifando con sus angurrias, sus sueños y sus errores-, pero también nos dio un respiro de la -para mí- detestable figura de “Guerrero Redentor” creada alrededor del caudillo autoritario, que iba a salvar a todos los que le inclinen la cabeza y le amarren los guatos. Se fue porque siempre salía corriendo cuando había crisis, en avión presidencial y rodeado de su corte. Se fue a continuar la estrategia de victimización que siempre usó: acusar al imperio, a la derecha, a la OEA, a la Jeanine, o a Harry Potter de un golpe del que habrían sido parte sus presidentes del Senado y de Diputados al renunciar a la sucesión. Siempre víctima, por cocalero, por indio, por golpe, por lo que sea. El “pobre de mí”.

Vino el coronavirus a suplir su centralidad en los medios, fue de las primeras bajas del covid porque dejamos de escucharlo a diario ¡Que paz! Pero sufre sin los privilegios y contactó al grupo de amigos del ALBA para que sus consultores “académicos” promuevan una campaña que diga que no hubo fraude, pero ¿a quién le importa? Ni a las facciones internas del MAS que quieren recuperar su partido y su “instrumento” que fue creado por las bases y que el caudillo entregó a reciclados del viejo sistema -a los que llaman “q’haras oportunistas”- y a los cocaleros del Trópico que no venden al mercado legal, hasta que logró que se asocie “masista” con cocalero narco, con autoritario, con corrupto. Logró que “masista” sea mala palabra. Tampoco dejó que surjan liderazgos en su partido por miedo a que le quiten el trono y ahora no tiene articulador que “pegue” las contradicciones internas. Él no puede, huyó, los abandonó e impuso las listas de candidatos para recuperar un poder que ya no tiene.

Los masistas no hablan del caudillo autoritario. Ni lo nombran. Están trabajando para reconstruir el MAS, para recuperar el IPSP. No son masistas los que le dan vida y traen de vuelta su triste figura a la política nacional, son los del gobierno prorroguista. Cada vez que amenazan con encarcelarlo y recuerdan que existe, los cohesionan; exigen le quiten la personería al MAS, los cohesionan; enjuician al candidato que no tiene apoyo interno y nadie lo quiere, los cohesionan. La misma técnica que usaba el MAS con la “derecha” hoy la usan los demócratas con el caudillo autoritario cuyo nombre no voy a escribir. Olviden su nombre. No lo nombren. No ayuden a darle oxígeno a quien asfixió a la democracia por tanto tiempo.